Stephen King sigue produciendo a un ritmo de martillo pilón. Su última novela publicada en España es ‘Holly’ (Plaza & Janés), más bien un ‘thriller’ en el que da papel protagonista a la detective privada que fue personaje secundario en ‘Mr. Mercedes’, ‘Quien pierde paga’ y ‘El visitante’. Pero tras él siguen llegando nuevas voces. Y de autores, que a diferencia de lo que sucede en la fantasía o la ciencia ficción, no están en plena guerra cultural contra el legando de los grandes del género a los que reformulan desde diversos frentes, sino que respetan hasta la veneración al gran clásico vivo. Aunque también deberíamos añadir como referente en el canon de las nuevas olas del terror a Shirley Jackson (y recordar que sí están metiéndole importantes meneos a Lovecraft).
María Pérez de San Román, editora del sello especializado La Biblioteca de Carfax, detecta un buen momento y un incremento de “producción, de traducción y publicación en España, de calidad y de interés de los lectores”. Aunque relativicemos. “Ojalá toda esa gente que es fan del cine de terror se volcara en la literatura…” En este buen momento también cuenta que los géneros fantásticos aparezcan cada vez más en las obras de los escritores ‘mainstream’. Algo que, señaló la grande del género en lengua española Mariana Enríquez en el reciente festival 42, tiene sus peligros. “Se convirtió en un género prestigioso, y ahora hay un montón de escritores que no tienen idea de género y se ponen a escribir género sin haber leído nunca nada, Cuando ves esas novelas de los escritores ‘literarios’ de terror, son vergonzosas”.
Ese no es el caso de cinco autores con obra publicada recientemente en España, y con quienes hemos podido hablar. Cuatro de ellos despegaron gracias a un elogio de King, prolífico autor primero de ‘blurbs’, frases elogiosas para fajas o portadas, y luego de tuits. “Los escritores y cineastas jóvenes necesitan que se les eche una mano (…) y siempre me he sentido como un evangelista cuando se trata de la cultura popular”.
Stephen Graham Jones
Stephen Graham Jones (Midland, Texas, 1972) colecciona premios Bram Stoker y Shirley Jackson, las medallas al honor en el género de hacer que el lector dude en apagar la luz al acostarse. Aunque su popularidad se ha disparado cuando dio un giro a su carrera con sus últimas novelas, ‘El único indio bueno’ (2020), ‘La noche de los maniquís’ y la recién publicada en España (como las anteriores, por La Biblioteca de Carfax y en traducción de Manuel de los Reyes) ‘Mi corazón es una motosierra’. Este miembro de la nación india de los pies negros acaba de pasar por Madrid y Barcelona. Profesor de Literatura en la Universidad de Colorado, tiene también mucho qué decir sobre el género que cultiva y su materia prima, el miedo. Del que dice que forma parte de nuestra programación desde que éramos unos monos inválidos en la sabana, por lo que “ese subidón nos hace sentir humanos”, y aún más el alivio de que no sea real, “ese sentimiento de estar vivo, de haber sobrevivido”.
El epítome de esa sensación es la ‘final girl’, la chicha que sobrevive a la cadena de asesinatos, el prototipo del cine ‘slasher’ que tiene obsesionado a la protagonista de ‘Mi corazón es una motosierra’, una chica que descolocada, que se autolesiona y vive junto a un lago con un secreto en su interior. Y que escribe para su profesor una guía sobre el género que es un interesante ‘bonus track’ de la novela.
Stephen Graham Jones empezó con libros que fueron encasillados por su relación con los indígenas norteamericanos. Reaccionó escribiendo, bien novelas literarias más experimentales, bien novelas de terror más ‘pulp’. Hasta que hace poco decisió “combinar esa formación literaria para escribir novelas de horror”. “Era dos escritores y entonces volví a ser un escritor”, admite.
En su libro hay un cementerio cristiano bajo las aguas (le quiso dar la vuelta al tópico del cementerio indio, que considera una metáfora del “sentimiento de culpa de EEUU hacia su pasado”) pero también una urbanización de lujo. Gentrificación, algo que considera un fenómeno paralelo a la colonización o a la posesión de un individuo: solo cambia la escala.
Catriona Ward
Con cuatro libros publicados en España en los últimos dos años, Catriona Ward está que se sale. Tuvo un empujón descomunal cuando el Rey dijo que “la expectación que está levantando ‘La última casa de Needle Street’ es real (…) no he leído tanda tan excitante desde ‘Gone girl’” y un mes antes de publicar ‘Sundial’ advertía a los fans, en mayúsculas, “NO ES PERDÁIS ESTE LIBRO. Auténticamente terrorífico”. Hablamos con ella de estos dos libros, y de ‘La pequeña Eva’, en sus dos visitas al Festival Celsius, a donde volverá este verano para presentar la recién publicada ‘La bahía del espejo’ (publicada en Runas con traducción de Cristina Macía, como las anteriores). Y en ella sigue perfeccionando la fórmula que le funciona: orfebrería técnica para desvelar un final inesperado que cuestiona todo lo leído hasta ese momento y confusión permanente entre memoria, realidad y locura. En esta ocasión, los recuerdos de unos veranos de juventud en la costa de, sí, Maine, con un asesino suelto y una cueva inquietante.
