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Patxi Zubizarreta, escritor: “Es infinitamente más complejo escribir para niños que para adultos”

Recuerda su infancia en tonos grises, no por las vistas de su pueblo, anclado en un valle y rodeado de montañas, sino por las historias que su madre, una gran narradora, le contaba: “relatos sobre el hambre, el contrabando, la posguerra…”. De ella heredó Patxi Zubizarreta (Ordizia, Guipúzcoa, 1964) su pasión por la literatura, pues su pueblo era tan pequeño “que ni siquiera biblioteca pública tenía, había que ir al de al lado”. Allí creció entre las páginas de Emilio Salgari, Alejandro Dumas, Julio Verne y otros tantos escritores, hoy considerados “para niños” pero entonces “simplemente para todos los públicos”, que le mostraron el paisaje que había más allá del río Oria, un mundo que conoció de primera mano cuando se trasladó a Vitoria a estudiar Filología Vasca.

Creyó entonces que su futuro estaba en la enseñanza pero pronto descubrió que, al igual que las historias de su madre habían abonado «las raíces» que lo aferraban a su tierra, los libros le habían hecho “crecer alas para descubrir otras realidades”, y “un poco inconscientemente” lo dejó todo y dio el salto a la literatura profesional. Ahora, después de mil y un proyectos, de escribir para pequeños y grandes, de traducir al euskera clásicos como ‘El principito’ y ‘Las mil y una noches’, ha visto recompensado los “años de bandazos” con el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil 2023 por ‘Zerria’, un reconocimiento que reafirma su decisión y con el que espera “comprar tiempo para seguir leyendo y escribiendo a mano, con ese papel especial, con esa pluma particular”, como siempre ha hecho.

“Se aleja de la simplicidad y de los tópicos de la literatura infantil”, “convierte la literatura para el público juvenil en una piedra preciosa”, “remueve y conmueve nuestra conciencia, nuestra memoria y nuestro presente”. Estos son algunos de los elogios que ha recibido ‘Zerria’, lo que me lleva a preguntarle: ¿es realmente la literatura infantil y juvenil un género simple y lleno de tópicos? ¿Hay una falta de calidad tan clamorosa como para hacer especial hincapié cuando aparece una “piedra preciosa”?

Como en la literatura para adultos, en la literatura infantil y juvenil hay libros buenos, bien escritos, con buenas historias y bien editados. Pero hay una especie de mirada despectiva respecto a este género, cuando yo he escrito para todos los públicos y puedo asegurar que es infinitamente más complejo escribir para niños y jóvenes que para adultos. Cuando los grandes escritores se ponen a escribir para niños, enseguida se dan cuenta de la dificultad que eso entraña. Contaba José Saramago que cuando presentó en Italia ‘La flor más grande del mundo’, un álbum infantil, un pequeño se le acercó y le dijo que no lo había entendido. Y él, todo un premio Nobel, le contestó: “Es que yo no sé escribir para ti, es muy complicado”. Y añadió que escribir para niños no solo consiste en buscar la economía de las palabras, sino en buscar también la supremacía de los sentimientos. Todos nos enamoramos y nos desenamoramos, vivimos y morimos, nos alegramos y nos entristecemos, nos enfadamos e incluso odiamos. Pero ¿cómo explicar todas esas emociones a un chico o una chica que está despertando a la vida?

¿Cómo?  

Siendo muy exigente a la hora de escribir para ellos. Tienes que ser concreto pero a la vez ser capaz de crear una narración muy visual, casi hiptónica, que les remueva por dentro. También debes convertir la lectura en una experiencia divertida, porque si no enseguida pierdes al lector. Los niños tienen poca paciencia y si algo les aburre lo abandonan rápidamente, no dan segundas oportunidades. Y hay que hablarles buscando su voz interior, como si les contaras algo al oído. Cuando escribo me gusta imaginar a alguien que me susurra la historia, como antiguamente alrededor del fuego del hogar, y ese placer ancestral es el que yo quiero transmitirles. Además tienes que mostrarles empatía. Hace poco leí en una pared del Instituto Miguel de Unamuno de Gasteiz un grafiti: “Decís que tengo pájaros en la cabeza, pero los prefiero a vuestras jaulas”. Y yo me siento interpelado con esa frase: les prometemos un mundo lleno de posibilidades y luego les ofrecemos un mundo a la deriva, así que desconfían porque piensan que tratamos de aleccionarles, de inculcarles nuestra visión de las cosas. Todo ello los convierte en un público difícil, pero a la vez mucho más agradecido porque si logras que se metan a la historia, que la vivan en primera persona, vuelven a por más. 

