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¿Fueron ellas también elegidas para la gloria? Las 13 astronautas que Tom Wolfe ignoró en ‘Lo que hay que tener’

El año 1979, Tom Wolfe publicó un clásico del nuevo periodismo —desaparecido hoy, el clásico, y el nuevoperiodismo, pese a lo necesario que resultaría, no tanto el clásico como el nuevo periodismo, capaz de mirar a la realidad y aquello que se cuenta de ella con la distancia, y la ironía, y la crítica salvaje, adecuada— titulado ‘Lo que hay que tener’. Lo que hizo Wolfe fue pasar seis años reconstruyendo, a base de entrevistas y situaciones —él se ponía en situación, recreaba, desde una no ficción elástica, espolvoreada del ritmo de la ficción—, la carrera espacial norteamericana. En concreto, de qué forma el presidente Eisenhower había transformado a un puñado de pilotos de pruebas en “carne enlatada”. Oh, así llamaban ellos a los primeros astronautas.

Demasiados entierros

Daba comienzo, Lo que hay que tener, con un fascinante capítulo dedicado a la cantidad ingente de entierros a los que una pareja de 25 años integrada por un piloto de pruebas y su mujer debía asistir mensualmente. Porque los pilotos de pruebas no hacían otra cosa que lo que su propio nombre indicaba: probar. Probaban a atravesar la barrera del sonido, y a alejarse de la Tierra todo lo posible, y o bien se congelaban, o perdían el conocimiento y el control del aparato, o simplemente estallaban en el intento. Es decir, morían, y sus compañeros iban a su entierro, y las mujeres vivían temiéndose lo peor, y tenían paranoias, y perdían la cabeza, en medio del ruido ensordecedor de aquellos vuelos de prueba, porque, claro, las casas estaban allí mismo, en el campo de pruebas.

Wolfe, tan siempre admirablemente rebelde, se reía del sistema —como siempre hizo, afortunadamente: era un crítico feroz y divertido— a través de aquella colección de experimentos, en buena parte fallidos —el lema de aquello que tenía detrás a la mismísima NASA llegó a ser: “Los nuestros siempre fallan”—, que dieron lugar a la conquista del espacio desde un Estados Unidos que al principio nada parecía tener que hacer ante una potente Unión Soviética capaz de adelantarse a todo. El año 1983 se estrenó una película de Philip Kaufman, basada en el libro, y titulada ‘Elegidos para la gloria’ (que ahora mismo puede verse en Filmin) que era también un artefacto deliciosamente absurdo, y sin embargo, histórico. Pero de una historia incompleta.

Machismo extremo

Martha Ackmann es periodista. Tiene 72 años. Nació en St. Louis, Missouri, y en algún momento presidió la Emily Dickinson International Society. La presidió porque es una experta en su obra. Durante cerca de 20 años, Ackmann dio clases sobre Dickinson en la casa de la poeta, en Amherst, Massachusetts. Sí, esas cosas pasan. Al menos, en Estados Unidos. Otra cosa que hizo Ackmann fue escribir el recién publicado —aquí, pues originalmente lo fue hace 20 años, en 2003— ‘Las astronautas olvidadas’ (Ediciones Luciérnaga), la parte de la historia que Wolfe dejó fuera de su canónico y revoltoso y desacralizador ‘Lo que hay que tener’. Porque mientras se formaba a todos aquellos astronautas, también se formó a 13 mujeres con la misma intención.

Oficialmente, el primer viaje de una mujer al espacio ocurrió en 1963. Lo hizo la cosmonauta Valentina Tereshkova. Partió desde la Unión Soviética. El libro de Ackmann no la menciona, pero sí menciona el hecho de que, a sabiendas de que al otro lado del Telón de Acero no había diferencias respecto a la formación de hombres y mujeres en lo que a la carrera espacial se refería, los norteamericanos se preguntaron por qué en su caso no era así. Jerrie Cobb, una de las pilotos que por entonces ya había roto la barrera del sonido en más de una ocasión como sus homólogos masculinos, podría haberles contestado que por la misma razón por la que la hacían llevar tacones bajo el mono de protección. Porque el machismo era extremo, tan descaradamente insultante como parece.

Y así, puede leerse el libro de Ackmann como el reverso, o la cara oculta, del de Wolfe, y sumar, a los delirios de aquel, los delirios de los desplantes que sufrieron las 13 pilotos seleccionadas para formarse a la sombra de los hombres. Pilotos que nunca jamás fueron reconocidas como aspirantes a astronautas, por el miedo de una sociedad a la que “nunca se le ocurrió que alguien que no fuera un hombre blanco pudiera tener también el deseo y la capacidad de volar al espacio”. Un festín de detalles, a ratos, terroríficos, y siempre, apasionantes, que refleja una sociedad, en la que incluir la pirueta narrativa de Tom Wolfe, que vivía, y aún lo hace, encerrada en su propia condición de producto incapaz de pensar por sí mismo, ni siquiera en mitad de una guerra, por más estelar que sea.



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