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Máximo Huerta viaja al orgiástico París de Kiki de Montparnasse en los locos años 20

“¿Ya han llegado las nuevas putas?”. Así se refería el pintor polaco Moïse Kisling, en el burbujeante y canalla París de entreguerras de los años 20, a las modelos que posaban desnudas para los artistas a cambio de unos francos para poder comer. “Lo dijo en el ‘mercado de la carne’, en una calle donde las mujeres se exponían para que ellos las eligieran para sus obras”, explica Máximo Huerta junto a la Rue Campagne Première, en el barrio de Montparnasse, donde tenían sus talleres Monet, Modigliani, Picasso, Man Ray…. Es a “esas mujeres anónimas que vemos en los cuadros de los museos y que fueron el alma de aquellos años de pura vanguardia” las que el escritor y periodista valenciano reivindica en su décima novela, ‘París despertaba tarde’ (Planeta), cuyos históricos escenarios recorría este lunes en la capital francesa con un grupo de periodistas. 

Mujeres que “querían olvidar el dolor de la guerra y la pobreza”, como la pintora, bailarina, cantante y musa de artistas Kiki de Montparnasse, que en la ficción es amiga y apoyo en el mal de amores y la frustración por no ser madre de su amiga Alice Humbert, modista a la que Huerta (Utiel, 1971) recupera como protagonista tras una década de ‘Una tienda en París’. “Durante la Primera Guerra Mundial muchísimos hombres murieron y muchos supervivientes volvieron traumatizados o tullidos. Aquellas mujeres tuvieron que apañarse solas y coger las riendas de la sociedad, luego se hartaron, se liberaron y se cortaron el pelo en un acto de rebeldía que iba más allá de lo estético, se quitaron el corsé y salieron a bailar, a fumar, a disfrutar de la vida”.   

Máximo Huerta, en la famosa Place du Tertre de Montmartre, en París, donde exponen los pintores. JAVIER OCAÑA


No sabían que pronto vendría otra guerra. “Lo vemos hoy, el drama, la pobreza, el recorte de libertades pueden estar a la vuelta de la esquina -señala-. Mientras unos bailaban en la isla de libertad del París cosmopolita, una ola de moralidad recorría EEUU y Hitler movía fichas”. Y que si hoy está en alerta ante los atentados islamistas, entonces lo estaba ante los atentados anarquistas, también reflejados en el libro. “Tras la fiesta se cocía una vida política dramática. El miedo siempre está latente”.  

El embrión de la historia lo halló al descubrir a dos falleras en un mural de una capilla del Sacré Coeur. Sus diseños son de una firma valenciana

Alice, que se debate entre dos amores, abre su propia tienda. “Le pone su nombre, se empodera. Junto a Kiki, ambas de origen muy humilde y familias desestructuradas, son un ejemplo de sororidad”. El escritor, que el año pasado hizo también realidad su sueño, abrir La Librería de Doña Leo, en Buñol (València), encumbra a Kiki, de niña abandonada por los padres que limpiaba botellas sucias a la bailarina que cantaba desvergonzadamente en un cabaret, “subida a una mesa y levantándose la falda hasta enseñar el coño”. “Representa la esencia de los años 20, la alegría de vivir de una década breve pero intensa, un momento de color y locura, el paréntesis entre las dos guerras. Es deslumbrante, ingeniosa, pura energía. Vive por y para el arte con una insolencia maravillosa, irreverente. Y su relación sexual y artística con el fotógrafo Man Ray fue extremadamente productiva”. 

Dividir entre lector masculino y femenino es una manera de menospreciar a la mujer. ‘La regenta’, ‘Ana Karenina’, ‘Madame Bovary’… son dramas de grandes mujeres y su lector no tiene género

Se entusiasma Huerta hablando de Kiki, de la que señala su foto en sepia entre los artistas e intelectuales bohemios de la época –de Hemingway a Scott Fitzgerald y Gertrude Stein, que aún adornan los rincones de Le Dôme, restaurante del Boulevard de Montparnasse que frecuentaban y donde a menudo pagaban las consumiciones con sus obras. “El barrio era un islote de libertad y permisividad. Había fiestas y orgías desenfrenadas con soldados, prostitutas, artistas, homosexuales, lesbianas, trans… donde corría la cocaína y el champán”, cuenta Huerta antes de adentrarse en la iglesia de Saint-Paul y citar al escritor y periodista André Malraux, que fue ministro de Cultura francés. Ahí, al darse cuenta del ‘peligro’ de evocar ante periodistas su propia, sonada y brevísima etapa de siete días al frente del ministerio, en el primer Gobierno de Pedro Sánchez, antes de dimitir por no haber explicado que había pagado una deuda con Hacienda, esquiva el episodio con estilo viajando de nuevo a 1924. 

Fue el año en que París celebró unos Juegos Olímpicos históricos, impulsados por Pierre de Coubertin, con el nadador y futuro Tarzán cinematográfico Jonnhy Weysmuller entre los atletas. “Marcaron un antes y un después por su modernidad, hasta incluyeron las categorías de literatura, pintura, arquitectura, música y escultura, mostrando la cultura como una disciplina del alma. Este 2024 se cumplen 100 años y París se prepara para acoger otros JJOO este verano. Era el momento de culminar mi obsesión por los años 20 en una novela”, apunta.  

Una obsesión que acabó cogiendo forma tras ascender hasta la basílica del Sacré-Coeur de Montmartre, a un paso de la famosa plaza de los pintores ambulantes. Por azar, tuvo “una epifanía”, confiesa, y descubrió en el mural que decora el techo de la capilla de San Ignacio de Loyola a “¡dos falleras con su traje típico!”, revela el valenciano mientras las señala. Cierto, y están haciendo una ofrenda junto a un indio americano, sí, con su tocado de flechas. Nadie ha sabido responderle sobre su origen, pero averigüó que los coloreados patrones eran de los históricos talleres Garín de València. De ahí la modista Alice y sus diseños. 

Maximo Huerta, en una terraza de París. JAVIER OCAÑA


“La literatura no tiene género. Esta novela no tiene público femenino ni masculino. Hacer esa división es una manera de menospreciar a la mujer. El 80% de lectores son mujeres. ‘La regenta’, ‘Ana Karenina’, ‘Madame Bovary’... son dramas de grandes mujeres y su lector no tiene género”, opina quien lamenta que en España no se lea más. “La gente se despista con un tuit, una nueva foto en el móvil… no se concentra. Ni disfrutan de la pareja, los amigos, la familia. Miran el teléfono en vez de mirarse a los ojos. Pero creo que no tardará en llegar un tiempo de lentitud, ese será nuestro avance, la lentitud”, augura olvidando por un momento el desenfreno de los felices 20. 



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