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Crónicas teutonas: De los sueños de Mozart a las expectativas de Lamine

Soy de esos que recuerdan lo que sueña. Y no es algo que me entusiasme especialmente porque en algún lado leí que las personas que recuerdan los sueños lo hacen porque su cerebro está más atento a los estímulos externos mientras duerme. Y son los que tienen el sueño más ligero y se despiertan más veces en la noche quienes recuerdan con mayor facilidad los sueños. Wolfang Amadeus Mozart tenía un sueño recurrente: soñaba que recordaba los sueños. Nunca llegó a saber a ciencia cierta si era un anhelo o por el contrario si había soñado eso. Nunca llegó a recordar realmente qué soñaba, pero sí que había soñado que lo recordaba. Envuelto en ese bucle llegó en 1766 a Donaueschinguen, pueblo en el que se concentra estos días la selección de Luis de la Fuente. Se alojó doce días en el principesco palacio de Fürstenberg, donde estudió la obra de un Bach al que había conocido meses antes en Londres. Para entonces, con diez años, llevaba meses viajando con su padre Leopoldo por París, Londres, Múnich o Zúrich exhibiendo su prodigioso talento musical. Amadeus vivió atormentado por cumplir las enormes expectativas que su padre había depositado en él.



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