Este libro, La hora violeta, de Sergio del Molino (Madrid, 1979, pero zaragozano), es un abrazo y un escalofrío que se lee subrayando el dolor y entendiendo, como si fuera nuestro, el padecimiento que se ha de sentir cuando la naturaleza irrumpe y te deja huérfano del hijo que amas, con el que te has reído hasta en las horribles noches del insomnio de la impotencia, que has cuidado con tu mujer (Cris, en este caso) y que desapareció para ambos como del rayo.
Para entrevistarlo por un libro así, tan autobiográfico, tan verdadero, es preciso mirar a los ojos al autor, como para comprobar que ya no hay en la mirada los vestigios del pasado, pero éste es presente, como el libro, así que, en lugar de preguntas, parece que habría que optar por los abrazos.
Sergio del Molino es, de todos modos, el autor de tantos otros libros, algunos tan decisivos como ‘La España vacía’ o ‘La piel’ o ‘Un tal González’, que se diría que ha sabido encapsular la autobiografía para adoptar otros nombres propios, otros episodios que ya son parte de su buena literatura y, debe decirlo el periodista, de su extraordinario corazón, pues no hay mucha gente como él en este oficio que él cumple tan solidario, tan querido.
El periodista leyó este libro, ‘La hora violeta’, cuya edición del décimo aniversario publica Alfaguara (como muchos de sus libros), subrayando, casi cada página, como si el subrayado lo fuera a hacer más duradero, más imprescindible para la memoria que se lo ha apropiado. Este es Sergio del Molino subrayado, ese pelo desordenado sobre unos ojos que parecen teñidos de palabras y de curiosidad, también de alegría.
Ha sido como leer el libro con usted, subrayándolo.
Los libros están hechos de la vida, es como subrayar la vida. Me cuesta distinguir la literatura de la vida. Lo que sé lo he aprendido viviendo y leyendo. La muerte de Pablo [su hijo] fue una experiencia dolorosísima, que nos llevó a los silencios y a las elipsis, a la vez que comprendí los silencios que había en Mortal y rosa, el libro que dedicó Paco Umbral a la muerte de su propio hijo. Descubrí su dolor a partir del mío. Esa secuencia fue como una catarsis muy decisiva a la hora de encontrar el tono que debía tener La hora violeta.
Este libro lo hizo a usted otro escritor u otra persona, o los hechos lo cambiaron?
Los hechos, sin duda. El libro es un reflejo de la transformación, del cambio, de cómo he mirado el mundo desde otra perspectiva, que ya no puede parecerse en nada a la anterior. Escribirlo fue como un acto natural por mi parte, pero muchas veces fue duro. No es, de todos modos, una escritura doliente. Lo doloroso es la experiencia, contarla.
No soy una persona miedosa y creo que además, si lo fuera, no sería el escritor que soy
¿El dolor caduca?
No, el dolor se transforma, se amolda, se metaboliza, se convierte en uno mismo, pero el dolor genuino no mengua. Yo creo que no desaparece nunca un dolor así; otros dolores puede que sí, pero este dolor no caduca. El dolor por la muerte de un hijo no desaparece nunca, nunca.
¿Cómo le han ayudado los libros ajenos?
Me han ayudado a sentirme acompañado. Yo creo que en el dolor es fundamental sentirse acompañado y sentirme comprendido al ver mi experiencia sublimada en otros me ayudó muchísimo. Creo que ese es el gran poder de la literatura y es lo que algunos han podido ver en La hora violeta… No sientes consuelo, pero sí sientes compañía, sientes que no te has desgajado de la condición humana, que sigues siendo parte de la especie y que hay otros que han expresado mucho mejor que tú esas emociones abstractas que te superan, que no sabes qué hacer con ellas y que por eso te sientes completamente alienado… La literatura, en buena medida, te inserta otra vez en la especie humana, en ese flujo del cual el dolor y el trauma te sacan en algún momento. Es un poder que también tiene la música, pero de forma más primaria, más emocional…
Me cuesta distinguir la literatura de la vida. Lo que sé lo he aprendido viviendo y leyendo
¿Es la música, que tanto ensayaba usted con Pablo, una forma de la literatura?
