La película de Paola Cortellesi, directora, protagonista y coguionista de “Siempre habrá un mañana” (“C’è ancora domani”, 2023), está filmada en blanco y negro, recordándonos la estética neorrealista de posguerra en la que ocurre la acción en un barrio obrero de Roma. El argumento gira en torno a una familia de economía precaria con una madre y un padre, el suegro de la madre y tres hijos. Desde el principio se nos hace ver con claridad que los varones de la casa tienen completamente naturalizado el abuso verbal y físico de la madre. Hasta aquí un drama neorrealista casi clásico. Sin embargo, Paola Cortellesi sabe lo que se hace y le da una vuelta de tuerca a la historia del cine italiano (neorrealismo incluido). Para ello, se vale de música de ahora mismo, del humor y de la máxima de Italo Calvino: “Tómate la vida a la ligera, que la ligereza no es superficialidad… Es restar peso. Evitar que el peso te aplaste”. La directora lo hace tanto para crear una tensión que nos mantiene al borde del asiento y atentos a cada detalle hasta el último segundo, como para que veamos que la voluntad de un individuo puede triunfar aun en las circunstancias menos propicias para ello.
Cuando hablamos del humor en esta película (esa ligereza de la que habla Calvino) tenemos que cualificar el aserto: se trata de un humor a la desesperada y, a veces, macabro. Quiero decir que no hay gags con personajes que hagan algo estrambótico e irrisorio, sino situaciones que nos hacen sonreír a pesar de la realidad que reflejan. Uno de los casos, por ejemplo, es cuando el suegro de Delia, la protagonista, se muere en la cama. Delia tiene algo importante que hacer en ese momento, lo mira y se da cuenta de que está muerto. Espera un segundo y dice en voz alta: “Hoy, no”. Y se va cerrando la puerta del dormitorio. Los diálogos, mayoritariamente entre mujeres, están salpicados de todos los sentimientos posibles: envidia, solidaridad, compasión, mala intención, alegría genuina, rabia e indiferencia. Es la espontaneidad de todos ellos lo que, a veces, nos hace sonreír y, a veces, nos enfurece. La rabia de la hija contra la madre ante el aguante de las palizas del padre nos duele y nos desconcierta. Nadie se merece ese trato. Que Delia sise unas cuantas liras de su propio trabajo y se las guarde en el sujetador también nos sorprende pero nos alegra que se quede con algo para ella misma. O eso pensamos. Las palizas del marido a la mujer están rodadas como si se tratase de un baile para que no veamos en toda su crudeza la violencia o para que nos metamos en la cabeza de ella. Su mente tiene que escaparse de alguna manera y, ya que apenas habla o se queja, imagina lo que nosotros vemos y oímos. Hay un momento clave, sin embargo, que nos llena de una esperanza ignorante: Delia recibe una carta misteriosa que aprieta contra su pecho y guarda en secreto. Desde ese momento su mirada cambia: tiene un propósito personal y va a conseguirlo. No tenemos ni idea del contenido de esa carta, pero sabemos que es lo que la mantiene en marcha y decidida. La película la sigue por las calles de su barrio y nos deja ver cómo visita a un novio de antaño que quizás habría sido un mejor marido que el que tiene. También vemos cómo se relaciona con un policía militar norteamericano con quien no se entiende porque ella no habla inglés y el policía no habla italiano. Aun así, ambas relaciones acaban por ser útiles para ella y para que nosotros entendamos mejor su subjetividad y sus emociones. Los silencios de Delia no significan ignorancia, resignación o indiferencia. Son una pauta de espera.
El final es del todo inesperado, pese a que Cortellesi nos ha dado pistas sobre el deseo tácito de esta mujer y de todas de cierto reconocimiento que no se manifieste constantemente a través de la violencia o del ninguneo absoluto, aunque todas ellas trabajan fuera y dentro de la casa sin tregua. No voy a hacer un spoiler, así que tendrán que animarse a ver esta estupendísima película en la que una singular redención supone una posible redención para todos. Añadiré, eso sí, que la perogrullada de que siempre que se habla del pasado, se hace desde el presente y refleja ese mismo presente es cierto. Cortellesi habla de la Roma de 1946 pero también está hablando del aquí y ahora de nuestra sociedad. No se la pierdan.
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