“¿Quieres ver algunas fotos?”, responde Frieda Hughescuando se le pregunta qué tal están sus pájaros, antes de echar mano de su teléfono móvil y mostrar algunas de ellas. Nada menos que quince ejemplares de diferentes especies, entre los que destacan varios buhos de gran porte, algunos adultos y otros todavía polluelos, que viven con ella en su casa de la campiña galesa. El origen de ese refugio de aves no planificado se remonta a 2007, cuando Frieda, acompañada de su pareja en ese momento, decidió comprar una antigua casona con un gran jardín. Su objetivo era restaurarla y convertirla en un hogar estable, después de toda una vida cambiando de lugar de residencia, primero por la vida trashumante de su padre, el poeta Ted Hughes y, después, por avatares de su propia existencia.
Al poco tiempo de instalarse en Gales y cuando comenzaba a arreglar el jardín de la vivienda, Frieda encontró accidentalmente una cría de urraca que estaba apunto de morir. La escritora y pintora la recogió, la cuidó, le puso el nombre de George y consiguió que se recuperase hasta convertirse en una más de una familia que, sin que la escritora lo supiera, se estaba desmoronando. Todo el proceso de recuperación del pájaro, la rehabilitación del edificio, el cultivo del jardín y el fin de la relación fue recogido por la escritora en un diario. Con el tiempo, esos recuerdos dieron lugar a ‘George’, libro que acaba de ser publicado en castellano por Errata Naturae.
“Todo comenzó como un diario y, como diario que era, estaba pensado solo para mí. Sin embargo, el hecho de que George tuviera un final feliz, que no muriera y que no fuera alcanzado por el disparo de ningún cazador, hizo que mi agente y una editorial que estaba interesada me propusieran publicarlo. Cuando me decidí a hacerlo, mi hermano falleció. A partir de entonces, estuve un año y pico ocupándome de sus asuntos, pasando el duelo y, durante todo ese tiempo, mi vida fue un caos. No pinté, no escribí, no nada, pero tres años después, me acordé del libro”, recuerda Frieda que, para entonces, ya había cambiado de agente y la editorial ya no estaba interesada. “Además me di cuenta de que en el manuscrito había muchas cosas sobre mí y sobre mi ex. Finalmente decidí que había que recortar esas partes y centrar el libro en George, pero tardé mucho en encontrar ese equilibrio“, explica Frieda, que ha escrito un libro cuyo contenido trasciende la historia del ave, para convertirse en un relato autobiográfico, en el que la autora comparte con el lector sus temores, sus anhelos y su evolución como persona.
“A medida que han transcurrido los años, he ido abriéndome a contar cosas personales a través de la poesía. Cuando escribo poemas, lo que hago es destilar al máximo lo que quiero decir. Además, lo hago de la forma más pausada y tranquila posible porque quiero que sea el lector el que incorpore las emociones. Sin embargo, como ‘George’ era mi primer libro de no ficción, no tenía experiencia previa en contar de esta manera aspectos de mi intimidad. Lo que hice fue meter un poco el dedo gordo del pie en el agua para saber si las pirañas me iban a morder. Si el experimento sale bien, en el próximo libro meteré la vida entera“, bromea Frieda que, además de su ruptura sentimental, relata con valentía episodios de su vida como la fatiga crónica que sufre, su dislexia o su negativa a medicarse para tratar su Trastorno por Déficit de Atención porque intentar encajar en la idea de normalidad socialmente extendida, supondría renunciar a sus propias particularidades.
