Sergio del Molino ganó el Premio Alfaguara de Novela con Los alemanes, que ya se distribuye en todo el mundo de habla española. Aunque su substrato es la historia de seiscientos alemanes que vivían en Camerún y que se fueron a Zaragoza cuando estalló la Primera Guerra Mundial, el relato remite a la relación que aquella extraña migración tendría luego con las Alemanias que surgieron antes y después de la derrota de Hitler y de los nazis que intentaron ocupar el mundo. El jurado, presidido por Sergio Ramírez, en el que estuvieron también Laura Restrepo, Rosa Montero, Juan José Millás y Manuel Rivas, emitió un veredicto unánime que incluía esta pregunta que remite a la larga conversación que da sentido novelístico al relato de Del Molino: “¿Heredan los hijos la culpa de los padres?” La novela, escrita en Zaragoza, donde vive Sergio del Molino desde la niñez (nació en Madrid en 1979), reúne en torno a la historia a una generación de aquellos supervivientes del viaje desde Camerún que, en ningún momento de la historia, dejó de sentir el latido de Alemania y de lo que ésta supuso en la historia del siglo XX. De esa vigencia, y del escalofrío que para el mundo tiene aún aquel largo episodio que, sobre todo, protagonizó el nazismo, va esta conversación.
P. Es una novela extraordinariamente sentimental en la que parece que cuente una historia propia.
R. Todas las novelas que merecen la pena ser leídas son historias propias. Al escribir un libro adquieres un compromiso muy fuerte, y esta es una novela donde proyecto muchas de mis obsesiones y de mis cosas. Me gusta que utilices el denostado adjetivo sentimental porque yo lo reivindico.
P. Al final de la novela aparece Pablo Bieger, descendiente de aquellos alemanes, que muere antes de que publique el libro. ¿De qué manera le marcó la relación con él para que alcance este protagonismo?
R. Cuando me intereso por la historia de los alemanes de Camerún y empiezo a investigar y enseguida aparece Pablo, él se pone en contacto conmigo y me dice: “Soy un nieto de los alemanes de Camerún, lo sé todo, estoy escribiendo un libro y estoy dispuesto a compartir ciertas cosas contigo”. Pablo era un letraherido, con una vocación de escritor muy potente y una obsesión con su historia familiar y la de su abuelo, que había recopilado y estudiado profundamente. Él mismo era muy sentimental e hizo que toda la historia cobrara mucha importancia para mí. En el propio proceso de escribir el ensayo original sobre esta investigación, Soldados en el jardín de la Paz, Pablo fue muy importante. Su muerte fue un shock, yo ya estaba escribiendo esta novela y le dio un impulso sentimental muy poderoso.
P. Es un libro lleno de patrias: Camerún, España, Alemania, Zaragoza… Y aquí aparece esa palabra, ‘heimat’, patria en alemán, que marca las preocupaciones de los alemanes en todas partes.
R. Vivimos tiempos en los que las patrias están muy vigentes cuando parecía que las habíamos abolido. Una generación atrás no condicionaban tanto. La vuelta de las patrias, pareja a la de la religión, hace que me sienta todavía más lejos porque yo estoy más cerca de los ideales de la Ilustración, ahora cada vez más cuestionados y con menos relevancia. Heimat es una palabra alemana muy problemática porque tiene connotaciones muy fuertes que, por ejemplo, no tiene en España. Tiene una reverberación que tiene que ver con el nazismo y con el provincianismo, porque se utiliza para la patria chica. Cuando los románticos se referían a heimat no lo hacían en relación a Alemania sino a Weimar, a su provincia, a su condado. Tiene una reverberación que me parecía muy sugerente para hablar de las cosas que se pueden trasladar de un idioma a otro y de las que no.
Todavía estamos paralizados acerca del horror que supuso Auschwitz, el horizonte moral, la idea que seguimos teniendo de lo que es el infierno…”
P. Dice de ‘heimat’: “La palabra no habría dejado de ser un mero problema de rima para los poetas si no se hubiera interpuesto Adolf Hitler. Los nazis la sacaron de los ‘lieder’ y la incrustaron en sus discursos, vociferándola por todas partes”. En ese uso del vocablo, ¿qué ecos sintió?
R. No es algo vivido, pero sí es una de mis obsesiones intelectuales y literarias, he leído mucho sobre el tercer Reich, el Holocausto. Yo me siento muy solo, creo que es una reflexión puramente intelectual, por eso se la cedo a Fede [uno de los personajes del libro] que es el más intelectual de toda la novela, el que más piensa las cosas y más las proyecta. No es una obsesión vivida sino una meditación que viene a partir de la digestión de muchísimas lecturas… Todavía estamos paralizados acerca del horror que supuso Auschwitz, el horizonte moral, la idea que seguimos teniendo de lo que es el infierno… Seguimos dándole vueltas de una forma puramente intelectual, no es algo que me rodee, es algo que he leído y que salpica muchas de mis discusiones, intervenciones públicas y mi relación con el mundo de las ideas.
P. Escribe, dándole voz a uno de los personajes: “Tras la guerra, heimat quedó en el vocabulario de los cursis, los folcloristas de pantaloncito corto y sombrero y los vendedores de postales en refugios alpinos (…) Heimat seguía teniendo porquería nazi entre las letras y a muchos le sonaba pegajosa. Pero últimamente había vuelto…”.