Pero muchos padres se quejan de que sus hijos no leen. ¿Qué les aconsejaría?

Hoy en día todo se lo preguntamos a internet: cómo solucionar el atasco del fregadero, cómo preparar un pastel de puerros, cómo llegar a una dirección por el camino más corto… Buscamos soluciones prácticas, fáciles, rápidas. Pero para esa pregunta no encontramos respuesta en Google. Porque en realidad no hay ninguna fórmula mágica para aumentar la afición a la literatura entre los niños y los jóvenes, más que tratar de contagiarles ese entusiasmo. Y eso requiere vocación y años de trabajo. Ahora se está jubilando toda una generación de maestras y maestros que han tenido una gran disposición y en su lugar llegan muchos profesores jóvenes que están intentando transmitir algo que ellos no sienten, porque no tienen esa pasión por los libros. Ahí están los resultados del Informe PISA que lo demuestran.

“No hay ninguna fórmula mágica para aumentar la afición a la literatura entre los niños y los jóvenes, más que tratar de contagiarles ese entusiasmo”

¿El problema es entonces el colegio?

Más que el colegio, el sistema. La mayoría de los profesores están corrigiendo textos de alumnos cuando ellos no escriben nada, aparte de wasaps y correos electrónicos, y leen bien poco. Se limitan a los libros que marca el currículo escolar, orientados al examen de turno, lo cual es un error. Convertir un libro en materia de examen es matar ese placer que debe ser la lectura. Si tienen que estar atentos a detalles como la construcción de las frases, en vez de disfrutar de lo que leen, es complicado despertar el interés por la literatura.

¿Y qué podemos hacer?

Para mí lo primero es empezar a leer con ellos un pequeño texto, intentar que lo comprendan, subrayarlo, descubrir juntos el significado de aquellas palabras que desconocen para que prueben a integrarlas en su bagaje personal. Luego animarles a escribir algo en un papel, una frase, un párrafo, aunque sea con faltas de ortografía, sin tildes, con palabrotas si lo desean, para que expresen lo que sienten. Y si es necesario, después pueden quemar ese papel o tirarlo por el retrete para preservar su intimidad. De esa manera la literatura no les resultará ajena, la verán como algo que les ayuda a avanzar en su existencia, buscarán esa complicidad. Enseñarles que la literatura te hace más llevadera la vida, porque muchas veces, aunque no te da una solución, te ayuda a relativizar lo que a priori parecía un problema. 

“En la literatura infantil y juvenil hay demasiado dulce, mucha moralina. Y en realidad a los niños se les puede explicar todo, también lo cruel, lo monstruoso, lo perverso, solo hay que encontrar la manera”

En ese cambio de sistema, ¿qué responsabilidad tienen los escritores?

Gran parte, por no decir toda. Los escritores deben ofrecerles libros que, sin renunciar a la calidad, les enganchen. Yo, que soy muy goloso, soy también muy consciente de que en la literatura infantil y juvenil hay demasiado dulce, mucha moralina, se trata a los lectores con demasiada condescendencia. Y en realidad a los niños se les puede explicar todo, también lo cruel, lo monstruoso, lo perverso, solo hay que encontrar la manera. Decía Carmen Martín Gaite: “Cuando no sabes cómo explicarles una situación, cuéntales un cuento”. Y yo he hecho mío ese consejo a la hora de acercarme incluso al conflicto vasco. En 2008, cuando ETA aún existía, publiqué ‘Pikolo’, un libro que hacía tiempo que me rondaba en la cabeza y cuya escritura se aceleró a raíz del coche bomba que la banda hizo explotar contra la casa cuartel de Legutiano, en Álava, en la que vivían menores. El protagonista es un niño que llega de Extremadura a Euskadi con su padre, que es guardia civil. En la escuela otro alumno empieza a llamarle «picoleto» y le exige un euro para dejarle cruzar el puente que separa el cuartel del pueblo, pero también se hace amigo de la hija de un preso de la banda. Y en ese marco, se produce un atentado. Es un libro espinoso, delicado en muchos sentidos, pero creo que en ese momento también era necesario.

‘Zerria’ tampoco es dulce ni amable. Habla de un infanticidio.

