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Un poema inédito de Luis Rosales para celebrar la Navidad

¿No va la luz del sol de puerta en puerta? 

Los ángeles se callan. 

¿Cómo será, Dios mío, 

el color de la nieve en tu mirada? 

¿Quién olvidó rezar? Vino la noche 

convocando el amor bajo sus alas.

Señor: esta es la hora 

que levanta en su sombra las palabras.  

No sirven. Aquí están. Ya solo siento 

que el corazón le va entregando al alma

su silencio sensible, 

la memoria interior de la esperanza. 

Luis Rosales nunca olvidaría sus primeras Navidades en Granada. En la gran casa familiar, la madre del poeta, Esperanza Camacho, preparaba todos los años un Belén que había adquirido justa fama en la ciudad, y al que se acercaban visitantes cada tarde. Para Rosales, nadie con tanto talento como su madre para tener compuesto el mundo, que esperaba el nacimiento del Señor: “Durante todo el año ella nos recordaba la Navidad. ¡Qué difícil es ser como ella era! ¡Qué difícil es llegar a hacerse indispensable!”. 

Revivía Rosales de tal forma estos momentos de su niñez que, al llegar estas fechas, escribía siempre algunos poemas religiosos con los que obsequiar a sus amigos. Al componer estos villancicos, realizaba una inmersión hacia sus raíces, universales y personales. Quería creer que mientras esas impresiones no se borrasen seguiría siendo niño para siempre, como en aquel verso de ‘La casa encendida’: “Sí, era verdad, era verdad como una calle que nos lleva a la infancia”. 

El poema inédito que publicamos hoy se conserva en el Archivo Histórico Nacional de Madrid. Preparando una nueva edición revisada de ‘Abril’ (1935), el primer libro publicado por Rosales, y con el generoso impulso de ese “saber ser hijo de poeta” —en palabras de Enrique García-Máiquez— de su heredero, Luis Rosales Fouz, encontramos una serie de borradores de este cancionero amoroso de juventud. En una nota al margen de los documentos, se puede leer con caligrafía juvenil, temblorosa e inocente: “Poemas de ‘Abril’ que no publiqué”. Estos esbozos, en su mayoría tachados y reescritos, debieron ser compuestos, por lo tanto, desde principios de los años 30 —cuando Rosales empezó a escribir ‘Abril’— y el año 1940, fecha en que publicó algunos de ellos en su Retablo sacro del nacimiento del Señor. No obstante, resulta muy difícil fechar esta composición, o saber incluso si se conservó otra versión de ‘Navidad’, ya que el autor granadino corregía de manera incesante sus creaciones, incluso después de publicarlas: “Yo soy absolutamente distinto a Juan Ramón Jiménez. Él corregía para poner el poema a la altura del poeta. Yo corrijo para poner al poeta a la altura del poema”.

Ilustración para el libro de Luis Rosales ‘Retablo sacro del Nacimiento del Señor’. José Romero Escassi


Son años de afirmación religiosa para el autor de ‘Cervantes y la libertad’, afirmación que se refleja también en su lírica. A partir de ‘Abril’ se ha producido una cosecha de intensificación poética; desde la sosegada alegría y la serena celebración del mundo de sus primeros versos, asistimos a la pena y el desengaño producidos por la guerra y, con ella, a la muerte de sus maestros, los granadinos Federico García Lorca y Joaquín Amigo, asesinado cada uno por un bando de la contienda. El Dios conceptual de ‘Abril’ ha tomado carne en estos poemas, se halla dispuesto a entrar en la Historia y a compartir la alegría y el dolor de los hombres.  

¡Y qué honda emoción de ternura la imagen del Nacimiento que se desprende de estos versos! Rosales siempre prefirió la Navidad a la Semana Santa, la encarnación a la resurrección. En una entrevista que le hizo su sobrino, José Carlos Rosales, en la Universidad de Granada, afirmaba lo siguiente: “A mí siempre me ha impresionado más el Nacimiento que la Pasión porque era la manera en que Dios quiso sufrir como hombre lo mismo que sufrimos nosotros. Esa aceptación por parte de Dios del sufrimiento humano, para mí ha sido lo capital en la manera de entender la religión y supongo que eso tiene que estar ahí en muchas ocasiones”. Es la misma preferencia de Góngora cuando en un soneto escribe que, aunque sea más doloroso sudar sangre que haber frío, “hay distancia más inmensa / de Dios a hombre, que de hombre a muerte”. 

Para los ávidos lectores de Rosales, será fácil identificar algunos de sus símbolos más frecuentes en este madrigal sacro. De ‘Abril’ reconocemos ese paisaje trascendido con los ángeles que callan ante la hondura del Nacimiento o la divinidad y la blancura de la nieve, imagen que recorrerá toda su obra. Pero este júbilo abrileño de plegaria ascendida se combina aquí con la memoria y la esperanza de La casa encendida, vivificando el pasado, otorgando continuidad y coherencia a lo temporal.

Aunque quizá el fragmento más importante de ‘Navidad’ sea el siguiente: “Vino la noche / convocando el amor bajo sus alas”. La fe de Rosales es una fe cordial y pasional. El propio poeta nos dice que las palabras no son suficientes para entender la clara vibración del amor (“No sirven. Aquí están”). Donde no alcanza el lenguaje, Rosales entrega su corazón. He aquí su poética. Algunos podrán tacharla de vago sentimiento pueril, pero el andaluz sabía distinguir entre oscuridad y misterio: “La oscuridad es una cosa y el misterio es otra. Es mala confusión para el poeta, y hay muchos que lo confunden. El misterio es claro”. En estos días de misterio y alumbramiento también para nosotros, merece la pena pensar que lo único verdaderamente misterioso en la vida es el amor. 

Quizá hoy no podamos disfrutar de ese Belén que con tanto cariño adornaba Esperanza Camacho y que maravillaba los tiernos ojos de nuestro poeta. Pero nos quedan sus versos, nuevos y eternos, desde donde retornar a esa mágica Granada de los años 30, a esa ciudad andaluza, sonámbula y natal, a la que Rosales le estará siempre agradecido: “Soy escritor y a Granada le debo el habla, es decir, a Granada se lo debo todo”. 

*Carla María Juárez Pinto es doctoranda en Literatura Española Universidad de Valencia



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