R. Me conmueve todo lo que tiene que ver con el nazismo porque también siento mucha proximidad cultural y no me cuesta nada ponerme en el lugar de quienes sufrieron. Quizá porque he leído mucho, es una de mis obsesiones, no puedo evitar tener una carga sentimental fuerte. Siento que las pulsiones que generaba el nazismo siguen latentes en nuestras sociedades, nunca fueron extirpadas del todo, siempre hay una amenaza nazi por algún sitio y, además, de forma insospechada. Creo que uno de los lugares por donde asoma la amenaza nazi es a través del nacionalismo, del provincianismo y de la exaltación del localismo y de toda la gente que se siente muy orgullosa de pertenecer a un sitio, y lo exalta. Ahí siempre hay un germen de algo peligroso y siniestro y no deberíamos olvidar nunca ese horizonte moral. El nazismo me sirve como recordatorio del infierno en el que se puede convertir un lugar si nos dejamos llevar por determinadas nostalgias y sentimientos que son aberrantes y completamente ajenos a mí. Aquí creo que está condensada parte de la reflexión. Pero para mí el nazismo es ese referente, ese horizonte, ese recordatorio constante que nos lleva a decir: No nos descuidemos, esto está agazapado, en cualquier momento puede volver. Y hay un montón de efusiones aparentemente simpáticas, inocuas, que pueden llevarnos otra vez a esa pesadilla.
Hay muchas pulsiones que, en un periodo de paz, estabilidad y en democracia plena probablemente sean inocuas, pero en un contexto oscuro como el que podríamos volver a vivir se pueden convertir en potenciadores de algo siniestro”
P. ¿Lo vislumbra?
R. Estamos al borde de tiempos oscuros. El nacionalismo exaltado, esencialista y mesiánico que ha arraigado en la Rusia de Putin se distingue poco del mesianismo nazi del Tercer Reich… Hay muchas pulsiones que, en un periodo de paz, estabilidad y en democracia plena probablemente sean inocuas y tengan que ver con exaltaciones de postal, pero en un contexto oscuro como el que podríamos volver a vivir se pueden convertir en potenciadores de algo siniestro. Yo no sé hacia dónde vamos ni me atrevo a augurar, pero creo que no vamos a un sitio bonito. Además, la Europa tal y como la hemos conocido hasta ahora corre un severo riesgo de desaparecer. Hay mucha gente que, ensimismada con su propia heimat, no es consciente del peligro y está contribuyendo, siendo un cómplice probablemente involuntario de todo el desastre que puede venir.
P. Todos los monólogos del libro están marcados por esa sensación de que no estamos en el mejor de los tiempos. La homosexualidad, por ejemplo, se insinúa como parte de los problemas de convivencia…
R. Es una pista falsa, parece que es el motor del conflicto entre el padre y el hijo, pero luego vamos descubriendo que hay otros motivos. En esta familia autoritaria que ha vivido alejada de la realidad, construyendo su propio entorno, su propia patria y sus propios códigos y leyes, hay un montón de secretos, de corrientes subterráneas de las que nadie habla nunca. Una característica de los personajes es que nunca se dicen nada, lo dejan para el monólogo interior, pero no se lo cuentan a los demás, no hay nada dicho. Es una novela de silencios absolutos entre ellos, entre padres e hijos, entre hermanos y entre amigos.Todo está sobreentendido y omitido. Como no lo dicen, no se dan por enterados. En este caso, la homosexualidad de Gabi es uno de los subtextos que tiene. Es importante porque es un elemento de identidad que rompe la identidad alemana, la de la familia, y crea un elemento de conflicto de distorsión enorme con el padre.
P. ¿Quiénes son estos alemanes que hablan y hablan? ¿Son los que vinieron a Zaragoza de Camerún o son imaginaciones tuyas?
R. Son imaginaciones mías, pero si el lector acepta la ficción y se introduce en ella, está escuchando el parlamento de unos descendientes, nietos y biznietos de los alemanes de Camerún que han vivido a la sombra de un suceso marginal que para ellos ha supuesto la cadencia que ha marcado a toda su familia y al que deben buena parte de su identidad. Debería estar diluida, pero por la fuerza de sus apellidos, de la costumbre, por cómo se han conocido sus familias, se ha mantenido firme algo que se habría olvidado en la mayoría de las familias y sería un episodio enterrado en lo más profundo del árbol genealógico del que nadie hablaría. Sin embargo, para ellos ese pasado, ese suceso, esa salida de Camerún en 1916 es actual, está presente porque se lo han recordado constantemente y cuando les preguntan por su apellido tienen que explicarlo y así reactualizan toda la historia. A los demás no nos pasa, a mí no me preguntan de dónde viene mi apellido, no tengo que explicar mis orígenes sorianos (risa).
P. Al principio aparece El tambor de hojalata, la novela de Günter Grass. ¿Cómo le ha ayudado a construir esta literatura la literatura de otros?
R. Soy un escritor muy librero, siempre tengo las referencias a mano y hago conexiones de mis libros con otros libros, a veces de forma consciente y otras de forma más soterrada. La conexión es muy parecida a la que tienen los personajes con los muertos en el cementerio. Aquí hay una colonia de alemanes que tiene por costumbre ir los sábados al cementerio alemán a adecentarlo, a honrar a los muertos y a mantenerlos vivos en cierta forma. Al escribir yo hago más o menos lo mismo, visito a los autores muertos que me inspiran. Lo hago en todos mis libros. Quizá en una novela se ve más porque es más sentimental, más obvia, pero para responder con propiedad a tu pregunta haría falta una tesis doctoral (risas). Yo no soy capaz de analizar mi literatura hasta ese nivel.