Los proyectos cinematográficos suelen cocinarse a fuego lento y no es extraño que estén sometidos a ciertos vaivenes, pero tardar seis años en sacar uno adelante puede considerarse una cifra algo excesiva. En 2018, el productor Cristóbal García y el escritor y guionista Fernando Navarro decidieron poner en marcha una película sobre su banda favorita, Los Planetas. Se centraría en un momento clave de la trayectoria de los granadinos, el que alumbró su álbum Una semana en el motor de un autobús (1998), un psicodélico proceso creativo salpicado de excesos lisérgicos y de conflictos entre los miembros del grupo que, a pesar de todo, dio lugar a un gran disco.
El primer director elegido para llevarlo a cabo fue Jonás Trueba. Trueba llamó a un escritor y amigo de confianza, Alejandro Simón Partal (Estepona, 1983), para que se ocupase de escribir un diario de aquel rodaje. Pero los retrasos en este ya se iban acumulando: a las dificultades normales para levantar cualquier proyecto se sumaron el Covid y los desacuerdos entre el equipo de la película y el grupo granadino, al parecer celoso de cómo se manejaba su imagen. Con el tiempo los primeros defenderían que el proyecto no pretendía ser una reconstrucción fidedigna de cómo fue aquella aventura musical, ni tampoco un retrato fiel de cada uno de sus protagonistas, sino una ficción inspirada en hechos reales, hasta el punto de que en su cartel se puede leer el mensaje “esta no es una película sobre Los Planetas”.
El que caso es que Trueba abandonó, cansado de que la cosa se alargase tanto, y la película la acabó dirigiendo Isaki Lacuesta, aunque unas circunstancias personales muy complicadas provocaron que este lo hiciera en remoto y que fuera su ayudante habitual, Pol Rodríguez, quien llevase la batuta en el set. El resultado, a pesar de las dificultades, ha sido un gran éxito: la cinta se hizo con varios premios en el Festival de Málaga, entre otros la Biznaga de Plata a la mejor película, y crítica y público la recibieron con regocijo.
Alejandro Simón Partal, testigo privilegiado de todo aquello desde que se empotró en el rodaje para escribir este libro, dice que no se atreve a hablar en nombre de nadie para decir qué opinión tienen Los Planetas sobre la cinta, que es exactamente lo que todo el mundo quiere saber después de que las especulaciones y el morbo hayan campado a sus anchas. Pero el autor de La planta baja. Diario de rodaje (Plaza & Janés), que así se llama el libro, sí se aventura al afirmar que “secretamente, creo que todos están emocionados con la película. Porque es un regalo que te hagan un homenaje como ese, dirigido por Isaki Lacuesta, uno de los cineastas más reconocidos y necesarios del cine español. Y creo también que a Los Planetas les va a resucitar ante unas generaciones más jóvenes que no les conocen tanto”.
Un diario personal
A pesar de su título, La planta baja… no es tanto un diario de rodaje como un diario personal de Simón Partal en el que la película acaba ocupando solo una parte de sus páginas. De hecho, la frase con que se abre es parecida a la advertencia del cartel de la película: “Esto no es un libro sobre la película de Los Planetas”. Él se explica: “La idea al principio, cuando el director iba a ser Jonás, era estar implicado muy directamente en el rodaje. Pero a medida que se fueron sucediendo los acontecimientos yo me fui apartando”, cuenta el escritor a El Periódico de España, del grupo Prensa Ibérica. “Preferí escribir el diario desde una posición de testigo externo. No quería hacer un libro técnico sobre cine porque no sabría hacerlo, y tampoco quería hacer un monográfico sobre Los Planetas. Yo solo quería hacer un diario, porque me encantan ese tipo de libros y quería contar mis días en Granada y en otros sitios con el fondo de la película que se estaba rodando”.
La idea al principio, cuando el director iba a ser Jonás, era estar implicado muy directamente en el rodaje. Pero a medida que se fueron sucediendo los acontecimientos yo me fui apartando”
A lo largo de sus casi 200 páginas asistimos a las vicisitudes que se van sucediendo en la vida del autor a lo largo de dos años y en paralelo a lo que sucede con ese rodaje. Arranca cuando recibe el encargo de Trueba mientras sobrevive al aburrimiento pandémico en una universidad de República Checa, y pasa por una Nueva York a la que viaja por otros motivos profesionales y personales, pero donde también debía coincidir con la parte de la película que se rodaba allí, la ciudad donde en su día se grabó el disco, algo que finalmente no sucedió porque se pospuso. Pero sobre todo se centra en su estancia en Granada, donde Simón Partal se instaló durante unos meses para seguir el grueso de la filmación.
Aunque asistimos al rodaje de algunas de sus escenas más emblemáticas, y también a fiestas y conversaciones con los miembros del equipo, la mayor parte de las páginas la ocupan reflexiones del autor, que durante ese tiempo tuvo que lidiar con el duelo por la muerte de su padre, sus aventuras personales por la ciudad y unos cuantos encuentros afectivos y sexuales. Cuando se le pregunta si lo que se puede leer en el libro son cosas que ocurrieron realmente responde enigmático que “todo es verdad e incluso puede que haya pasado“, aunque admite haber incluido algunas dosis de ficción. Eso sí, reconoce que en Granada ligó bastante. “La verdad es que tuve mucho éxito allí, me lo pasé muy bien. Esos encuentros me ayudaron a conocer gente y a disfrutar”.