Cómo nos explicó su inicio en el género podría ser una novela en sí misma. Cada verano lo pasaba en una mansión en Dartmoor, en los páramos de Devon. “Esta experiencia que tuve desde los 13 años es el terror más profundo que he experimentado nunca. Siento que lo estoy introduciendo en todas mis novelas. En la cama, sentía realmente una mano que me agarraba por la espalda y me sacaba de la cama y me hacía caminar. Sigo experimentando estas alucinaciones, aunque cuando cumplí los 30 ya tuvieron un diagnóstico, como alucinaciones hipnanógicas, y sigo sintiendo el mismo miedo”.
Thomas Olde Heuveld
Thomas Olde Heuveld (Nimega, Países Bajos, 1983) pasó por tres años de bloqueo creativo, prisionero de las expectativas despertadas por el éxito de ‘Hex’, su primera novela traducida internacionalmente. Esa es una forma específica de horror que conjuró con su siguiente libro ‘Eco’ (Ed. Nocturna, en traducción de Ana Isabel Sánchez), que estos días ha presentado en España. ‘Hex’ era la historia terrorífica con pinceladas de humor de un pueblo del interior de Nueva York (holandés en su primera versión) que convive con las apariciones de una bruja con los ojos y boca cosidos desde hace siglos, un secreto a la vista de todos. En ‘Eco’ fuerza la máquina enfrentándose al espíritu de una montaña de los Alpes.
«Cuando ‘Hex’ explotó como lo hizo, cuando Stephen King tuiteó sobre el libro [«Una bruja maldita mantiene prisionera ciudad del interior de Nueva York. Es total y brillantemente original»] todos mis sueños se hicieron realidad», dice de quien considera «un narrador maravilloso, que ha influenciado a múltiples generaciones, y muy generoso». Eso, explica le creó una presión enorme. «No quería escribir un ‘Hex 2.0’. Quería reinventarme y hacer algo diferente. Intenté dar un giro nuevo a un arquetipo clásico. En ‘Hex’ la bruja, en ‘Eco’ la posesión», nos explicaba Heuveld la semana pasada en Barcelona. Esa presión le llevó también a buscar una narrativa más compleja, menos lineal.
En su último libro, Heutveld recurre a su experiencia como alpinista. “Yo no soy creyente, pero lo más importante es que cuando estás allí, sientes que las montañas tienen un alma. Que son seres vivientes. Y cada una es diferente. Algunas son acogedoras y otras todo lo contrario. Las notas hostiles, no quieren que estés allí. Racionalmente, te pueden matar las tormentas, el frío, las rocas que caen. El error humano de hecho es lo más mortífero, porque son gigantes, y siempre serán más fuertes que tú. Pero me pregunté qué tal estaría retratar una montaña como si estuviera viva. Y ‘Eco’ es la historia de un montañero que sufre un accidente en una montaña y es poseído por su espíritu. Como ‘El exorcista’, pero sin demonios ni sacerdotes, solo una fuerza de la naturaleza”.
Elementos sobrenaturales infiltrados en lo cotidiano. Una de las bases de la narrativa de Stephen King o Shirley Jackson. “La literatura de horror cuando es buena toca tanto los horrores sobrenaturales y supersticiones y los miedos prácticos, y miedos profundos como perder tu salud mental y a quien quieres. Las cosas a las que todos tenemos miedo, básicamente”, concluye.
Grady Hendrix
A Grady Hendrix, que sepamos, Stephen King no le ha dado ninguna palmada en la espalda. Quizá es un poco demasiado frivolón para él. Pero Hendrix sí que reverencia al de Porland: hizo un maratón de reseñas de la obra para el portal de su editorial, Tor, que le llevó a leer y reseñar por orden de publicación durante cinco años “38 novelas, 15 novelas cortas, 111 relatos y 5 poemas” de King. En su última novela, ‘Cómo vender una casa encantada’ (Minotauro, Trad. de Pilar de la Peña), que presentó en Barcelona casi coincidiendo con Halloween, la casa encantada en un McGuffin que nos lleva a un títere usado en obras de polichinelas de tema cristiano, pero poseído. Hendrix tiene siempre en su maletín de herramientas el humor, pero como instrumento “para que el lector baje la guardia; le has de hacer que olvide que se trata de una novela de terror, y de golpe recordárselo”. Desacomplejadamente reivindicativo de la cultura pulp (mezclada con el ‘southern gothic’; nació en Carolina del Sur) en todos sus libros (‘Horrorstör’, ‘Guía del club de lectura para matar vampiros’, ‘El exorcismo de mi mejor amiga’), en el último se recrea en lo inquietante que tienen las muñecas.
Paul Tremblay
Aunque a diferencia de los cuatro anteriores no hayamos tenido oportunidad de hablar recientemente con él de su lbro, esta cadena de recomendaciones quedaría coja sin Paul Tremblay, quien si se ha prestado a elogiar a Hendrix. Mucho más directa es la relación de este con el maestro, lanzado al estrellato en 2015 por otra de esos generosos elogios («’Una cabeza llena de fantasmas’ me mató de miedo, y eso que a mí es bastante difícil asustarme»). Su última novela publicada en España es ‘El club de los portaféretros’ (Nocturna, Trad. de Manuel de los Reyes). Al igual que las novelas de Hendrix, plagada de referencias pop de infancias o adolescencias en los 80 y 90. Y con un grupo de chavales obsesionados por los entierros (y desenterramientos).