Cinco días antes de que a Salman Rushdie, que por entonces era su esposo, le lanzaran la fatua que transformaría sus vidas en febrero de 1989, Marianne Wiggins (Lancaster, Pennsilvania, 1947) había anunciado al escritor angloindio que la relación no funcionaba y su intención era separarse. Pero cuando estalló aquella bomba informativa, la autora estadounidense, segunda esposa de Rushdie, le apoyó en todo momento, se encerró con él en un minúsculo apartamento y no fue hasta algunos años después que el divorcio se haría efectivo.
Casi al mismo tiempo de la publicación de ‘Los versos satánicos’, desencadenante de la amenaza de muerte, lo hizo también una de las mejores novelas de la escritora, ‘John Dollar’, quien no pudo promocionarla personalmente aunque algunas librerías incitaran a la compra con un eslogan de escaso gusto: “Ya que no puede leer al marido, lea a su esposa”. La carrera de Wiggins (y no digamos la vida) quedó un tanto perjudicada pero eso no le impidió seguir escribiendo. Ella era ya una autora consolidada entonces y sus novelas en nada se parecían a las ficciones mágico-maravillosas de su ex.
En 2003, su novela de ‘Evidence of things unseen’ fue nominada al Pulitzer y sigue ahora, con ‘Las propiedades de la sed’ (Libros del Asteroide), cuya elaboración se inscribe en esa serie de catastróficas desdichas que han jalonado su vida y que la autora ha ido superando a golpe de voluntad. Y es que, cuando le faltaban unos pocos capítulos para acabarla, sufrió un derrame cerebral que la postró en una silla de ruedas e impidió su capacidad de escribir, pero no de acabar la novela.
Agua para Los Ángeles
‘Las propiedades de la sed’ reúne un mosaico de memorables personajes y cuenta el desvío de las aguas de un río en Manzanar, California, para abastecer a la ciudad de Los Ángeles antes de la segunda guerra mundial. Pero también relata cómo ese lugar se convirtió en el emplazamiento de un campamento de internamiento de ciudadanos norteamericanos de origen japonés tras el ataque a Pearl Harbor. Todo ello relatado con un elegante lenguaje poético y un tono clásico cercano a John Steinbeck.
“Aunque no pensé directamente en Steinbeck mientras lo escribía, es inevitable no tenerle en cuenta porque fue un intérprete cariñoso de la topografía californiana. Él es el primero que me viene a la cabeza cuando pienso en autores californianos”, escribe Wiggins desde su refugio en Estados Unidos, donde vive junto a Lara Porzar, hija de su primer matrimonio, que ha sido la persona, junto a su editor David Ulin, que le ayudó a acabar el libro. De hecho, Lara es también la transcriptora de las palabras de Wiggins para esta entrevista que se ha realizado por escrito.
Lo que más sorprende es cómo se puede escribir una novela así, tan bien estructurada, con tales impedimentos. Resulta casi milagroso el resultado alcanzado. “Nunca empiezo a escribir antes de saber el final, luego escribo hasta llegar a ese punto. Cuando tuve el derrame cerebral, había tres o cuatro capítulos más por completar. Trabajando con Lara y David Ulin, alcanzamos la mitad de lo que había previsto. Escribir para mí en el pasado ha sido una actividad solitaria y tuve que encontrar vocabulario verbal para explicar mis intenciones artísticas en lugar de crearlas en la página”, explica.
Lo que no se completó no afecta substancialmente a la trama, Wiggins quería seguir hasta Japón a uno de los personajes principales, Schiff, un judío al que encargan dirigir el campo de internamiento, y que acaba siendo uno de los redactores de la constitución japonesa: “No pude hacerlo porque necesitaba investigación específica sobre el tema y claramente ya no estoy en condiciones de hacerla”.
Un vacío interesado
Con apenas una mención bastante escondida en una película de culto juvenil como ‘Karate Kid’ (además, el propio actor Pat Morita estuvo recluido en un campo en Arizona cuando era adolescente) o en ‘Bienvenido al Paraíso’ de Alan Parker, el tema de los campos de internamientos de los ciudadanos estadounidenses descendientes de japoneses, que implicó a 120.000 personas junto a sus familias encerradas en periodos de uno a tres años, ha sido un tema espinoso que se ha querido esconder bajo la alfombra.
“La literatura estadounidense tiende a ignorar los crímenes éticos del siglo XX en nuestro propio país”, sostiene la autora, que en contraposición a esa infamia, sitúa en su novela la vieja utopía ecologista de Thoreau y su comunión con la naturaleza: “Me inspiró la visita a Manzanar que hoy es un parque nacional. Sentí que debía llevar su importancia histórica al primer plano de la mente de los lectores modernos porque gran parte de la historia de Estados Unidos ha sido borrada porque nos concentramos en el presente”.
Wiggins no se rinde. Se ha enfrentado a muchos obstáculos y los ha superado con nota. ¿Cree que su libro es fruto de la frase que se repite a lo largo de la novela, “No puedes salvar lo que no amas”? “Sí. Porque el amor salvó esta novela”, contesta la autora y es su hija quien la transcribe.