Los que viajan en tren a Madrid, los que salen de Madrid, los que prestan atención a los avisos de entrada y salida de viajeros, no pueden perderse en Atocha o el punto de llegada el nombre de Almudena Grandes, la escritora que puso en pie la memoria de la guerra civil española e hizo de ese episodio terrible un modo de explicar su país.
Entre todos los agasajos que se produjeron tras su muerte (el 27 de noviembre de 2021, había nacido en mayo de 1960) fue el gesto de darle su nombre a esa estación tan emblemática de la capital de España el más significativo, sin duda el más habitado y el más duradero abrazo a esta mujer que no cesó de ser alegre.
Viajar desde la Estación Almudena Grandes es, ahora, como vivir en la antesala de sus libros.
Desde aquella muerte tan temprana, ha habido cientos de agasajos españoles, en todas partes, para la autora de ‘Malena es un nombre de tango’, ‘Las edades de Lulú’, ‘El corazón helado’ o ‘La madre de Frankenstein’, todos en Tusquets. Ahora, además, ya tiene libro que la retrata y conmemora. ‘Almudena. Una biografía’, que publica Lumen, no es un libro cualquiera, sino un libro escrito (por la escritora Aroa Moreno, la autora de ‘El hijo del comunista’, que tanto complació a Almudena) y dibujado (por la ilustradora Ana Jarén). Es a la vez biografía y pintura en las que sobresalen una crónica general de la manera de ser de la escritora y un homenaje de ambas creadoras a una de las mujeres más queridas de todas las que forman parte de la historia literaria del posfranquismo.
No es sólo dibujo y palabra, es un viaje al alma misma de una mujer cuyo modo de ser, franco, impulsivo, generoso, era también parte de su literatura. A esos valores que la significaron, en la sociedad española, como una mujer comprometida a la vez con la política y con la alegría, añadía Almudena su sentido de la amistad, que cultivó como el lugar en el que desembocaba su energía.
El fútbol (era del Atlético de Madrid, el más castizo de LaLiga española) era una pasión, pero igual pasión tuvo por juntarse, por manifestarse en contra de las peores lacras de las guerras o los vicios públicos. Era, por decirlo así, una pasión perpetua, una mujer sin descanso. Tenía claro que sólo le interesaban los héroes “que tienen miedo y dudan y se equivocan”, e hizo de su pasión por la historia de España, y por la libertad, bandera de su literatura. Su asunto fue lo que le pasó a su país que, en épocas de destrucción de la ambición republicana, sufrió una guerra civil que a ella siempre la mantuvo al rojo vivo.
En los detalles del cuarto donde escribía he conocido a una artista… Ahí está su amor a los libros, una pasión que excede la profesión o el trabajo”
El libro se abre por donde más quería Almudena, su cuarto de trabajar, abrumador sitio de sus imaginaciones, relacionadas con aquella España endurecida y triste de antes de la guerra, en la guerra y en lo que sobrevino después de la tragedia. Ella se levantaba a las cinco de la mañana, y allí escribía, su tabaco cerca, sus apuntes, su pasión llena de imaginación y de certeza. Ana Jarén, sevillana de 38 años, cuenta cómo vio ese cuarto, y cómo lo pintó. “Esa habitación me ha dado mucha información de cómo podía ser ella y a la vez, me he sentido también muy identificada con su carácter… En esos detalles del cuarto he conocido a una artista… Ahí está su amor a los libros, una pasión que excede la profesión o el trabajo”. Aroa (madrileña, 42 años) entró en ese espacio con Luis García Montero, poeta, director del Instituto Cervantes, el gran amor de Almudena.
“Ahí está, intacto, un espacio muy vivido, ahí no está Almudena, pero te la puedes imaginar perfectamente. Están los cuadernos donde iba tomando notas, también aquellas que escribió cuando el confinamiento y las que le sobrevinieron cuando se puso enferma del cáncer que finalmente se la llevó. Ahí están todos los libros que documentaron sus escritos sobre la guerra civil o la República”.
El libro es, dice Ana Jarén, la consecuencia de un trabajo “mano a mano, un proceso en el que han ido creciendo juntos los textos que me enviaba Aroa y los dibujos que yo iba haciendo de las distintas zonas en que se desarrollaban la vida y la escritura de esta mujer inolvidable. Yo la iba conociendo a través de los ojos de Aroa, y eso se nota en la ilustración”.