Uno podría esperar que el rodaje de una aventura de excesos como fue la grabación de aquel disco, con unos personajes que se pasan colocados la mitad de la película, hubiera podido dar lugar a un rodaje igual de salvaje, más cuando sus actores protagonistas son también músicos jóvenes y locales. Pero no fue así. “Y eso me decepcionó. Porque viniendo de la ciudad tristísima de la República Checa donde me pilló el confinamiento, una de mis esperanzas era que la vida en Granada fuera mucho más movida. Pero fue muy tranquila. Los del equipo son gente muy sana, quizá el menos sano de todo el plantel era yo”, cuenta divertido.
Personajes reales y actores que son personajes
Jota, cantante y líder histórico de Los Planetas, aparece en varios momentos de la narración. Es amigo del autor, aunque su relación atravesó algún momento complicado. Un día, en los estadios iniciales del proyecto, “yo estaba en casa y recibí un mensaje de Jonás contándome que Jota estaba muy enfadado porque había alguien que había leído el guion antes que él”. Quien supuestamente leyó la copia del guion que tenía Simon Partal en casa y se lo confesó a Jota en ese ambiente siempre neblinoso que es un camerino era la persona con la que el escritor compartía por entonces su vida. “Jota quería bajarse del proyecto“, recuerda.
Jota es una persona muy perfeccionista. Un estudioso de la música, muy obsesionado con controlar todo lo que tenga que ver con Los Planetas y con su propio nombre”
Aquella crisis, dice, duró solo 24 horas. Después su relación se recompuso. Pero el músico es el nombre clave de esta historia. Sobre él dice en el libro: “Le atrae tanto la idea de esta película como angustia le provoca quedar mal retratado en ella”. Pero, ¿cómo es Jota más allá de esos clichés que le pintan como un ser complicado y huraño? “Yo diría que es una persona muy perfeccionista. Un estudioso de la música, muy obsesionado con controlar todo lo que tenga que ver con Los Planetas y con su propio nombre. A pesar de su fama de malditos, o de esa época desordenada que vivieron, creo que en el grupo han sido siempre muy conscientes de por dónde querían ir“. Añadirá también que “me parece que Jota es uno de los grandes letristas y compositores que hay en español. La genialidad de sus letras es abrumadora”. Aunque aquí haya escrito un diario y esté ahora más centrado en la narrativa, quien esto afirma es un poeta varias veces galardonado, así que su opinión sobre versos y estrofas es relevante.
Si Jota es el personaje real que más peso tiene en el libro, es Cristalino, el actor que interpreta a Florent, guitarrista del grupo, el que más atrajo su atención durante el rodaje. La relación entre los dos músicos que fueron el motor de la banda, una estrecha amistad y complicidad creativa que en la cinta por momentos roza el homoerotismo y que se estrella contra la incapacidad de dos hombres para gestionar su afecto, es parte fundamental de la trama. Y el papel que entrega Cristalino, músico de Granada que debutaba como actor, una de las grandes bazas de la película. “Espero que cuando pase todo esto Cristalino no sea ‘el que hizo la de Los Planetas’, porque es un chico que tiene un magnetismo muy especial y como actor ha sido extraordinario“, dice Simón Partal, que considera que el Florent de la película, delgadísimo y a menudo envuelto en una nube o sumergido en un sueño espeso provocados por la drogas, “crea un embrujo especial, por ejemplo cuando está paseando por Nueva York con Morente de fondo. Consigue que todo acabe vinculado en su cuerpo: Granada, Lorca, Morente, Nueva York. Hace que la película se eleve”.
De la que no se dice casi nada a lo largo del libro es de May, bajista del grupo en su primera etapa y tercer vértice cuando Jota y Florent formaban con ella un triángulo que no sobrevivió hasta el disco en el que está centrada la película. Abandonó antes porque vio que aquella vida no era para ella, y en la película es un personaje externo a la banda pero decisivo en el devenir emocional de los protagonistas. El autor del diario cree que ella no estuvo muy de acuerdo con que se hiciera Segundo Premio. Pero no entiende que se haya hablado tanto sobre la necesidad de aprobación de la película por parte de los personajes reales que aparecen en ella “si lo que se está haciendo es una ficción. Supongo que el equipo ha sido tan respetuoso que querían que hubiera conformidad de todos los implicados“. Un respeto que se explica, dice, porque quienes la pusieron en marcha eran unos fans que estaban rindiendo homenaje a la banda sonora de su educación sentimental.
Respecto a Los Planetas como artistas, concluye Simón Partal, “les agradezco que hayan mantenido la elegancia y el misterio a pesar de todo. En esta época de sobreexposición, me parece romántico cómo se han mantenido en la sombra, habitando en los márgenes pero sin hacer apología de la periferia“. O dicho de otro modo: sin trabajar, como hacen otros, en transmitir un misterio que a menudo no es tal. Y cita como ejemplo a Scott Walker, otro músico, este forjado en los años 60, que como los granadinos fue a la vez leyenda pero supo mantenerse en las sombras. Unas sombras que, con esta película y el diario de rodaje aparejado, son ahora algo menos oscuras.