Sí, de un cerdo que logra entrar en una casa y mata a un niño de pecho, y por ese crimen es juzgado, condenado y ajusticiado en la plaza del pueblo, ante el resto de la piara, para dar ejemplo. Es un hecho real, sucedió en Francia, un suceso atroz que también se puede contar a los niños si sabes cómo. ‘La isla del tesoro’, ‘Las aventuras de Tom Sawyer’, ‘Viaje al centro de la Tierra’, ‘Los tres mosqueteros’… hoy son considerados libros juveniles pero no se escribieron para niños. Antes las historias eran para todos, pequeños y grandes. En realidad la literatura infantil y juvenil no existió hasta que alguien lo decidió. 

“La literatura literatura infantil y juvenil no existió hasta que alguien lo decidió. ‘La isla del tesoro’, ‘Las aventuras de Tom Sawyer’, ‘Viaje al centro de la Tierra’… hoy son considerados libros juveniles pero no se escribieron para niños”

¿Alguien?

Sí, los editores y las editoriales. Hay muchos adultos que piensan que los niños son…

¿Simples?

Sí, simples, básicos o idiotas, así de claro. Y que no pueden llegar a comprender historias oscuras, duras o crueles. Que hay que dárselo todo masticado. Cuando los hermanos Grimm empezaron a poner negro sobre blanco los relatos orales más populares, se vieron obligados a cambiar ciertos detalles ante las críticas por su crueldad. Aunque ellos argumentaban que no escribían para niños, finalmente tuvieron que autocensurarse. Después llegó Disney y sus finales siempre felices. ¡Si hasta cambiaron el nombre de Jasmín en ‘Aladdín!’ Ningún niño sabe que en realidad la hija del sultán se llamaba Badrul Budur, un nombre difícil pero que quizá habría funcionado igual de bien. Pero tampoco hace falta irse tan atrás en el tiempo: los editores de Roald Dahl, por ejemplo, han introducido recientemente cambios en sus obras y adjetivos como ‘feo’ y ‘gordo’ han sido eliminados de algunas ediciones para convertirlas en políticamente correctas. 

Los ‘oompa loompas’ ya no son tampoco pigmeos traídos de África, como en la primera edición de Charlie y la fábrica de chocolate, sino “personas pequeñas” para elimibar la diferencia de género.

Exacto, y es absurdo. Para que haya una literatura infantil y juvenil de calidad es necesaria la complicidad de los editores. Pero hoy la figura del editor se está sustituyendo por la del gestor, alguien que busca el rédito rápido, lo que se traduce en libros sin alma. 

¿Y qué es para usted un libro sin alma?

Un libro que te entretiene sin más, olvidable. Plano, sin ambición alguna. En cierta manera es como la telebasura: te permite evadirte pero no te emociona, no te deja ningún poso. Y yo, lo que busco en la buena literatura, y ahora lo digo sin diferenciar por edades, son los matices. Por ejemplo, cuando Naguib Mahfuz quiere decir “acércate”, no escribe “le ordenó” o “le mandó”. Escribe: “Y la miró con ojos de deseo”. Hablan los ojos. Eso es para mí un libro con alma. Pero para que a las librerías lleguen libros con alma son necesarios editores insurrectos, enamorados de su trabajo, conscientes de que su papel no es vender más, sino crear un mundo diferente para nuestros niños y nuestros jóvenes, no una simple copia del que ya tenemos.

¿Y qué importancia tiene la lengua en ese mundo que como escritor ayuda a construir? Porque Zerria es un libro en euskera [Edelvives lo publicará en castellano en primavera con el título ‘Porcus’], una lengua minoritaria, y el público es muy limitado.

Yo creo que mi estilo hoy en día está en euskera. En mi caso, además, es una pequeña conquista, porque hasta que no entré en la universidad para estudiar Filología Vasca apenas tuve contacto con el euskera. En mi familia hablábamos en castellano, la educación hasta entonces la había recibido en castellano, la televisión entró en mi casa en castellano… Tampoco en Vitoria se oía hablar euskera. Con los años el paisaje lingüístico ha cambiado muchísimo, al menos en la calle, pero las lenguas siguen siendo… monumentos invisibles. Son la mayor riqueza que nos ha dado nuestra evolución, pero las ignoramos. Y cuando hablamos de ellas es porque se convierten en un problema, como ha quedado reflejado en el Congreso. ¿Por qué hemos tardado 45 años en escuchar hablar en euskera, catalán y gallego de una forma normalizada en la que es la casa de todos? Para mí es simplemente una cuestión de convivencia, de mostrar interés por el otro. 

‘Zerria’

Autor: Patxi Zubizarreta

Ilustraciones: Antton Olariaga



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