Ahí hace este anuncio, en la página postrera de la novela que este jueves sale a la venta: “Ahora, me gustaría escribir sobre Sartre, que fue mi maestro de joven. Será lo último que haré”.
Esta entrevista fue respondida por el Nobel a partir de un cuestionario, cuya transcripción, con las respuestas, resultan una explicación variada de los distintos aspectos de esta obra tan decisiva en su larga vida de novelista. Aquí confiesa que, escribiendo de uno de los personajes reales del libro, lloró a mares (“como debe ser”) en la soledad de su casa de Madrid.
Ha escrito una especie de ‘Quijote’ peruano sobre un personaje que busca todo lo que hay sobre una ciencia, una música o un hecho y se vuelve loco, como el de Cervantes. ¿Siente que esa puede ser una interpretación adecuada de la peripecia humana que narra en su novela?
Toño Azpilcueta no se vuelve un poco loco imaginando aventuras, sino persiguiendo una idea fija sobre el papel integrador de la música criolla, pero siempre cabe añadir una dimensión humana a las novelas que se escriben y esta, por supuesto, sería una visión muy exacta del personaje y de su historia.
Ese enloquecimiento de Toño Azpilcueta domina su libro, pero hay zonas de sosiego en los que el narrador explica un país ideal en el que la música, el vals peruano, puede ser el punto de unión de actitudes y de ciudadanos. Esa alegría que da la música es también parte del patriotismo que exalta el narrador. ¿Se siente usted identificado en este personaje que va contando la relación de Perú con su historia y con su música?
Claro que sí, de hecho, la música, el vals peruano, ha sido para mí un punto de unión con mis orígenes y ha jugado un papel de unión de actitudes y de ciudadanos. Esa alegría que da la música a Azpilcueta debería ser el patriotismo al que alude el narrador. Me siento muy identificado con el personaje, con su amor y orgullo por lo propio, e incluso con sus ilusiones utópicas.
Algunos vemos en ‘Le dedico mi silencio’ aproximaciones, desde el humor, sobre todo, a ‘La tía Julia y el escribidor’. Aquí están, otra vez, la radio novela, lo popular, una Lima ya perdida que sin embargo revive en su libro. ¿Circula también por ahí la novela que ha escrito?
La radio, la novela y lo que enumeras es lo que me evocan siempre mis recuerdos felices del Perú. Te cuento además que el título fue una colaboración de Maribel Luque, de la agencia Carmen Balcells, porque yo quería que el título fuera ‘Un champancito, hermanito’. Pero sabíamos que nadie entendería esa alusión patriótica; es una frase que alude a la “huachafería” y que sólo se entiende en un sector del Perú, así que recurrí a los buenos oficios de mi agencia y de mi editorial y, ahora, tengo que reconocerlo, me gusta más este título.
¿Cuándo escribe le vienen a visitar otras escrituras propias, sueños que ha tenido, además de los estilos que anteceden a lo que escribe en estos momentos?
Las historias y los personajes me van apareciendo y dictando sus ideas a medida que surgen. Y, cuando los atrapo, casi diría que se van construyendo ellos mismos. Cuando escribo, me vienen a la cabeza toda clase de invenciones y escojo las más especiales, desde luego, al menos las que lo son para mí. Este libro en particular tiene mucho de mis tempranos recuerdos del Perú, desde los paisajes hasta la música, y ciertos personajes. Conocí Puerto Eten de pequeño y tenía un recuerdo vago.
La música criolla es el sonido de este libro. ¿Desde cuándo tiene ese sonido como el ambiente de una novela que finalmente ha llegado a ser esta?
“La música criolla es el sonido de este libro”, me gusta esa frase. Mientras escribía iba oyendo esas canciones que fueron parte de mi juventud y adolescencia, las oía y las leía. Las vivía. Por eso, la novela que he escrito es casi la que más cariño me despierta de todas las que he hecho. Y me gustaría que los lectores refrendaran esas fantasías de Toño Azpilcueta conmigo.
