‘El espía que surgió del frío’, publicada en 1963, es la tercera de las 26 novelas de John le Carré, seudónimo literario del británico David John Moore Campbell (1931-2020), el autor más importante de la literatura de espionaje anclada en distintas realidades geopolíticas: de la Guerra Fría a la Perestroika, el terrorismo islámico o la corrupción de las industrias farmacéuticas.
Su trayectoria es carismática. Dio clases a finales de los años 50 en el privilegiado colegio de Eton, el mismo en el que estudió un personaje de ficción que es la antítesis de los espías imaginados por Le Carré, el mismísimo James Bond, aunque el futuro agente 007 sería expulsado de Eton dos semestres después de ingresar.
A primeros de la década de los 60 perteneció al Cuerpo Diplomático británico. Sus experiencias más personales las envolvió de un concienzudo secretismo, pero en 2016, con la publicación de sus memorias, ‘Volar en círculos’, muchas salieron por fin a la luz. Le Carré colaboró con el MI5 (el servicio de seguridad interna británico) y el MI6 (servicio de inteligencia exterior del Reino Unido), y de ahí salió, sin duda, buena parte de los personajes y tramas de su apasionante novelística
‘El espía que surgió del frío’ es el libro que le convirtió en una celebridad practicando un género hasta entonces restringido: millones de ejemplares vendidos en todo el mundo, la consideración de ser la mejor novela de espionaje de todos los tiempos –en una encuesta realizada en 2006, pero es posible que hoy lo siga siendo– y una gran aceptación crítica, o un ‘best seller’ de prosa inteligente, certera, muy crítica con la política internacional del momento y repleta de capas de significado.
Pertenece al denominado ciclo de George Smiley, aunque este, jefe de operaciones de la agencia de inteligencia denominada The Circus (inspirada en el MI6), tenga una función secundaria en la historia. Todo lo contrario que su papel hegemónico en otros libros de le Carré como ‘El topo’ (‘Calderero, sastre, soldado, espía’), llevado primero a la televisión con un impagable Sir Alec Guinness y después al cine con Gary Oldman.
De la novela al cine, una cosa llevó a la otra y es difícil saber si el éxito de la adaptación cinematográfica de ‘El espía que surgió del frío” contribuyó a las ventas de la novela o la notoriedad del libro hizo posible el triunfo de la película homónima.
En 1965 se estrenó ‘El espía que surgió del frío’, dirigida por Martin Ritt, fotografiada en un gris blanco y negro e interpretada por un Richard Burton en estado de gracia en el papel de Alec Leamas, el más taciturno y vacilante de los espías imaginados por le Carré, además de Claire Bloom, Oskar Werner y Rupert Davies como Smiley. Es uno de los filmes de espionaje más importantes de la historia, en consonancia con la importancia del texto adaptado.
Porque si un relato define mejor que ningún otro el clima de la Guerra Fría, las manipulaciones, la sordidez de los agentes dobles, la pérdida de identidad cuando se trabaja entre los dos bandos, la ignominia del muro de Berlín y el enconado enfrentamiento entre las entonces dos potencias hegemónicas, la Unión Soviética y Estados Unidos, ese es el de ‘El espía que surgió del frío’, cuyo título resulta tan preciso y evocador.
Leamas es un agente británico, taciturno y desencantado, que ha sido el responsable del espionaje inglés en la Alemania Oriental. Al empezar el relato presencia como uno de sus hombres es abatido en el muro de Berlín por la policía de la República Democrática Alemana. La Guerra Fría llega para él a su fin, pero ante la tesitura de abandonar la organización o convertirse en un oficinista, acepta encargarse de una operación contra el jefe del contraespionaje comunista. Necesita, desea, vengarse, pero la operación se complica y el desencanto se acrecienta.
Smiley solo aparece en una ocasión a lo largo del texto, pero su sombra es omnipresente, ya que él organiza la compleja operación de Leamas. El plan es perfecto, pero tiene un error no calculado por Smiley: Leamas se enamora de la joven Liz. El espía surge del frío para caer en brazos del nihilismo. Así le explica al protagonista a Liz su visión de lo que son los espías: “¿Qué te imaginas que son, sacerdotes, santos y mártires? Los espías son una lamentable procesión de memos vanidosos, y traidores, además; si: sádicos, borrachos, gente que juega a pieles rojas y cowboys para iluminar sus putrefactas vidas”. James Bond y Matt Helm se revolverían en sus tumbas.
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