¿Pudo Hitler fingir su muerte y huir del búnker mientras las bombas caían sobre Berlín, y llegar a Argentina, hipótesis que han alimentado múltiples teorías de la conspiración? Las pruebas señalan que se suicidó el 30 de abril de 1945 junto a su amante, Eva Braun, y sus cadáveres fueron semicalcinados por sus últimos fieles para evitar su identificación y enterrados para que no cayeran en manos de las tropas soviéticas que cercaban la capital alemana. ¿Pero, qué fue de sus restos? ¿Se quitaron la vida con cianuro o el líder nazi también se descerrajó además un tiro en la cabeza? Muchas son las preguntas que durante años ha generado el final del mayor genocida del siglo XX, cuyo cuerpo nunca vio la luz pública. La mayoría de ellas las intentó responder en 2017 el periodista francés Jean-Christophe Brisard (1971) tras lograr, después de años de peticiones, consultar numerosos archivos rusos, algunos aún sin desclasificar, junto a la colega y cineasta rusoestadounidense Lana Parshina.
Consiguieron además que el Kremlin les permitiera que el médico forense y antropólogo Philippe Charlier analizara la mandíbula extraída por los rusos y pudiera así confirmar que era la del Führer, según las radiografías y su ficha dental, lo que permitió asegurar que murió en el búnker. También pudo ver el fragmento de cráneo con un agujero de bala hallado posteriormente y que durante años estuvo perdido en los archivos soviéticos y fue redescubierto en los 70, por casualidad, por un empleado. A Charlier no le dejaron realizar pruebas científicas del mismo y por tanto no pudo atribuirlo con certeza a Hitler.
Basándose en los resultados de su exhaustiva investigación, que divulgó en el libro ‘La muerte de Hitler’ e incluía los interrogatorios de los testigos de las últimas horas en el búnker, Brisard reconstruye en el cómic ‘Hitler ha muerto’, con el dibujante italiano Alberto Pagliaro, lo ocurrido aquellos primeros días de mayo de 1945. Lo hace detallando la lucha intestina mantenida entre los dos principales servicios secretos de Stalin -la temida policía del NKVD y el contraespionaje del Smersh- para hacerse con los restos del líder nazi, probar que realmente estaba muerto y manipular la información sobre su muerte. Editado en Francia en tres tomos, ahora llega a España en Norma en un volumen integral, con un apéndice que incluye fotos, documentación e información sobre el destino de todos los personajes reales.
El último banquete
Si el cómic de Brisard y Pagliaro enfoca directamente el final del líder nazi, el reciente ‘El nido. El último banquete de Hitler’ (Salamandra Graphic)’, obra del dibujante y pintor italiano Marco Galli (Montichiari, 1971), se concentra en su ocaso. Se remonta a los cinco delirantes días de junio de 1944 en que el dictador se retiró a su refugio en los Alpes bávaros, conocido como ‘el nido del Águila’, durante los cuales tuvo lugar el desembarco aliado en Normandía, el día D, que encarrilaría la derrota del Tercer Reich.
Galli dibuja verazmente a un genocida en decadencia personal, atormentado por dolores, pesadillas, paranoias y alucinaciones, adicto a las drogas que le proporciona su médico personal, el doctor Morell. A su alrededor, Eva Braun y altos cargos nazis como Joseph Goebbels, su ministro de Propaganda, y afines al partido, que desfilan como invitados en una fiesta de excesos regada con alcohol, drogas y sexo, con la que parecen querer huir de la realidad de la derrota que aunque saben que se avecina nadie verbaliza.
Con un uso clave del rojo y el negro, de escenas de un atronador silencio y de un tenebrismo entre lo surrealista y lo grotesco, el autor italiano busca, más que reflejar el detalle de los hechos históricos, captar el espíritu, la arrogancia y la bajeza moral de quienes encarnan el mal.
Volviendo al no menos excelente trabajo de Brisard, ‘Hitler ha muerto’ presta más atención a los rocambolescos hechos reales, en un Berlín rendido, destruido y tomado por las victoriosas tropas rusas, que protagonizan violaciones de mujeres y niñas, saqueos y asesinatos, y donde muchos nazis alemanes se suicidaron emulando a su líder.
En el búnker y en el jardín de la cancillería, los soviéticos hallaron los cadáveres calcinados de Goebbels, y su esposa Magda, y los de sus seis hijos pequeños, a los que el matrimonio había envenenado con cianuro antes de suicidarse ellos mismos. También acabaron encontrando quemados e irreconocibles dos cuerpos, supuestamente de Hitler y Eva Braun, que un equipo del Smersh, dirigido por la teniente Elena Rjevskaïa, robó la noche del 5 al 6 de mayo para no dejarlos en manos del NKVD. Le extrajeron la mandíbula y a ella le ordenaron ser su guardiana.
Según las autopsias, todos habían ingerido cianuro y lo único que podía constatar que el cadáver era el del Führer era su dentadura, algo que lograron tras localizar e interrogar a su dentista, Fritz Echtmann, y a la ayudante de este, Käthe Heuserman. El primer examen forense no hablaba de ningún agujero de bala en su cráneo, algo que satisfacía el deseo personal de Stalin de ofrecer el relato al mundo de que Hitler hubiera usado solo cianuro, para demostrar que fue un cobarde que no había tenido el valor de dispararse un tiro él mismo.
El líder del NKVD, el temible Beria, y el del Smersh, el coronel Abakumov, se enzarzaron en una tensa guerra interna por mantener su poder y el favor y la confianza de Stalin. Perderlos significaba ser enviado a Siberia o directamente la muerte, como les ocurriría a ambos en 1953 y 1954, respectivamente. Durante meses buscaron y manipularon la información y el Smersh ocultó y cambió continuamente de ubicación los restos, que oficialmente acabaron en 1970 quemados por el KGB y las cenizas arrojadas a un río de Magdeburgo, en Alemania.
Los restos dentales de Hitler siguen en la misma cajetilla de tabaco en que se guardaron en 1945
Detenciones, interrogatorios, torturas y envíos al Gulag terminaron con confesiones de los testigos de las últimas horas de Hitler en el búnker, entre ellos, su asistente, Heinz Linge. Este afirmó haber oído un disparo en la habitación de Hitler y Eva Braun y, tras entrar, haber visto los cadáveres de ambos, él con un tiro en la sien. Sigue flotando la duda entre los historiadores sobre si realmente se disparó él o si lo hicieron sus acólitos para preservar un final con honor a su líder.
Y no falta en el cómic de Brisard la figura de la famosa aviadora alemana Hanna Reitsch, fervientemente enamorada de su líder, que aterrizó con su pequeño avión cerca del búnker y se ofreció evacuar a Hitler, algo que durante un tiempo se creyó que había conseguido.
Los restos dentales, hoy confirmada su pertenencia a Hitler, siguen custodiados en la sede del FSB (sucesor del KGB), en la misma cajetilla de tabaco en que se guardaron en 1945. En los Archivos Nacionales de la Federación de Rusia está el, más sospechoso, trozo de cráneo, un misterio aún por resolver.