Para Alonso Cueto, Toño Azpilcueta representa la idea del escritor como quien puede revelar el secreto de las claves que permiten una sociedad armónica. ¿Hay una utopía de Perú que marca su manera de ver su país a partir de la música?
A medida que avanzaba en la historia me asaltaban montones de ideas, algunas de ellas están plasmadas en el libro, y son, seguramente, mi visión del país, un sentimiento que podría definir como una mezcla de ternura y horror al mismo tiempo. Y de ilusiones frustradas, utopías fracasadas.
Ha ido con sus hijos a los escenarios del libro y, como usted, ellos fueron asaltados por el horrible espanto del basural que se describe en su novela. ¿Cómo marcó esa visión la escritura definitiva de ‘Le dedico mi silencio’?
El viaje a la costa norte del Perú fue indispensable para escribir esta novela, por mi infancia llena de médanos y olas bravas. Regresé después de mucho tiempo y no sólo me permitió recordar lugares y paisajes que tenía desdibujados. Por ejemplo, ver el horrible espanto de ese basural de Reque, para usar sus palabras, me hizo tomar contacto con esa parte de la realidad peruana que no nos gusta. A medida que pasan los años y uno se vuelve más viejo, todo se va convirtiendo en un mundanal ruido. Por eso, ese viaje fue tan especial, también en lo familiar porque fuimos los cuatro sin acompañamiento ni ayuda, por tierra, lanzados a la aventura. La estructura definida de ‘Le dedico mi silencio’ es la forma en la que la organicé y pensé en aquel viaje.
La basura y las ratas son símbolos tremendos de esa realidad cuyo contrapunto es la música, donde nace Lalo Molfino. ¿Ese contraste estaba en la esencia de sus primeras ideas a la hora de abordar el libro o fue aquella visita la que desató lo que sería la descripción de ese mundo?
La historia de Lalo Molfino está hecha de terribles historias y de grandes ideas. Las ratas de su cuna fueron una ocurrencia durante la visita a Puerto Eten, y la seguí, como todo lo que va captando, en un momento determinado, un personaje al que quiero, y ya no puede ser de otra manera. Al mismo tiempo, ese origen terrible da pie a la duda que recorre el libro y es si él se enteró alguna vez de si lo habían dejado, al nacer, en la basura.
Aparecen los cajoneros, figura que nace en Perú y que en España ha sido realzada recientemente por el rey Felipe VI. ¿Qué le parece que un monarca se declare apasionado de este símbolo que ustedes trajeron al mundo?
Felipe VI es un gran rey y nada me puede gustar más que este monarca, que representa a España de manera tan profesional y seria, realce la figura de los cajoneros, un aspecto más de la música y la cultura, en este caso, una hechura de los peruanos.
Cecilia Barraza y Chabuca Granda son dos personajes reales, con otros muchos, que transitan por la novela. Estas apariciones hacen que, en la lectura, naveguemos entre la realidad y la ficción. ¿Usted, como creador de esta fábula, se ha sentido, ante personajes así, inventados o reales, que todos parecen estar entre la ficción y la realidad? ¿O es, Mario, que la realidad es la ficción por otros medios, como en ‘La verdad de las mentiras’?
Chabuca Granda es un personaje universal, alguien que llevó la música peruana a los centros más importantes del mundo. Cecilia Barraza es una cancionista maravillosa con una voz inigualable. A mí me la descubrió Augusto Ferrando, una figura popular de la televisión y la radio que llenaba su programa hípico con manantiales de música peruana. Me acuerdo mucho de cuando la oí por primera vez, era una voz pura y sin mezclas, que interpretaba las canciones de manera maravillosa y exigente. Era imposible descubrir algunas notas de más o de menos en esas melodías. Desde entonces he tenido un culto por Cecilia Barraza que me ha parecido la mejor. Es posible que otras sean más vistosas y estrafalarias pero, para mí, Cecilia Barraza es la esencia misma de la música peruana. Y he pasado muchas tardes aquí, en la soledad de Madrid, escuchándola y llorando a mares, como debe ser. Ambos personajes no podían faltar en la novela.
