Puede ser casualidad, pero el pabellón de España en la Bienal de Arte de Venecia de este año, que básicamente es una crítica a las narrativas coloniales y las formas históricas de ver el mundo, gusta mucho a los no europeos. Un visitante estadounidense lo ha considerado “wonderful” y “magnificent”. Otro japonés se ha sorprendido cuando Agustín Pérez Rubio, el comisario, ha explicado por qué en la sala El Gabinete del Racismo Ilustrado se ha dado espacio a activistas climáticos asesinados en América Latina (como la brasileña Marielle Franco). Y el mismo señor también ha prestado mucha atención a ‘Máscaras Mestizas’, donde se han adulterado cuadros de pintores españoles para dar relieve a figuras presentes en esas obras dejadas en un segundo plano o presentadas en clave negativa.
Suzana, brasileña de San Pablo, lo ha resumido de forma sencilla. “Lo interesante es que nos muestran que se podría pensar de otra manera”, ha observado. “España fue una gran potencia colonizadora y creo que iniciativas de este tipo puede llevar a una reconciliación con América Latina. Es un comienzo”, ha dicho tras convertirse en una de las primeras visitantes, en el día de su inauguración, de ‘Pinacoteca Migrante’, el nombre elegido para el pabellón. Allí también se veían obras que buscaban cuestionar el racismo institucional o el papel de la mujer en su función exclusivamente reproductora.
Sandra Gamarra, peruana, la primera artista no nacida en España que representa al país en el importante certamen veneciano, está cansada pero cree que es su grano de arena. “Me interesaba mucho crear un espacio que fuera cómodo y desde ese espacio crear ligeras fisuras, para que la gente se haga preguntas sobre el pasado y su continuidad en el presente”, dice, en entrevista con EL PERIÓDICO. ¿Y es ahora el momento adecuado? “Lo que es importante es descolonizar las mentes y los corazones, para que las leyes y las formas de relacionarnos con los otros sean las que cambien”, añade, hablando con un hilo de voz.
Líderes indígenas
La razón del percance vocal de Gamarra tal vez sea que, como el también agotado Pérez Rubio, durante horas los dos ejercieron también de guías de los selectos visitantes (básicamente, muchos periodistas y trabajadores del sector cultural) que en estos días pueden hacer cola fuera del pabellón. Un ajetreo de idas y venidas de grupos que se agolparon también en ‘Jardín Migrante’, la última sala, un homenaje no a los conquistadores, sino a líderes indígenas que lucharon por sus países, como la boliviana Juana Arzuy.
Ahí, sentado en el suelo, Pérez Rubio, lo ha dicho sin rodeos, al hablar con este diario. “Tenemos que desprogramarnos y no se trata de rasgarnos las vestiduras. Hay que exponer y hay que hablar abiertamente, sin culpa, pero con reconocimiento de lo que pasó [en la etapa del colonialismo español]”, argumenta, al rechazar el argumento de que esto equivaldría a alimentar sentimientos antiespañoles. Según él, el momento es ahora porque España “sufrió una dictadura de 40 años, de la que salimos realmente en los 80 y por eso la inmigración llegó después. Es esa migración la que ahora está dando sus frutos”.
Tanto Gamarra como Pérez Rubio —cada uno en menor o mayor grado— no esconden que son conscientes que no a todos gustará. Pero Gamarra lo ha explicado al citar el problema de la crisis climática y sus detractores, un asunto también presente en el pabellón. “Pareciera que nuestra forma de ver las cosas es la natural y todo lo demás son ideologías. Pero nuestras formas de ver también responden a un mito”, afirmaba la curadora. En tanto, a poca distancia de allí, tres soldados italianos custodiaban el cerrado pabellón de Israel mientras se llevaba a cabo una marcha pro-palestina.