Nadie mejor que Fernando Aramburu para haber clausurado este sábado la segunda edición del Festival Hispalit de la Feria del Libro de Sevilla. Su intervención, muy aplaudida por el público asistente, ha sido una clase magistral en la que este autor ha hablado del terrorismo, de sus años de juventud o de cómo se apasionó por la literatura.
En el inicio del acto, que ha adquirido una charla amena mantenida con Jesús Vigorra, el periodista de Canal Sur ha hablado sobre la más reciente publicación de Aramburu, ‘Sinfonía corporal’ (Tusquets), un volumen que reúne los seis libros de poesías que el escritor vasco escribió entre 1977 y 2005. La edición ha corrido a cargo de un gran amigo del escritor desde su juventud, Francisco Javier Irazoki, quien resalta en su prólogo que el autor de ‘Hijos de la fábula’ es «un poeta emboscado dentro de sus novelas, cuentos, artículos periodísticos, etc.». Sobre esta cuestión, Fernando Aramburu señala que «la poseía para mí ha sido esencial en mi vida y me ha formado como hombre sensible y moral. Fue mi vocación». Igualmente ha reconocido no escribir poesía desde hace dos décadas, pero «siempre tengo en mi mesita de noche un buen libro de poemas y leo un par de poemas antes de acostarme».
Muchos de los poemas que se encuentran en ‘Sinfonía corporal’ retrata al Fernando Aramburu más ‘gamberro’ y contestario, cuando fundó con compañeros como Irazoki el grupo Cloc de arte y desarte en el año 1978, cuando apenas contaba con 19 años. «Desde esa época he cultivado lo puramente poético y lo satírico». En esos años, el autor vasco protagonizó diversos actos como una esquelada en la que arrojaron más de 2.000 esquelas necrológicas que previamente habían recortado de un periódico local como si se tratara de pasquines electorales.
En esa época dura del terrorismo de ETA, cuando casi había un atentado diario, Aramburu señala que «yo, en vez de poner bombas y disparar a otros, aposté por la literatura y leí a Bertrand Russell y a Camus. Eso me ha dado un argumento en la vida, una razón de ser para estar orgulloso. Cuando me levanto cada día la literatura me da grandes satisfacciones».
A continuación, Vigorra ha leído un poema que Aramburu escribió en 1983 -probablemente como reacción a un atentado, según el autor- y que iba sobre un hombre que iba a morir en una calle. Ante la pregunta del periodista, el escritor ha dicho que, efectivamente, en ese poema ya estaba el germen de libros posteriores como ‘Los peces de la amargura’ o ‘Patria’. En esa época de los años de plomo, «ETA mataba de forma brutal y había una especie de automatismo que te indicaba que ese día iba a caer alguien. El poema es un soneto sin rima que escribí como un desahogo».
A colación de la barbarie terrorista, el escritor ha dicho que «me ha parecido indignante vivir en una sociedad donde unos trataban de imponer ciertos dogmas por la vía de matar a otros. Eso yo lo rechazaba, pero otros lo aceptaban. Eso en una época en la que hacía gamberradas y pintadas por la calle. Me siento reflejado en esas palabras como en ‘Canto encarnado’», en alusión a otro poema leído por Vigorra.
Respecto al papel del escritor o del intelectual ante la sociedad, el autor de ‘Los vencejos’ ha dicho que «para mí la palabra intelectual no tiene una connotación negativa. Esa palabra y la de literato se ven mal en nuestro país, pero yo siempre tengo referencias en ciertos autores». Asimismo, ha subrayado que para él un autor es como un «suscitador» en el sentido de que «cada texto influye en las personas de forma distinta. Un mismo texto puede llevar interpretaciones diferentes».
El fracaso como deportista
Por otra parte, este escritor ha recordado que pertenecía a una familia humilde en la que su padre se tenía que levantar a las cinco de la mañana para ir a una fábrica y llegar a trabajar diez horas diarias. Para escapar de ese destino, Aramburu ha contado con gran sentido del humor que trató de ser una estrella del deporte. «Fui ciclista, pero sólo participé en una carrera y ni la terminé. También me apunté al filial de la Real Sociedad, pero allí había más de quinientos chavales. Por último, me metí en un torneo de jabalina y necesité cinco intentos para lograr una marca. Quedé penúltimo».
«Como no me apetecía meterme en una fábrica ruidosa y sucia -ha proseguido-, vi que las personas con cierto poder se expresaban muy bien. Me di cuenta entonces de que el dominio de la palabra escrita y hablada era la solución para no repetir el destino de mi padre en una fábrica. A partir de ahí me convertí en un lector asiduo. Gracias al dominio de la palabra ligaba, y eso me confirmó que iba por el buen camino». Fue entonces cuando descubrió la poesía de Lorca y Bécquer o a Dostoievski. «En mi colegio nos obligaban a hacer resúmenes de los libros. Me leí ‘El Lazarillo de Tormes’ y no me enteré de nada. Hay posibilidades de hacer la lectura a los niños. Leerles historias cuando son pequeños o un poema. Como docente vi que los chavales disfrutaban la lectura cuando podían compartirlas entre ellos».
Finalmente, ha hablado sobre su más reciente novela, ‘Hijos de la fábula’, que es una sátira sobre ETA protagonizada por dos aprendices de terroristas en plena época de la tregua del año 2011. «Quise escribir un drama, pero mostrando los flancos ridículos de los protagonistas. Estos usan el ideario de ETA y sus adláteres. Fernando Savater dijo que aspirábamos a sobrevivir al terrorismo para reírnos de ellos e hice esa frase mía. Todos conocíamos activistas que eran chapuceros. Les explotaban las bombas o mataban por error a otras personas. Una víctima de ETA me dio su aprobación para escribir este libro donde no iba a haber ninguna muerte por atentado, sin embargo, algunas personas no han entendido la novela».