Elena Garro. ¿Quién era? ¿La loca que amargó la vida a su marido, el todopoderoso Octavio Paz? ¿La amante de los gatos a los que adoptaba en cantidades ingentes? ¿La espía del PRI mexicano? ¿La defensora de los campesinos y a la vez traidora a la causa de la izquierda? ¿La autora que denunció a sus compañeros intelectuales en el 68 mexicano? ¿La mujer que se autosaboteaba constantemente?
Todo eso forma parte de la leyenda negra de Garro (Puebla, México, 1916 – Cuernavaca, 1998), una de las grandes escritoras mexicanas cuya consideración está pasando de ser objeto de un culto pequeño y fiel a situarse en el centro del canon de la literatura de su país. De que sus libros apenas se encontrasen en las librerías de México (aquí tampoco hemos tenido suerte) a bautizar una calle de su capital.
La escritora forma parte de ese grupo de escritoras que merecieron tener un lugar en el Boom, donde apenas cabían cuatro o cinco hombres blancos y heterosexuales, henchidos de orgullo. Elena Garro fue una de las mejores de ese grupo. Escribió ‘Los recuerdos del porvenir’, una obra que puede medirse con los textos de Juan Rulfo.
La noche de bodas, como explicó la hija de ambos, Helena Paz en sus memorias, fue una violación.
Casi tres décadas después de su muerte, el tiempo parece haberla puesto en el lugar que se merece gracias a la consideración de las jóvenes autoras latinoamericanas, esas que hoy forman un nuevo boom, y que la han tomado como referente. De ahí que estén proliferado los libros que intentar atrapar su figura contradictoria y elusiva. El último es ‘La reina de espadas’, de Jasmina Barrera (Lumen), que huye de la biografía convencional para retratarla a través de una mirada personal y literaria que se vale incluso de tiradas de cartas del tarot -Garro no hacía nada sin consultar primero esa baraja- para aproximarse a ella.
Octavio Paz un mandarín, el sumo pontífice de la cultura mexicana siempre ligada al poder del partido institucional. Nada se publicaba si él no daba el visto bueno
Escritora versus personaje
Pero hay más. Y es que su vida extraordinaria y su carácter decidido y deslenguado – en un país machista donde, sin embargo, no han andado sobrados de mujeres guerreras y excéntricas- ha llegado incluso a opacar su obra literaria en favor de lo novelesco del personaje. No es fácil tomarle las medidas. No lo ha sido para Barrera que no se encontró con sus libros en los planes de estudios mexicanos de secundaria o en la universidad. Tampoco, para la que es su biógrafa , Patricia Rosas Lopátegui, que ha recogido todos sus documentos, artículos, correspondencia en varios volúmenes (libros que deberían tener acogida en las librerías españolas) y que la trató personalmente en sus últimos años.
En el 2016, cuando se cumplía el centenario del nacimiento de la escritora, una desgraciada faja de una editorial española la presentaba así: “Mujer de Octavio Paz, amante de Bioy Casares, inspiradora de García Márquez y admirada por Borges”. La frase levantó ampollas por su machismo implícito, pero en puridad no se puede tener una idea completa de Garro si no se acude al infierno de su matrimonio, un infierno que arrastraron durante sus 20 años de convivencia y que se mantuvo tras su separación en 1959 a lo largo de 40 años más.
La idea central de ‘El ángel exterminador’ procede de una de sus novelas. Buñuel quiso adaptarla pero al final nunca reconoció la semilla de su obra maestra
“Yo vivo contra él, estudié contra él, tuve amantes contra él, escribí contra él y defendí indios contra él. Escribí de política contra él, en fin, todo, todo, todo lo que soy es contra él […] en la vida no tienes más que un enemigo y con eso basta. Y mi enemigo es Paz”, escribió ella. “Ella es una herida que nunca se cierra, una llaga, una enfermedad, una idea fija”, añadió él tras el divorcio.
Los comienzos de la pareja tienen el perfume del melodrama mexicano arrebatado. Ella se resiste a aceptar su propuesta de matrimonio y él la amenaza con suicidarse y la manipula, hasta que cede. La noche de bodas, como explicó la hija de ambos, Helena Paz en sus memorias, fue una violación. Octavio Paz enseñó las sabanas ensangrentadas a su madre diciendo: “Ves como sí era virgen”.