“Hubo ilustraciones”, cuenta Aroa, “que me emocionaron mucho, como esa en la que está Almudena frente a don Benito Pérez Galdós, ella con un farol, pequeñita, frente a su ídolo, él tan grande”.
En las guardas del libro está Almudena ante la soledad del ordenador, detrás está el cochecito de su hija, a la que está criando, el viejo ordenador, la vida de una escritora afanada en la creación de un mundo. Aroa y Ana ven ahí el retrato de una escritora ensimismada a la que la realidad propia, la que vivía con los suyos, no le resultaba ajena ni mientras escribía. La pintora, dice su compañera de libro, “ha hecho un trabajo muy hermoso, respetando el espíritu de Almudena tal como era, y tal como era su literatura… La ternura que significa su universo, el espacio de la amistad, desde la infancia”.
“Aroa”, cuenta Ana, “me ha ido contando la niñez de Almudena, cómo la veían sus hermanos, sus amigos, sus parientes; me ha hecho cómplice suya, en la historia y en el presente, así que no la he visto como un personaje sino como una persona”.
Fui a Becerril de la Sierra, donde vivieron de chicos, y ahí me dijeron que hasta que su hermana murió no se dieron cuenta de la trascendencia que había tenido en la vida literaria española. Eso me dio idea de la normalidad familiar que marcó sus vidas”
Así la fue siguiendo Aroa, “como aquella niña robusta que va alcanzando su personalidad entre sus hermanos”. Aquella infancia “fue un territorio que siempre la acompañaría en su propia literatura, y por eso la infancia fue para ella un tema tan importante… Con sus hermanos fui a Becerril de la Sierra, donde vivieron de chicos, y ahí me dijeron que hasta que su hermana murió no se dieron cuenta de la trascendencia que ella había tenido en la vida literaria española. Eso me dio idea de la normalidad familiar que marcó sus vidas, con Almudena fabulando desde que tenía once años hasta el momento en que ya no iba a estar entre nosotros. Había sido una niña divertida, cariñosa cuyos cimientos fueron una infancia que arrancaba desde el franquismo, que luego se hizo adulta, y politizada, y finalmente la gran escritora que sería”.
Aquí está, en el libro, dibujada o contada, la Almudena que se pone los mandiles para cocinar, para los amigos, para la familia; la que en Rota, Cádiz, viviría junto a personajes importantes de sus vidas (de ella, de García Montero). Entre esos personajes estuvieron el cantante Joaquín Sabina, los poetas Ángel González, Benjamín Prado o Felipe Benítez Reyes, el también escritor Eduardo Mendicutti… El dibujo que evoca ese tiempo es un escenario lleno de copas, de ceniceros llenos, de comida que se acaba, del espíritu del verano… “Lo que se observa allí”, y lo que se ve en los dibujos, dice Aroa, “es un cariño cotidiano, doméstico, que duró y dura, pues ahí está el espíritu que ella consiguió”.
El gran homenaje que ha recibido fue el que le dieron sus lectores, al día siguiente de marcharse. Los lectores, los libreros, la gente”
Ana Jarén quiso hacer de sus dibujos un ejercicio de “respeto, humildad y cariño para trasladar a Almudena a una ilustración en la que no se perdiera su esencia, intentando reflejar su personalidad, desde la admiración y la gratitud”. ¿Y Aroa? “El gran homenaje que ha recibido fue el que le dieron sus lectores, al día siguiente de marcharse. Los lectores, los libreros, la gente. Lo que he querido hacer en el libro es mantener la lealtad hacia lo que ella fue, a su obra, a la Almudena que interpretó la posguerra española, a la que escribió Las edades de Lulú, el libro con el que irrumpió en el escenario literario español, a la que se ocupó del pasado y del presente de España, a la que enseñó a respetar la herida que dejó la guerra civil”.
Quien mira el libro ve y escucha a aquella mujer. Confieso que, hasta el tono de su voz, tan peculiar, tan potente, al final tan tierno como el soplo en el que acabó su alegría, resalta en este libro que la recuerda, la vive y la retrata. Desde ‘Las edades de Lulú’ hasta el último suspiro.