‘Le dedico mi silencio’
Mario Vargas Llosa
Alfaguara
236 páginas | 19,85 euros
“La vida de mi padre es un viaje perpetuo”
Al teléfono, desde Lima, Morgana Vargas Llosa, la hija menor de Patricia y de Mario, rememora el tiempo que ella y sus hermanos, Álvaro y Gonzalo, le dedicaron a su padre para que éste visitara la geografía de la que ahora resultará ser el escenario de su última novela, ‘Le dedico mi silencio’.
Álvaro, Gonzalo y Morgana fueron con su padre a los altos del Perú y adonde hiciera falta para hacer con él el trabajo de campo que siempre hace cuando se le ocurren los libros (como pasó con ‘El paraíso en la otra esquina’, que ocurrió en Tahití, o con ‘La fiesta del Chivo’, que pasó en la República Dominicana). Patricia, su mujer, ha sido parte también de esos viajes por el mundo, pero en este caso peruano fueron los tres hijos los que le ayudaron a regresar a una geografía que él asociaba a partes de su infancia.
Ha sido la búsqueda de una novela sobre la música, pasión de Vargas Llosa desde la niñez, que lo llevó a hacer música, y ahora a concluir su vida dedicada a la ficción literaria con un libro que le hace justicia a esa pasión infantil. Morgana le ha visto hacer los borradores, que para eso sirven los viajes, y en concreto le ha servido este por Perú. “A él le gusta ir a los escenarios, a los lugares, y ahora fue en busca de sitios que fueron de su infancia para precisar aquellos que podían servirle para situar a personajes, como el protagonista Lalo Molfino, que vivió en un lugar especialmente arisco de Perú… Hizo lo propio con Palestina, adonde lo acompañé, y en el Congo, escenarios de sus trabajos. Por supuesto, luego hay lugares que se inventa en las novelas, pero en este caso fuimos con él a sitios concretos de los que nace su presente ficción”.
En el caso de esta novela, él y sus hijos fueron a Puerto Eten, al norte de Perú, donde sitúa el nacimiento, en un lugar difícil, de Lalo Molfino… Dice Morgana: “Está en el norte; mi padre tenía el recuerdo del sitio de cuando era muy niño, recordaba la costa, el mar, el ferrocarril. Ahí sitúa al protagonista, un chico abandonado por sus padres en un basural de donde lo recoge el cura, que le da su apellido…”.
El viaje se hizo por carretera, “tal cual, en carro, porque él quería tener la sensación de viaje, tomando notas, como siempre hace”.
Durante este y otros viajes de sus años juntos, Álvaro Vargas Llosa no ha cesado de acompañarlo, como Gonzalo; en esta ocasión, y en los últimos tiempos, además, Álvaro, periodista como el padre, fue el fotógrafo principal de los distintos trayectos de la novela.
Álvaro subraya que su padre “visita los escenarios de sus novelas sólo después de tener un borrador terminado”. Éste viaje se hizo en 2022. “Todo el viaje, que fue a lo largo de la costa, lo hicimos en coche, sin chófer ni otra compañía que nosotros mismos. El trayecto de Lima a Trujillo, donde pasamos la primera noche, tarda unas ocho horas y de allí a Chiclayo (la ciudad que está más cerca de Puerto Eten) hay otras tres horas y media de camino. Ese segundo tramo lo hicimos el segundo día”.
Cerca de Puerto Eten está el vertedero (Reten) que evoca Morgana. Álvaro subraya que “esa acumulación extraordinaria de basura” es protagonista de la ficción de su padre y constituye un personaje “casi tan importante como Toño Azpilcueta o Lalo Molfino”.
Como en ‘La tía Julia y el escribidor’ y en ‘La Casa Verde’, la música forma parte de su novela. Y, como Perú, es imposible no apreciar en este largo viaje de Vargas Llosa por las entrañas de su país el amor que siempre tuvo por esa geografía humana que ahora es protagonista absoluto de su novela más musical, y la última.