Si yo supiera hacer música no haría literatura. Envidio la música. Si yo supiera hacer música no haría literatura, que es algo que haces porque no puedes hacer música. Por eso me gusta mucho incorporarla a mis libros. ¡Pero no sé ni cantar!
Eso lo confiesa en el libro…
Tengo buen oído, pero soy un negado para la interpretación y apenas he rasgado una gritaba alguna vez… El poder que tiene la música no lo tiene ningún arte. La literatura exige una mediación intelectual, una decodificación, mientras que la música precisa de la abstracción, del silencio, de la intimidad, como si directamente se metiera en el torrente sanguíneo. Pero a mi me gusta que mis libros se parezcan lo más posible a la música, provocar un efecto parecido al de la música.
Es imposible concebir La hora violeta sin la música que contiene…
Sí, todos mis libros suelen tener música; a veces está entreverada, porque la música es paisaje, una proyección de los estados de ánimo, y siempre funciona, en literatura, de una forma muy parecida a como actúa en el cine… Yo creo que la literatura española en general muestra una narrativa bastante sorda y bastante poco sensible a la música. Para mi es importante que los libros lleven su banda sonora, de modo que eso permita al lector a salirse del libro para buscar canciones, sonidos, que reconoce y que no son literarios hasta hacer que el libro tenga una presencia más intensa dentro de su vida…
Después de este libro, ¿cómo nació el siguiente?
La escritura siguiente fue muy desinhibida. La hora violeta en realidad me hizo mucho menos pudoroso. Rebasó todas las barreras del pudor y me hizo comprender el poder de la literatura autobiográfica, el poder del yo, el poder de la primera persona… Sin este trauma, sin esta experiencia, yo no habría sentido nunca la necesidad de describir de una forma tan descarnada el dolor, ni habría descubierto el inmenso poder de la desnudez. Esa forma de intimismo te permite contar el mundo entero a partir de una anécdota mínima. Y eso no lo hubiera descubierto sin este libro.
¿Cómo le hizo como persona este suceso que aún dura?
Son difíciles de separar la persona y el escritor. Creo que permea y condiciona la mirada, hasta mis opiniones políticas pienso a veces que están filtradas a través de esta experiencia. Creo que este libro, y lo que lleva dentro, me ayudó a darle orden a las prioridades de la vida, a deslindar lo importante de lo accesorio. Así que la ética y la estética que manejo vienen prácticamente de ahí, de ahí mis novelas y mis ensayos, y mis columnas, están condicionados por esta circunstancia, aunque sea de forma inconsciente. La España vacía está contenida de esta experiencia, y es una autocrítica de lo que había hecho anteriormente… Por ejemplo, yo fui ajeno al 15M; ocurrió cuando Pablo estaba hospitalizado y yo estaba fuera del mundo. Cuando salí vi que había cambiado la política, de repente había gente que nunca había tenido interés por la política y otra que de pronto parecía Lenin. El hecho de no haber estado, de haber estado ausente en ese momento de transformación social y política tan importante, marca mucho las actitudes posteriores. Y eso también se ve en la literatura.
El gran poder de la literatura es que sientes compañía, sientes que no te has desgajado de la condición humana
Cuando empecé ahora a leer el libro decidí subrayarlo. Me pregunté cómo hacerlo, en función de qué criterios, y casi lo subrayo todo. ¿Cuál sería su subrayado de La hora violeta?
Es que yo no te puedo responder a eso, porque mi función es tachar y tachar y tachar. Yo no puedo subrayar, yo tacho. Soy incapaz de leer este libro como si fuera otra persona. Sí he podido subrayar el de Umbral, Mortal y rosa, sin piedad, porque los libros que subrayas mucho quedan como maltratados. Cuando más maltrato un libro más siento que estoy haciendo un mayor elogio al autor.
