Movida por la curiosidad, Ruth Zylberman (París, 1971), documentalista y directora de cine, entró en un viejo edificio estilo Haussmann del distrito diez parisino, el 209 del la Rue Saint-Maur, y se dispuso a contar la vida entre sus paredes desde la década de 1850 hasta nuestros días. Primero fue una aclamada película, después un libro que contribuyó a ampliar la espléndida autobiografía del inmueble: guiada por fantasmas, fantasías y quimeras, rebeliones y deportaciones, imágenes e historias que se funden en sus páginas como si se tratara de una novela. Muchos han comparado “209 Rue Saint-Maur, París”, que ahora ve la luz traducida al castellano gracias a Errata Naturae, con una de las obras inclasificables francesas de culto del pasado siglo, “La vida, instrucciones de uso” (1978), de George Perec.
Aquí nada sucede por casualidad. Por más que, hija y nieta de deportados, Ruth Zylberman se considere a sí misma fruto del milagro: alguien que debe su existencia a una serie de azares prodigiosos. Su infancia no fue fácil: creció rodeada de supervivientes perdidos y personas desaparecidas. Inmersa en las historias en torno a la Shoá, Zylberman parte de una percepción infantil de la misma, de relatos por y para niños en torno a estos acontecimientos históricos y trágicos. De hecho, interactúa con los personajes desaparecidos y su presencia se percibe más allá de los tiempos. En el final de “209 Rue Saint-Maur, París” recuerda cómo la película (“Les enfantts du 209 rue Saint-Maur, Paris X”), programada en su día en el canal Arte, termina significativamente con una escena de reencuentro entre quienes poblaron el edificio durante el período de la Segunda Guerra Mundial. En medio de estas personas reales y vivas, reunidas por ella, Zylberman confiesa haberse sentido invadida por una multitud mucho mayor, formada por los habitantes desaparecido que identificó durante su búsqueda. En el patio ronda la presencia invisible de todos los que no están, aquellos de los archivos, periódicos y libros, las costureras anónimas, los amantes solitarios. Se entremezclan en el texto lo maravilloso y paranormal, y el conocimiento adquirido sobre la ciudad de París proporciona a la autora poderes sobrenaturales que recuerdan las leyendas. Zylberman no reprime esta dimensión legendaria de la escritura, al contrario, le otorga un lugar preeminente. Historiadora de formación, tampoco considera estas irrupciones como incompatibles con su metodología disciplinada, sino que las transforma –al igual que el azar y sus fantasías– en herramientas privilegiadas. Convoca la memoria, no solo desde la evocación del pasado, sino también del espacio que la alberga, mientras anima al lector a retroceder en el tiempo, a cualquier paisaje del pasado.
El trabajo a partir del plano del edificio con la organización de los apartamentos, la invitación a reproducir el interior de antaño a través de pequeños modelos de mobiliario, a diseñar las habitaciones habitadas, son todas formas de recapitular en la memoria. Aunque Zylberman, removiendo en el recuerdo, es consciente del alto precio que paga. Las mejores páginas describen el cansancio de vivir cuando se evocan los suicidios, la redada del Vélodrome d’Hiver y la inquietud permanente durante la ocupación, en medio de una cargada atmósfera Modiano, o cuando permite comprender cómo los supervivientes, los hijos de la guerra, aprendieron a crecer, a vivir, actuar como si todo fuera normal, como si resultase sencillo relegar la locura al menos durante unas horas o un día. Habla con conocimiento, ya que parte de su familia fue cautiva de esa trampa urdida entre las emociones y el peligro inminente de desaparecer en los campos de exterminio.
En el primer capítulo, la autora de “209 Rue Saint-Maur, París” cuenta la sensación afectiva que le une a la ciudad y a sus edificios, con historia y ecos del pasado reverberando en su paredes, que son para ella una tierra natal. A una visión de ese acompañamiento invisible con la que construye su propia fantasía como si fuera un vínculo protector y familiar. Igual que si hablara el mismísimo Walter Benjamin de esas pistas secretas del pasado que apuntan a la redención. De sus huellas más perceptibles y también de las que no lo son tanto porque permanecen escondidas.
Saint-Maur, París (Autobiografía de un edificio)
Ruth Zylberman
Traducción de Elena Pérez San Miguel
Errata Naturae, 472 páginas, 25,90 euros
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