Después de pasar unos días en la Feria del Libro de Madrid y de protagonizar una charla en el CCCB, el escritor Richard Ford (Jackson, Mississippi, 1944), atiende a EL PERIÓDICO en la sede de la editorial Anagrama para hablar de ‘Sé mía’, la novela que cierra de forma memorable la serie de cinco libros dedicados a Frank Bascombe, uno de los personajes fundamentales de la literatura estadounidense del último medio siglo, que aquí emprende un viaje al emblemático Monte Rushmore en compañía de su hijo Paul, enfermo de ELA. A mitad de la entrevista, la voz del Pato Donald cantando el villancico ‘Deck the halls’ anuncia que el escritor está recibiendo una llamada en su teléfono móvil. Es, anuncia Ford, el empresario italiano Carlo Feltrinelli, presidente del grupo editorial al que pertenece Anagrama. Lo silencia y continúa.
-¿Es esta novela una refutación de esa célebre frase de Tolstói que dice que todas las familias felices se parecen?
-Así es. De hecho, esa motivación está en la base de todos los libros de Bascombe. En los años 80, mi esposa Kristina me sugirió que escribiera una novela sobre un personaje que fuera feliz. Yo conocía la frase de Tolstói, con la que empieza ‘Anna Karenina’, y me pareció un bonito reto buscar la manera de demostrar que no es verdad que todas las familias felices se parezcan. Y eso es lo que he estado haciendo durante 40 años.
-Su esposa le sugirió escribir sobre un personaje feliz y usted pensó en un hombre que se acaba de divorciar después de la muerte de uno de sus tres hijos. ¿Todo bien?
-[Risas] Bueno, en ese momento me pareció que escribir sobre alguien que es feliz sin más probablemente sería aburrido, así que pensé en la felicidad como una meta a la que aspira una persona a la que le han pasado cosas malas. Por eso el libro [‘El periodista deportivo’, 1986] habla de un hombre que trata de encontrar la manera de ser feliz después de haber perdido a un hijo, su matrimonio y su vocación.
-¿Diría que la felicidad de Frank Bascombe se basa en la negación de las cosas terribles que le han sucedido?
-No lo veo así. Es más una cuestión de énfasis que de negación. No puedes negar la existencia de las cosas que realmente han existido por mucho que te hieran. No puedes negar que el Holocausto sucedió (aunque hay gente que lo hace, pero es porque son imbéciles). Lo que tal vez sí puedes es intentar apartar tu atención de ahí y dirigirla hacia otras cosas más felices. Eso es lo que hace Frank.
“La única obligación del escritor es escribir. Y hasta eso puede dejar de hacerlo cuando quiera”
-Como escritor, ¿siente que tiene la obligación de proveer de esperanza o de algún tipo de enseñanza útil a sus lectores?
-No es una obligación. Es más bien un privilegio que trato de aprovechar. Yo aprendo mucho de los libros que leo y creo que en la imaginación de los lectores hay mucho espacio para que un libro resulte instructivo de un modo u otro.
-¿Un escritor no tiene obligaciones?
La única obligación del escritor es escribir. Y hasta eso puede dejar de hacerlo cuando quiera. Quizá muchos deberían hacerlo [risas].
-No es todavía su caso, ¿no?
-No, aquí en mi cuaderno tengo las notas para una novela en la que estoy trabajando, pero… Suelo decirle a mi esposa que me gustaría ser yo mismo quien me dijera cuándo debo dejarlo, y no tener que leerlo en las páginas del ‘New York Times’ o el ‘Corrierre della Sera’.
-Una de las enseñanzas de sus libros es que la vida está llena de pequeñas cosas sin importancia a las que merece la pena prestar atención.
-En la vida encuentras muchas cosas valiosas que luego difícilmente puedes encontrar en el lenguaje. Lo que yo hago es dar un lenguaje a esas cosas; no necesariamente para venerarlas, sino para llamar la atención del lector y decirle: “Mira aquí, porque esto también es la vida”.