El niño es Pablo. Siempre es Pablo. Sigue estando aquel niño.
Muchas veces todo lo que pasó se hace vigente, por lo que significó, por lo que siegue estando. Cuando escribo de la enfermedad, por ejemplo, o de la sanidad, cuando escribo de mi propia enfermedad, aparece mi hijo, por mil rincones, es una presencia normal en mi vida, en nuestras vidas. A veces esos son los subrayados que me vienen de aquella época y de la escritura de este libro.
En el libro hay mucho frío. El frío intenso del mundo. Y hay también miedo, el miedo tenía la raíz en ese frío.
En buena medida sí…
¿La escritura le ha hecho perder el miedo?
El miedo me ha hecho perder el miedo. No creo que me saturara de miedo. Ahora es una sensación que rara vez siento… No soy una persona miedosa y creo que además, si lo fuera, no sería el escritor que soy, es decir, no me dedicaría a lo que me dedico.
La escritura de este libro será diferente a las anteriores, a las que vinieron, a las que vendrán. ¿Cómo es usted, como escritor, después de un libro como este?
De repente me he visto como en un registro solemne, pero yo nunca he abandonado la ironía e incluso el sarcasmo, de modo que La hora violeta está atravesada también por el humor y la ironía, aunque a algunos lectores les pueda sorprender. Gracias a eso se rompe en algún momento el tono solemne al que me expongo. No me considero ya un escritor especialmente frívolo, como era antes, y siento que ya no podré ser un escritor superficial, que me hubiera gustado. La propia vida y los propios libros que he querido me han impuesto otro tono, me han llevado a otro territorio. No fue una decisión: se ha ido imponiendo. Yo querría ser menos solemne de lo que soy.
¿Cómo fue el proceso de escritura? ¿Fue a la vez que ocurrieron los hechos o después de que éstos tuvieran lugar?
Siempre tomaba notas. No era un diario sistemático, pero sí era un dietario de cuadernos que se iban llenando sin ánimo de darle consistencia narrativa. Después sí me senté. Aquellas notas pasaron al núcleo duro del libro. Las decisiones que tomé no tienen que ver con otra cosa que con el orden que le di a los hechos y a los recuerdos.
Si yo supiera hacer música no haría literatura, que es algo que haces porque no puedes hacer música
Lo que ocurrió, la muerte de Pablo, el libro que vino luego… Todo lo habrá hecho otra persona…
Por completo. No me reconozco en la persona que era antes. Y de hecho hay amigos que no pudieron pasar esa barrera.
Hay una gran ternura; a usted le aterra quedarse solo con el niño, pero trata de fingir que no le importa. Esa soledad debe ser inenarrable. Usted la aborda.
Es lo más difícil, sobre todo al principio, en las primeras semanas. Creo que es una experiencia compartida por todos los padres en mi situación: estar a la altura, fingir que eres capaz de dominar una situación que no dominas. No sabes cómo enderezar esa situación que parece la de un barco que se hunde. Ese fingimiento se lleva la mayor parte de tu energía y además evita que no te derrumbes porque tienes que estar ahí, porque no hay otra alternativa… No puedes huir, no puedes delegar en nadie… No puedes permitirte el lujo de renegar de todo y de no estar para nadie y de no tener que dar ninguna explicación… Has de mantenerte en pie: ese es el imperativo, y es lo más difícil al principio.
Cris, su mujer, la madre del niño, está ahí, es un baluarte.
Está por todas partes, siempre está ahí… Ahora el libro está fijado, diez años después es el libro que escribí entonces, que vivimos juntos y que ahora es nuestro, a lo largo del tiempo se ha ido fijando la vida y también se ha ido fijando el texto que se ha llamado La hora violeta, que nos sigue acompañando.