Son pequeños y ligeros, casi del tamaño de una postal, y caben en el bolsillo trasero del pantalón. Sus portadas suelen ser sencillas, de colores vistosos, y muchas veces ocupan en las librerías el mismo lugar estratégico que las pilas, las chocolatinas y los chicles en el supermercado: al lado de la caja, listos para ser añadidos en el último momento como compra impulsiva, de capricho. Los pequeños ensayos, esos libritos que abordan un tema en un centenar de páginas, viven un momento dulce, con nuevas colecciones y fenómenos nada desdeñables, como ‘Ofendiditos’ (Anagrama) de Lucía Lijtmaer, que ha superado los 25.000 ejemplares o ‘Siempre han hablado por nosotras’ (Planeta) de Najat El Hachmi, con más de 10.000, que catapultó a la autora catalana a la esfera nacional.
En un mundo lleno de infinitas posibilidades de ocio y distracciones, los ensayos cortos parecen llevar la promesa implícita de que, esta vez sí, no los dejaremos a medias apilados en la mesita de noche y lograremos acabarlos. “El formato corto permite destilar un tema y es verdad que te los acabas rápido. Es asombrosa la facilidad con la que circulan de mano en mano. Esa es su misión, la de intervenir y estar ahí, en la discusión”, señala Isabel Obiols, la editora de Nuevos Cuadernos de Anagrama.
“Es un formato que adora todo el mundo: los lectores, los autores y los libreros”, explica Miguel Aguilar, editor de En Debate, la nueva colección de ensayos cortos que lanzó hace unos meses Penguin Random House en la que se han publicado desde una antología de textos sobre mujeres de Susan Sontag (el que más ha vendido de momento) a un libro sobre el alcoholismo de Bob Pop (‘Como las grecas’). “Para los autores es una distancia cómoda, les permite presentar un argumento y no tener que hincharlo a base de datos y disquisiciones. Son diseños vistosos, muy cuidados, y los libreros pueden colocarlos cerca de la caja. Es un formato que al lector se le puede antojar y como suelen ser libros baratos, se los compra”, apunta Aguilar.
Para situar el inicio del actual momento feliz del ensayo hay que remontarse hasta 2015, un momento político muy efervescente. Podemos venía de debutar con un sorprendente resultado en las elecciones europeas, el procés y la nueva ola feminista estaban en plena ebullición y, tal y como recuerda Isabel Obiols, “los nuevos liderazgos más autoritarios empezaban a sacar la patita”. Fue entonces cuando en la editorial barcelonesa surgió la idea de retomar los ‘Cuadernos Anagrama’ de la primera época del sello.
“Cuando Jorge Herralde fundó Anagrama en 1969 lo hizo como un sello fundamentalmente enfocado al ensayo militante, de lucha, con mucha munición propia de la época. Jorge ha explicado muchas veces que no fue hasta después, en los años 80, con la llegada de la democracia y de cierto desencanto con los efectos de las primeras legislaturas, que se centró más en la narrativa”, explica Obiols.
Así que el lanzamiento de Nuevos Cuadernos de Anagrama fue como cerrar un círculo que conectaba con la propia historia de la editorial y la necesidad de “comprometerse otra vez con libros combativos”. Los primeros títulos fueron muy bien: ‘La confabulació dels irresponsables’ de Jordi Amat se publicó poco después del 1-O y ‘Monstruas y centauras’, de Marta Sanz, vio la luz tras la gran manifestación del 8-M de 2017 y la sentencia de la Manada, cuando los libros sobre feminismo escaseaban en España.
Obiols señala que los títulos no buscan estar “atados a una coyuntura concreta” y que rechazan el concepto de ‘instant book’. “Queremos que perduren y, como siempre en todo lo que hacemos, lo que importa es el autor, más que el tema”. La colección ha servido también para leer a escritores fuera de su terreno natural, la ficción, en títulos como ‘Silencio administrativo’ de Sara Mesa (un retrato del laberinto burocrático) o ‘La importancia de la novela’ de Karl Ove Knausgaard. Obiols destaca también títulos como ‘La moda justa’ de Marta D. Riezu o ‘La radio puesta’ de Javier Montes, “libros que no son tan evidentemente políticos pero sí lo son en la medida que se interrogan sobre cómo vivimos y las contradicciones entre lo que pensamos y lo que hacemos”.
En España, la Transición vino acompañada de varias colecciones, algunas de ellas muy sesudas, sobre las distintas escuelas de pensamiento político y su público era de un perfil más humanista, minoritario y especializado. “Eran como el cine de arte y ensayo, pero llevado al libro”, recuerda Aguilar. Algo cambió en 2011, cuando apareció un libro de 32 páginas escrito por un anciano de 93 años que lo cambió todo: ‘Indignez-vous!’, del exmiembro de la Resistencia Stéphane Hessel, vendió más un millón de ejemplares en Francia y en España también cosechó un éxito sin precedentes, llegando al medio millón de ejemplares.
“Fue un fenómeno extraordinario, una auténtica barbaridad. Cayó en un momento muy específico, de hecho dio nombre al movimiento de los indignados y se convirtió en estandarte del 15-M. Podemos cifrar ahí el comienzo de una nueva etapa. A los editores nos hizo ver que el formato corto tenía sentido y que podía captar la atención del público más amplio”, reflexiona Aguilar.
Quien apostó por Hessel fue Ramón Perelló en Destino, que lo publicó en un formato inédito reducido que ha perdurado. “Fue la prueba de que un ensayo podía llegar a todo tipo de lectores, incluso a los no literarios, y que cuando un libro conecta con el aire del momento de forma adecuada, no tiene límites”, recuerda Anna Soldevila. En la colección de ensayos portátiles de Planeta de ‘look’ mondrianesco (el diseño se pensó para celebrar el centenario de la Bauhaus, en 2019) se han publicado títulos como ‘Una homosexualidad propia’ de Inés Martín Rodrigo o ‘El complejo de Caín’ de Marta Rebón, sobre las relaciones entre Ucrania y Rusia, y un nuevo título sobre el papel de la cultura en la democracia aparecerá en la próxima rentrée.
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