En una entrevista que él y Brad Pitt concedieron a dúo recientemente, George Clooney confesó sentirse algo “irritado” con Quentin Tarantino, que anteriormente había dicho de él que “ya no es una estrella”. Y recordar el motivo de ese desencuentro resulta pertinente al hablar de la primera película que Clooney y Pitt han rodado juntos en más de 15 años, ‘Wolfs’, presentada hoy fuera de concurso en la Mostra de Venecia. De entrada, porque la compañía que la ha producido, Apple TV+, ha decidido estrenarla directamente en su plataforma de ‘streaming’ -el próximo 25 de septiembre– en la mayor parte del mundo, sin dejarla pasar antes por los cines, y eso sugiere que los ejecutivos de la empresa no confían en la capacidad de la pareja para atraer a la gente a verla en salas. ¿Será porque no los consideran estrellas o porque, en cambio, asumen que a estas alturas el estrellato en Hollywood tiene un valor puramente simbólico, como el de una placa conmemorativa? Para el caso es lo mismo. “Es evidente que estamos en declive”, ha afirmado Clooney al respecto, tal vez no del todo bromeando. “Cuando Brad y yo éramos jóvenes, los grandes estudios protegían a sus actores insignia, y ponían toda una maquinaria de promoción a su servicio. Actualmente la industria se ha democratizado y, francamente, me parece algo positivo”.
Lo que pasa es que ‘Wolfs’, por otra parte, justifica su propia existencia exclusivamente escudándose en el supuesto poder de atracción que le otorga la mera presencia de Clooney y Pitt en el centro de su reparto. Protagonizada por dos facilitadores -tipos que se dedican a limpiar escenas de crímenes de pruebas incriminatorias- que son contratados para un mismo trabajo, y que deben aprender a resolver sus diferencias mientras tratan de salir airosos de un enredo relacionado con un alijo de drogas, trae a la memoria ‘Límite: 48 horas’ (1982), ‘Tango y Cash’ (1989) y, en realidad, casi cualquier ‘buddy movie’ que se nos ocurra. Y entretanto, decimos, resulta casi insultante por la desfachatez con la que se muestra convencida de que para seducir al público no necesita proporcionarle más que una sucesión de escenas en las que el bueno de George y el bueno de Brad se dedican a intercambiar pullas, y con la que su director, Jon Watts -responsable de las tres películas de la saga ‘Spider-Man’ protagonizadas por Tom Holland-. se contenta con ofrecer una mezcla de comedia, intriga y cine de acción que ni resulta suficientemente graciosa, ni genera un mínimo de suspense ni incluye un solo tiroteo o una persecución memorables. A decir verdad, ‘Wolfs’ es una película ideal para para ser consumida en ‘streaming’, porque exige del espectador una atención muy limitada y, por tanto, le permite compatibilizar su visionado con otras actividades más relevantes como contestar emails, o planchar camisas.
Una obra monumental
Probablemente tenga su lógica que una película titulada ‘The Brutalist’ en alusión a un estilo arquitectónico basado en la enormidad y la rotundidad sea ella misma enorme y rotunda. Tercer largometraje como director del también actor Brady Corbet, ha llegado a la Mostra exhibiendo hechuras monumentales. Cuenta una historia que transcurre a lo largo de tres décadas, y que para ello utiliza tres horas y media de metraje en las que se incluyen 15 minutos de intermedio. Además, es la primera película en seis décadas que ha sido rodada en VistaVision, formato creado en los años 50 que permite una calidad de imagen extraordinaria. Y, de momento, es la única de las obras presentadas a competición en la presente edición del certamen merecedora del León de Oro.
Su protagonista es un húngaro superviviente del Holocausto que, tras llegar a Estados Unidos después de la guerra, es contratado por un millonario para que construya un edificio gigantesco que acogerá un centro comunitario, y que a lo largo de los años posteriores mantiene con su poderoso mecenas un duelo de egos condenado a acabar en tragedia. Mientras lo observa, ‘The Brutalist’ exhibe una voluntad de riesgo excepcional, conexiones con títulos como ‘Érase una vez en América’ (1984) y ‘Pozos de ambición’ (2007) y un apabullante trabajo actoral de Adrien Brody -¿el mejor de su carrera?- en la piel de un hombre tan frágil como arrogante, propone ideas relacionadas no solo con la arquitectura sino también con lo que significa ser un artista, la historia de Europa, la identidad judía y el antisemitismo, la experiencia inmigrante, la corrupción moral que provocan el poder y el dinero y no pocos asuntos más. Y, aunque puede que no llegue a estar a la altura de sus mastodónticas aspiraciones, resulta imposible no sentirse apabullado por su ambición y su intrepidez.
Por lo que respecta a la otra película a concurso en la Mostra presentadas hoy, ‘I’m Still Here’, es la primera del brasileño Walter Salles en 12 años. Con ella, el director de ‘Estación central de Brasil’ (1998) y ‘Diarios de motocicleta’ (2004) recuerda los crímenes de Estado cometidos en su país durante la dictadura militar, y para ello recrea el caso real de Eunice Paiva, devota esposa de un excongresista socialista y madre de cinco hijos cuya vida dio un vuelco en 1971 cuando los militares se llevaron a su marido. Se trata de una película particularmente oportuna dado el auge del negacionismo de la dictadura sufrido actualmente por Brasil pero que, por lo demás, cuenta una historia extremadamente similar a las narradas por ficciones sobre regímenes militares en países como Chile y Argentina, y el empeño que Salles pone a la hora de adornar su metraje de virguerías visuales, montajes sonoros y referencias pop no logra ocultar su convencionalidad.