La ruta de las pasarelas nace en la plaza principal de Alquézar (Huesca), un pueblo que hace cuarenta años parecía destinado a la ruina, agonizante en un cerro bajo la mirada omnipresente de la Colegiata de Santa María la Mayor, y que ahora luce rehabilitado, lleno de turistas. Muchos van con traje de baño, para hacer uno de los descensos de cañones más populares y asequibles del Pirineo. Y otros se dirigen a esta senda elevada sobre el río Vero. Dicen que 120.000 personas la pisan cada año.
El nombre de Alquézar, cuyo origen se remonta al siglo IX, proviene del árabe ‘al qaçr’, el fuerte. Dice nuestro guía que por estos lugares pasaban las tropas musulmanas que iban de Alquézar a Barbastro. Desde 1982 es conjunto histórico-artístico, y, como botón de muestra de sus buenos tiempos actuales, desde hace dos años forma parte del grupo Best Tourism Village, una iniciativa global de la Organización Mundial de Turismo que destaca los pueblos en los que el turismo ayuda a preservar la cultura y las tradiciones. Actualmente hay sesenta y seis empresas en el municipio que promueven el turismo sostenible, según la OMT.
La ruta tiene tres tramos bien diferenciados, que en total requieren unas dos horas de esfuerzo llevadero, sobre todo cuando no aprieta el calor (el último kilómetro está muy expuesto al sol, avisan en la web). El primer tramo desciende desde Alquézar al río por el Barranco de la Fuente, entre covachos y una vegetación adaptada a la humedad y frescura propia de estas gargantas. En el segundo ya empezamos a pisar las pasarelas metálicas que sustituyeron en 2003 a la vieja estructura de hormigón que usaban los empleados de la antigua central hidroeléctrica de Alquézar a mediados del siglo XX. El tercero es el más moderno, inaugurado en 2015, donde las pasarelas se elevan entre cinco y veinte metros sobre el cauce del río Vero.
La antigua central hidroeléctrica se instaló allí aprovechando un viejo molino harinero del siglo XV. Décadas atrás, los jóvenes aliviaban el calor del verano en esa poza que ahora marca la mitad de nuestro camino.
El cañón del Vero se extiende unos nueve kilómetros desde el nacimiento del río, en Fuente de Belarra (Lecina), hasta este punto, aunque el recorrido entre recovecos que hacen los turistas de las pasarelas metálicas tiene unos tres kilómetros, o quizá menos. La naturaleza ha necesitado siete millones de años de agua, hielo y erosión para abrir este tajo tan abrumador en la roca, un sistema único de galerías, cuevas y cañones que es una referencia europea de los aficionados a los barrancos, sobre todo de los franceses, que descubrieron la sierra de Guara a final de los años 70 del siglo pasado. Cada fin de semana, muchos se lanzan al agua en Rodellar, y otros aquí, en el Vero, más asequible.
Al final de la pasarela hay una puerta cerrada que impide hacer el recorrido en sentido contrario. Y luego un mirador que acabará en la carpeta de fotografías de todos los móviles. En el horizonte, allá arriba, Alquézar, ocre, pluscuamperfecto. En la zona central el último tramo de las pasarelas, y a la derecha, las paredes del cañón. Pero el mirador no es el final. Faltan otros veinte minutos de subida por una pista de tierra hasta el pueblo.