Parece ser que años atrás, mientras Stephen King visitaba un colegio de educación primaria, un alumno levantó la mano y le preguntó: “¿Alguna vez tiene usted pesadillas?”. Él permaneció pensativo unos segundos y luego, sonriente, contestó: “No, yo os las doy a vosotros”. Y posiblemente no haya forma más concisa que esa de definir el papel que King desempeña en la cultura popular. Si algo es aterrador, él seguramente ha escrito sobre ello. Un payaso asesino que cambia de forma. Una gripe capaz de despoblar el planeta. Un marido armado con un mazo -sí, un mazo y no un hacha-, dispuesto a aplastarle el cerebro a su esposa. Vampiros, perros rabiosos, niños poseídos y otras cosas que, sí, se instalan en nuestro inconsciente y ahí se quedan.
Y pocas de las imágenes evocadas en sus páginas son tan perturbadoras como esta: litros de sangre de cerdo caen sobre la reina del baile de graduación y la cubren de rojo; la metáfora perfecta del terror que la adolescencia y el instituto son capaces de provocar, y tal vez el momento más memorable de ‘Carrie’, primer libro que King publicó y, por tanto, inicio de una de las carreras literarias más famosas y prolíficas que existen: unas 70 novelas que han vendido en total más de 500 millones de ejemplares, y muchas de las cuales han sido adaptadas al cine más de una vez. Hoy, ‘Carrie’ cumple 50 años.
Sin duda la madurez ha tratado al libro, cuya influencia es reconocida unánimemente, mucho mejor de lo que la pubertad trató a su protagonista. Torturada por la fanática religiosa a quien tiene por madre, furiosamente humillada por el resto de estudiantes y el conjunto de la ciudad, Carrie se transforma en un ángel de destrucción al descubrir su sed de venganza y sus poderes telequinéticos. La joven, en efecto, es una villana, pero eso no le impide provocar un malévolo regocijo en el lector mientras desata su ira. Es en buena medida gracias a ello que en su día se convirtió en icono cultural igual que otros ángeles y demonios creados posteriormente por King como Pennywise, Annie Wilkes, Jack Torrance y Andy Dufresne.
Rescatada de la basura
Curiosamente, el personaje estuvo extremadamente cerca de no existir: el escritor aún no había completado el primer tratamiento de la novela cuando decidió tirarla a la basura, y allí se habría quedado de no ser porque su esposa, Tabitha, rescató las páginas y lo persuadió para que la acabara. King había contado con varias fuentes de inspiración para escribirla. La primera, un artículo que había leído en el que se documentaban casos de telequinesis en mujeres adolescentes que acababan de tener la menstruación; la segunda, una escena que su mente había creado tiempo atrás, cuando limpiaba uno de los vestuarios femeninos de la escuela en la que trabajaba como bedel: mientras se ducha, una muchacha descubre aterrorizada que tiene la regla, y es agresivamente ridiculizada por las otras jóvenes; la tercera, dos niñas de clase baja con las que había compartido clase en la infancia, y que habían acabado muy mal a causa de las burlas y el desprecio de los que habían sido objeto. Logró vender el manuscrito a los 26 años, mientras trabajaba como profesor de instituto.
‘Carrie’ tiene 272 páginas, que primero establecen una espesa atmósfera de amenaza y luego van aumentando la tensión dramática de camino hacia un final absolutamente explosivo. Es un libro tal vez no tan pavoroso como otros de su autor, como ‘Cujo’ o ‘El cementerio viviente’, pero sí más que la por otra parte excelente película homónima que Brian De Palma dirigió en 1976 basándose en él y, por supuesto, que la fallida adaptación cinematográfica protagonizada por Chloë Grace Moretz y Julianne Moore en 2013.
Gracias al éxito de ventas que acabó obteniendo con el paso de los meses, King fue capaz de publicar nada menos que seis novelas más en otros tantos años -’El misterio de Salem’s Lot’, ‘El resplandor’, ‘Rabia’, ‘La danza de la muerte’, ‘La larga marcha’ y ‘La zona muerta’-, y en ese periodo transformó la literatura de terror para siempre gracias a su habilidad para encontrar lo monstruoso en escenarios que formaban parte de la cotidianidad de su público en lugar de buscarlo en épocas pasadas y castillos góticos, y para exponer entretanto las miserias domésticas, sociales y culturales que azotaban a su país. ‘Carrie’ habla del ‘bullying’ normalizado y del miedo a la feminidad; ‘El resplandor’, de la destrucción de la familia y las adicciones; ‘Eso (It)’, de racismo, homofobia y, en general -como buena parte de su obra-, del mal que anida en las pequeñas comunidades.
¿Arte o ‘fast food’?
Medio siglo después, la relevancia de King es tan indiscutible como enconado sigue siendo el debate sobre si su obra merece ser considerada verdadero arte y, en ese sentido, él mismo ha dado argumentos a sus detractores no solo al ganar mucha popularidad y mucho dinero cultivando uno de los géneros más denostados en el ámbito literario sino también describiendo su propio trabajo como el equivalente “de un Big Mac y una ración grande de patatas del McDonald’s”.
A King se le suele acusar de ser pretencioso, de tener un estilo trillado y manejar su limitada prosa con monotonía. Es cierto, además, que algunos de sus libros son demasiado largos, y que a veces da la sensación de no saber cómo resolver sus historias. Pero ni eso ni las dosis de material olvidable que ha producido a lo largo de los años -algo que por otra parte resulta inevitable si se tiene en cuenta su fecundidad creativa-, deberían ocultar la evidencia: que King es un narrador formidable, dotado de una imaginación difícil de igualar y capaz de transmitir una energía contagiosa. En cuanto alguien lee la primera página de una de sus obras, ya no le queda más remedio que seguir leyendo y leyendo, día y noche, hasta llegar a la última. ¿Cómo no va a ser un artista alguien capaz de causar ese efecto en la gente?
Suscríbete para seguir leyendo