En un panorama literario donde la voz del yo cada vez se hace más presente, Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) siempre se ha situado al otro lado, en el campo de la ficción pura. Pero eso era hasta el momento. Con ‘Ropa de casa’ (Seix Barral) ha decidido zambullirse en sus recuerdos para contar las andanzas más domésticas e íntimas de sus familiares y amigos. Y de paso le demuestra a sus lectores lo mucho que sus novelas, que pueden leerse como crónicas de la clase media española en la segunda mitad del siglo XX, se vinculan a su propia vida. Por estas memorias, que le deben mucho a ‘Léxico familiar’, de Natalia Ginzburg, desfila la pérdida del padre, militar de carrera, cuando él era un niño; su condición de hijo de viuda, en un momento en que ellas eran un estereotipo bien asentado en la sociedad franquista; los tíos y tías y sus frases hechas –“Si no nos volvemos a ver, ya no hemos visto bastante”-; el abuelo irredento carlista… Pero también los años de rebeldía, cuando en los 80 se vino a Barcelona desde Zaragoza y de la noche a la mañana se convirtió en una promesa de las letras. Gran amigo de sus amigos, ahí comparecen Enrique Vila-Matas, Bernardo Atxaga, Javier Tomeo, Félix Romeo o José Antonio Labordeta. Y al final, todo el elenco sale a saludar.
A los 63 años, y dada la esperanza de vida actual, ¿se pueden escribir unas memorias tan pronto? ¿Qué ha ocurrido para que se decidiera a hacerlo?
Bueno, Carlos Barral las escribió mucho antes. En España hay poca tradición memorialística. Pero sí, mi madre murió hace pocos años y fue entonces cuando empecé a pensar que las historias que ella contaba se iban a perder, porque prácticamente ya han fallecido todos lo de su generación. Eso desencadenó la búsqueda de la hoja de servicio de mi padre en Segovia.
¿Qué esperaba encontrar ahí?
En mi familia apenas se había hablado de la faceta de militar de mi padre y me alivió ver que fue poco más que un oficinista, que jamás había participado, por ejemplo, en un consejo de guerra condenando a alguien o luchado contra los maquis. Para mí su vida militar siempre fue un misterio porque no vivíamos en casas militares y apenas le vi de uniforme. Y aun así con el tiempo, me hice objetor, no tanto por rebeldía familiar, sino porque la realidad animaba a cualquier chaval a oponerse a la mili. Con eso ahorré a la gente las consabidas anécdotas de la mili.
Cumple 40 años de trayectoria como escritor. Empezó muy joven.
Básicamente, esta es la historia de un chico que quiere ser escritor, la historia de su formación. Tenía 23 y me había trasladado a Barcelona para conseguir ese objetivo y en muy poco tiempo pasé de ser un autor inédito a tener dos libritos en Anagrama.
Y a poder relacionarse con tantos autores ya consolidados.
Fue entrar en un mundo mitificado porque a todos ellos los había leído antes de conocerlos. Era emocionante sentir que me trataban de igual a igual.
En los 80 eclosionó una nueva generación de escritores jóvenes. Pero muchos de ellos se quedaron por el camino.
Fue más bien una cuestión demográfica. Los ‘boomers’ éramos muchos y al mismo tiempo se formó un público con nuevos gustos. Lo de la Nueva Narrativa Española no sé quién se lo inventó, si Herralde o Rafael Conte, que entonces era el crítico que repartía las etiquetas. Y sí, algunos han desaparecido pero otros continuamos publicando, lo que es un absoluto privilegio, sobre todo para alguien que en aquella época ni siquiera pensaba en profesionalizarse. Estoy muy agradecido a la literatura, porque una de las claves de la felicidad es dedicarte a lo que más te gusta, hacer de tu profesión un hobby.
No es muy conocida su relación con Javier Marías.
Fue poco más de un década de amistad, desde que entré en Anagrama hasta que él decidió marcharse del sello en 1996. Cuando le conocí no era el Marías que luego llegó a ser y sin embargo ya se percibía a sí mismo como un gran escritor. Yo había leído todo de él y él me adoptó como una especie de discípulo, algo que a mí me parecía bien. He vuelto a leer las cartas que me envió tras las lecturas de mis libros y eran muy atentas y minuciosas, además me facilitó un puesto en Oxford que tuve que rechazar. Luego, nuestros caminos se separaron y me duele pensar que fue una historia que se cerró mal.
En el libro, asegura que Marías no fue justo con Jorge Herralde al acusarle de falsear las liquidaciones.
Sí, eso me parece muy poco creíble. Lo veo más como un problema personal. Eran dos personas de mucho carácter que se querían mucho a sí mismas y de esa combinación a veces saltan chispas.
“La mía ha sido una vida pequeña”, escribe. ¿No peca de modesto?
Para mi hablar de mí mismo supone hacerlo también de los demás, de cómo las cosas fueron cambiando en España para la gente de mi generación. Éramos unos críos cuando murió Franco y sentimos que estábamos en primera fila de todas las transformaciones que iba teniendo la sociedad. Sin ser protagonistas fuimos testigos y nos sentimos implicados con el diseño de convivencia que se estaba fraguando entonces. Creo que mi generación todavía no ha sido muy contada. Creo que los chavales de hoy no podrán creer que irte a vivir con tu chica era considerado algo escandaloso y negarse a hacer la mili, heroico.