El verdadero problema es cómo encajar. Cuando lo intentamos, o incluso cuando lo conseguimos, lo que hacemos es contentar a otros. Me he pasado mucho tiempo pensando en no molestar a gente a la que ni siquiera conocía”
“El verdadero problema es cómo encajar. Cuando lo intentamos, o incluso cuando lo conseguimos, lo que hacemos es contentar a otros. Me he pasado mucho tiempo pensando en no molestar a gente a la que ni siquiera conocía. Por eso menciono el episodio de la fatiga crónica, porque me sirvió para darme cuenta de lo corta que es la vida. En esa época en la que solo tuve cuatro horas de actividad al día, me di cuenta de lo absurdo que es agradar a los demás. Lo mismo me sucedía con la medicación del TDA. Si mi cabeza no es la mía porque está embotada por los medicamentos, no puedo trabajar. Por el contrario, cuando estoy triste, deprimida o lo que sea, para bien o para mal, son mis sentimientos. Todo eso fue para mí una lección de vida que se concretó en la idea de no hacer daño a los demás y, si hay algo que a mí me pueda hacer feliz, mientras no hiera o incomode a otras personas, no tiene sentido renunciar a ella”, comenta Frieda que, durante meses, ni siquiera consiguió encajar en su propio vecindario, cuyos miembros no entendían que alguien pudiera tener una urraca como mascota. “Llegué a construir una jaula para George en la que, en realidad, nunca quise que entrase. De hecho, la jaula no era ni para mí ni para él, sino para contentar a una vecina que tenía miedo al pájaro. Ahora tengo una jaula vacía… Una gran jaula… Una jaula enoooorme…”, comenta entre risas.
Atravesada por la ausencia
“No celebro las efemérides de los fallecimientos; de hecho, trato de olvidarlas porque son acontecimientos inmutables y porque acumular fechas de muertes, más allá de a efectos históricos, se me antoja como una tarea bastante siniestra, muy especialmente a medida que cumplimos años y acabamos conociendo más difuntos que vivos”, escribe Frieda Hughes en ‘George’, en la entrada correspondiente al domingo 28 de octubre, fecha del fallecimiento de su padre. A pesar de esa intención por ignorar esa fechas señaladas, inevitablemente su vida ha quedado marcada por la trágica desaparición de su madre, Sylvia Plath, por la de su hermano, por el asesinato de su media hermana y, finalmente, por la desaparición de su padre.
“Mi vida está atravesada por la muerte, es cierto, pero tengo que vivir a pesar de eso. Además, debo vivir bien. Tengo que hacerme a la idea de la pérdida y acostumbrarme a la ausencia. No niego que tengo días malos, pero también tengo días muy buenos. Lo importante es qué haces con esa tristeza o esas ausencias. Hay gente que se zambulle en ellas como el que se sumerge en un baño de espuma y se queda en esa desdicha. Lo que yo hago es acomodar ese dolor en mi vida y, si un día estoy mal, perfecto, pero no lo voy a alimentar ni me voy a zambullir en él. Solo un poco de nada al principio, pero ya está”, comenta Frieda, que reconoce que dedicarse a la literatura siendo hija de un poeta laureado y de una de las grandes autoras del siglo XX, no fue una decisión precisamente sencilla.
No niego que tengo días malos, pero también tengo días muy buenos. Lo importante es qué haces con esa tristeza o esas ausencias. Hay gente que se zambulle en ellas como el que se sumerge en un baño de espuma y se queda en esa desdicha”
“Al principio quería alejarme al máximo de ellos, del mismo modo que todo el mundo quiere alejarse de sus padres. Tanto me quise alejar, que me marché a Australia. Diez años estuve allí. Sin embargo, cuando regresé a Europa al enfermar mi padre, me di cuenta de que daba igual lo lejos que me fuera porque siempre iba a ser la hija de Sylvia Plath y Ted Hughes. Lo que sí es verdad es que he intentado que no fuera esa la manera en que se me presentase. Por otro lado, también me di cuenta de que tenía una responsabilidad por ser su hija. La responsabilidad de no tirar la toalla y mucho menos ahora que soy la única que quedo. Tengo amigos que han vivido vidas muy felices, infancias estupendas, pero de las que no tienen ningún recuerdo. Mi vida, sin embargo, ha tenido muchos altibajos, buenos momentos, malos momentos… Nadie mejor que yo lo sabe. No obstante, he conocido a gente estupenda y he sido muy afortunada y feliz”.