-¿Es Frank Bascombe la encarnación de una idea de Norteamérica que está desapareciendo?
-Esa es una idea interesante. A lo largo de mi vida he conocido a algunos hombres y mujeres que pertenecían tanto a su época que parece que hoy ya no existan, no ves gente como ellos por ahí. Supongo que Frank es también un personaje de su tiempo, pero pienso que todavía es actual, que aún es capaz de mantener una conversación con el lector de hoy. Esa es mi opinión, claro, pero es posible que para alguien de 25 años represente un paradigma antiguo.
-En el anterior libro de la serie, ‘Francamente, Frank’ [de 2014], Bascombe ni siquiera tenía teléfono móvil. En ‘Sé mía’ sí lo tiene, pero lo usa solo para hablar.
-Esa es una de las cosas que tengo que asumir: que si quisiera seguir escribiendo libros sobre Frank Bascombe, cosa que no pienso hacer, tendría que meterme en el mundo moderno de una manera que prefiero no hacer. Tendría que saber qué es Snapchat y todas esas otras cosas cuyo nombre desconozco pero que no quiero saber qué son. No quiero que esos nombres aparezcan en mis páginas [risas].
“Me parece inconcebible ver a un delincuente convicto en el Capitolio como presidente de EEUU”
-Cuando en 2016 se le concedió el Premio Princesa de Asturias, usted veía impensable que Donald Trump llegara a la Casa Blanca. ¿Qué cree que sucederá en las elecciones de noviembre?
-Pienso que Trump no ganará porque, sencillamente, me resulta inconcebible sentarme ante el televisor a ver cómo un delincuente convicto sube las escaleras del Capitolio para ser nombrado presidente de Estados Unidos. Eso no puede pasar. Ahora bien, también creo que la debilidad de Joe Biden es cada vez más acusada. Y no me refiero a su fragilidad física, que también, sino al modo en que ha gestionado la guerra entre Israel y Hamás. No puedo entenderlo. Sé que el Partido Demócrata ha sido siempre pro-israelí, pero puedes ser pro-Israel sin tener que ser pro-Netanyahu, ¿no? Supongo que el temor de Biden es que si deja de suministrar armas y dinero a Israel para poner freno a este desastre, Netanyahu buscará el apoyo de China. No sé, es de locos.
-Por cierto, el escultor Gutzon Borglum, creador del Monumento Nacional del Monte Rushmore, donde concluye en la novela el viaje de Frank Bascombe y su hijo, era un antisemita contumaz.
-Esa es una historia terrible. Ahí está esa hermosa montaña, que era un lugar sagrado para los indios que habitaban esas tierras, y llega este racista llamado Borglum y decide crear allí un monumento nacional, cosa que hace con el apoyo de la estructura de poder blanco de Estados Unidos. Para mí ese monumento es un ultraje nacional. No solo disminuye el esplendor natural de la montaña, sino que ignora y humilla los intereses de los pobladores originales. Los estadounidenses que llegaron de la vieja Europa no tenían ningún sentido de la historia y, además, la historia que encontraron en su nueva tierra no les gustó. Por eso, en general, los norteamericanos son tan ineptos construyendo monumentos nacionales, porque la historia que pretenden ensalzar es la de la conquista del continente, y esa conquista fue, como sabemos, un gran crimen. Cuando visité por primera vez el Monte Rushmore, me pareció todo tan ridículo de la manera más idiota posible que decidí que tenía que contarlo en algún libro.
-¿Le pasó lo mismo con el Palacio del Maíz de Mitchell, Dakota del Sur?
-¡No! Al Palacio del Maíz voy siempre que puedo. Es un lugar maravillosamente estúpido y, como has visto cuando ha sonado mi teléfono, a mí me encantan las cosas maravillosamente estúpidas. Por fortuna, Estados Unidos es una cornucopia de cosas maravillosamente estúpidas.