Acompaña a París la contradicción. A su belleza, monumental e innata, acostumbra a acompañarle un viento gélido que ayuda a advertirte de que, aquí, todo lo bonito, todo lo melancólico, tiene un reverso duro. Incómodo.
Luis Enrique Martínez, el último entrenador en ganar una Champions con el Barcelona, ahora entrenador del PSG, siempre supo adaptarse a las diferentes realidades que le tocaron vivir. También en París, donde lidera con la misma firmeza con la que lo hizo en Barcelona, imponente en la caseta –antes frente a Messi, ahora frente a Mbappé–, e incómodo ante los medios, a los que domina y emplea según le conviene.
En su comparecencia previa al duelo de cuartos de la Champions frente a los azulgrana, Luis Enrique, cuestionado por quién representaba mejor el estilo del Barça, si Xavi o él mismo, no se anduvo con rodeos: «Yo. Mirad los datos de posesión de balón, ocasiones de gol, presión alta, títulos… Sin ninguna duda, yo. Hay otros que opinan diferente. Pero no es una opinión. Son números. Soy yo». Antes, el asturiano ya se había encargado de lanzar otra pulla a Xavi:«Como entrenador, no lo conozco de nada».
Tiempos sórdidos
Luis Enrique y Xavi, compañeros de equipo durante seis años en los tiempos sórdidos del tardo-cruyffismo (1999-2004), cambiaron de roles cuando el asturiano accedió al banquillo azulgrana. En la temporada en la que Luis Enrique alzó el triplete, retiró los galones a Xavi para concedérselos a Rakitic. El egarense jugó sólo 12 minutos en la final europea de Berlín. Después, se fue.
Sin embargo, aquella temporada sí ayudó Xavi a Luis Enrique en otro asunto. Fue cuando el técnico pretendía abrir un expediente a Messi tras su enfrentamiento en Anoeta. Fue Xavi quien medió para que el argentino aceptara a su entrenador.
Xavi, esta vez, huyó del barro y optó por responder a Luis Enrique cargándole de elogios:«Es de los mejores entrenadores del mundo». Pero defendiendo su posición: «Los dos somos ADN Barça. Los dos buscamos lo mismo. Quizá Luis Enrique quiera protegerse a nivel mediático».
No convenía enredarse. El Parque de los Príncipes es uno de aquellos estadios desagradables para el Barcelona. Y no solo por el 4-0 encajado en 2017 al que tuvo que dar una respuesta milagrosa Sergi Roberto (6-1), aún en pie en el equipo. La hinchada del PSG, especialmente la radical, tiene una especial animadversión hacia el club azulgrana. Tampoco ayuda a aliviar la atmósfera la recurrente amenaza islamista, extensible a todos los estadios que acogen estos días unos cuartos de final de la Champions que el Barça no pisaba desde hacía cuatro años. Sí, desde el 2-8 frente al Bayern en Da Luz.
Si bien este Barça de Laporta y Xavi está lejos de estabilidad alguna -el propio entrenador, cambie o no de idea, afirmó que en verano cierra su etapa-, sí ha recuperado un espíritu competitivo gracias a la irrupción de un puñado de adolescentes (nadie discute hoy a Cubarsí y Lamine Yamal) sin cuentas que saldar ni miedos pasados en los que reparar.
El reencuentro con Dembélé
Claro que enfrente tendrá al que posiblemente sea el mejor futbolista del planeta. Kylian Mbappé, a quien Luis Enrique ha sabido domar con su habitual treta del palo y la zanahoria, está completando una temporada pletórica en la que será la última en el PSG (39 goles en 40 partidos). A su vera campa Ousmane Dembélé, que por mucho que sólo se haya apuntado un tanto este curso después de dar la espalda a Xavi y a sus seis años de fútbol arrabalero azulgrana, continúa viviendo en la misma frontera de siempre: la que separa el ridículo de la genialidad.
Los entrenadores deben resolver algunas incógnitas. Xavi tiene que escoger al centrocampista que acompañe a Christensen y a Gündogan entre De Jong, Fermín y Sergi Roberto. Mientras que a Luis Enrique le tocará relevar al sancionado Achraf Hakimi en el lateral derecho, estando su recambio natural, Mukiele, de baja (retrasar al jovencito Zaïre-Emery es una opción).
Pero, más allá de los efectivos y el sistema, convendría reparar en los fantasmas. El triunfo en Old Trafford de 2019 (0-1) es el único triunfo azulgrana en sus últimos 11 partidos fuera de casa en eliminatorias de Champions. Los recuerdos de Turín, Roma, Liverpool, Lisboa y, claro, París, aún pesan.