El gran mandarín
Junto al gran hombre, ella escribe poemas, narrativa , teatro y más tarde guiones de cine. Escribe incansable hasta su último día, pero él le prohíbe publicar. Aquí hay que explicar lo que significó Octavio Paz en México a partir de los años 40. Era un mandarín, el sumo pontífice de la cultura mexicana siempre ligada al poder del partido institucional. Nada se publicaba si él no daba el visto bueno. Para que aparecieran ‘Los recuerdos del porvenir’, una novela escrita en 1953 tuvo que pasar una década. Fue Paz el que apoyó finalmente la publicación para agradecerle a su ex un puntual acto de generosidad.
“Garro era una mujer excéntrica, divertida, con ganas de vivir y de crear pero le tocó vivir un tiempo donde todavía los valores de la sumisión y la fidelidad femenina estaban muy presentes. Como mujer burguesa estaba bien tratada y se movía en un ambiente en el que las costumbres empezaban a cambiar pero a la vez se mantenían un montón de atavismos que no la dejaban liberarse”, explica Barrera.
Lopátegui no está de acuerdo con esa imagen de mujer delirante y neurótica que, asegura, Paz acuñó para su ex. “Hay mucha manipulación a su alrededor. Yo la visité en 1997 y varias veces al año siguiente, el de su muerte, y desde luego estaba muy lúcida. La prensa fue responsable de sus contradicciones porque en las entrevistas la instigaban para que hablara mal de su exmarido, ella luego se desdecía porque necesitaba que Paz le pasara la asignación económica”. También recuerda cómo ya en los últimos años, cuando ella apareció en el canal 40 de la televisión mexicana, y le preguntaron en un directo por sus experiencias en Europa cuando conoció a Picasso, André Breton o Aldous Huxley, Octavio Paz llamó para que se leyera durante el programa un escrito desmintiendo todo lo que ella estaba diciendo. “El que los conocí fui yo”, apostillaba el autor de ‘Piedra de sol’.
En su libro Barrera no ha querido dejar a un lado las oscuridades y las imprudencias de Garro, defensora de los derechos de los indios ataviada con ropa de marca y joyas, o sus muchas fabulaciones. “A veces es indefendible. Sin embargo, hay otros rasgos de su personalidad que me generan empatía, como su sentido del humor o su extraña generosidad, y por supuesto, su legado”.
La leyenda negra
Hay un antes y un después en la biografía de Garro y no es exactamente su divorcio de Paz en 1959 (un divorcio exprés en Ciudad Juárez en el que ella estuvo ausente porque no se le informó). Su nombre quedó vinculado tristemente a la los hechos de Tlatelolco de 1968 cuando los vientos revolucionarios parisinos alcanzaron a la capital mexicana y dejaron muertos -entre 40 y 400- en la plaza de las Tres Culturas de la capital masacrados por el presidente Gustavo Díaz Ordaz.
Ella, que se había destacado como periodista especialmente activista en la defensa de las comunidades indígenas campesinas, empezó a mostrar su desconfianza frente a las revueltas estudiantiles, un movimiento que consideraba artificial. Un diario afín al gobierno, ‘El Universal’, aseguró que había denunciado a 500 intelectuales, entre ellos colegas como Carlos Fuentes, Leonora Carrington, Rosario Castellanos, Max Aub y Luis Villoro (padre del escritor Juan Villoro). La fama de traidora la persiguió.
“Pero no fue así, ella siempre lo negó. Hay que tener en cuenta que el movimiento estudiantil no era clandestino, los que se adherían firmaban abiertamente y esos nombres ya obraban en poder de la Dirección Federal de Seguridad”, puntualiza Lopátegui. A Garro le obligan a callar y ella lo hace muerta de miedo después de que un año más tarde una bomba en un avión comercial matase a 70 pasajeros, incluido Carlos Alberto Madrazo, el político que apoyó el movimiento agrario e intentó reformar el PRI, con el que ella trabajó codo a codo.
En esta novela apasionada que es la vida de la autora hay también espacio para dos puntualizaciones más. En la época en la que Octavio Paz se negaba a que su esposa publicase, el escritor compartió la lectura del mecanoscrito de ‘Recuerdos del Porvenir’ con su círculo de amigos, entre ellos Gabriel García Márquez y, sabido eso, hoy no es poca la deuda que ‘Cien años de soledad’ tiene con la novela de Garro, mariposas amarillas incluidas. También puede percibirse que la idea central de ‘El ángel exterminador’ procede de esta misma novela. Buñuel quiso adaptarla pero al final nunca reconoció la semilla de su obra maestra.
“Creo que este es el momento -sostiene Barrera- para que se la celebre en toda su complejidad e importancia. Quizá el tiempo de Elena Garro está todavía por llegar”.