Gloria nacional y antipatriota, trovador del partido comunista y de los japoneses invasores… Todas las etiquetas le caben a Mo Yan, único Nobel de Literatura chino, devuelto estos días al centro de un debate que sugiere cierta esquizofrenia social. No hay más certeza que Mo los ha cabreado a todos, garantía en la literatura y el periodismo de un buen trabajo.
Un bloguero hipernacionalista le ha denunciado estos días. Su alias, Mao Xinghuo, no es trivial. Alude al histórico ensayo del Gran Timonel que prometía a sus discípulos que una chispa bastaba para prender la pradera cuando pocos confiaban en aquella harapienta tropa comunista. Las ofensas de Mo están pormenorizadas en la denuncia de cuatro páginas recibida por un tribunal pequinés: en sus libros ha denigrado al Partido Comunista, embellecido a los soldados japoneses, descrito los abusos sexuales del Ejército chino e insultado a Mao Zedong. Sus pretensiones son ambiciosas: disculpas públicas, la retirada de la circulación de su obra y una indemnización de 1.500 millones de yuanes (190 millones de euros), uno por cada chino presuntamente ofendido. “Sus palabras y actos han herido gravemente los sentimientos del pueblo chino. Como joven recto y patriota, me siento muy enfadado. ¿Cómo es posible que un país permita esos comportamientos?”, inquiere.
Mo ya había sufrido ataques esporádicos, pero el bloguero ha catalizado un asedio de fanáticos ociosos y guardianes de las esencias. No son muchos pero son fragorosos. La denuncia descansa en la Ley de Protección de Héroes y Mártires de 2018 y en la enmienda de 2021 de la Ley Criminal. Ambas combaten lo que el presidente, Xi Jinping, ha desdeñado como el “nihilismo histórico”: cualquier matiz que desluzca la gloriosa narrativa oficial. El heterogéneo listado de víctimas a incautos internautas, periodistas que dudaron del número de víctimas chinas en una batalla en la frontera india del Himalaya o cuestionaron las razones de Pekín para sumarse a la guerra de Corea, a un cómico que comparó a la soldadesca china con perros callejeros durante un monólogo…
Arma de Occidente
China ha visto los Nobel como un arma de Occidente. El de Literatura lo había recibido Gao Xinjian en 2000 ya con pasaporte francés. Aquel premio a un exiliado y contumaz crítico con el Gobierno fue la primera bofetada. Después llegaron las de los Nóbeles de la Paz al Dalai Lama, líder tibetano en el exilio, y el disidente Liu Xiaobo. Pero el entregado a Mo en 2012 desató el orgullo y saldó cuentas con una literatura tan inabarcable como desconocida en el mundo. Un alto funcionario le señaló como un “excepcional representante” de la pujanza china y el galardonado aclaró que “no sería escritor hoy” sin el tremendo desarrollo económico del país.
El premio descompuso a la disidencia. El escritor y activista Yu Jie, desde el exilio, habló del “mayor escándalo en la Historia del Nobel de Literatura”. Ai Weiwei, el iconoclasta artista, lo calificó de “broma”, aseguró que “manchaba y deshonraba a los ganadores previos” y “denigraba” la reputación del galardón. Sus críticos han subrayado sus vínculos con el régimen. Es vicepresidente de la Asociación de Escritores de China, un órgano oficial, estuvo un lustro en la Conferencia Consultiva, el cuerpo que asesora al Parlamento, y en 2015 acompañó en una gira por Latinoamérica al primer ministro, Li Keqiang.
¿Un propagandista?
¿Es Mo un propagandista? Una lectura de sus obras, incluso superficial, lo descarta. Con un realismo mágico que lo emparenta con García Márquez, ha repasado los principales acontecimientos del siglo pasado y el vacío emocional tras la apertura económica. Ha detallado el sufrimiento del pueblo chino que causó el Partido Comunista con la política del hijo único, la Revolución Cultural o el Gran Salto Adelante.
Cabe en sus libros la miseria y la gloria. Caben esos matices de una Historia compleja que se les escapan a sus críticos de uno y otro bando. Los disidentes no soportan el reconocimiento internacional de cualquier chino que no haya hecho de la crítica al poder su único motor vital o no haya pisado la cárcel como los hipernacionalistas no perdonan ninguna divergencia de la narrativa oficial. Mosoloo es un tipo que quería escribir, que lo ha hecho con honestidad y brillantez, y que ha lidiado con la dictadura en la que le ha tocado vivir de la misma forma que acudía Lola Flores a El Pardo cuando se lo pedía Franco.
La primera denuncia de Mao fue rechazada por el tribunal porque carecía del domicilio de Mo y lo está intentando de nuevo por otras vías. Da igual: nadie cree que prospere. Nadie habría oído hablar del caso si no lo hubiera compartido Hu Xijin con sus 24 millones de seguidores en las redes sociales. Hu es el antiguo editor del Global Times, el medio oficial más inflamado, y desde su retiro atiza sin piedad a todo lo que su criterio laxo percibe como antichino. Ha calificado la denuncia de “farsa populista” y advertido de la “alarmante tendencia de la opinión pública”. Qué tiempos extraños estos en los que la sensatez al debate llega de Hu.