Dice el escritor Manuel Vicent (Castellón, 1936) que “la vida, como el violín, solo tiene cuatro cuerdas: naces, creces, te reproduces y mueres”. A pesar de que reconoce que “se alimenta del pasado y su melancolía”, su último libro Una historia particular recoge la historia reciente de España, mezclada con sus recuerdos, desde una visión vitalista y sensorial.
Esta noche recoge el premio Pop Eye de Letras. ¿Cómo recibió la noticia?
Fue una sorpresa porque es una cosa muy moderna. Es una cosa simpática, por lo que vamos a ver cómo sale todo.
Además, coincide con la publicación de su última obra, Una historia particular, en la que aborda sus recuerdos y la historia reciente de España, pero desde una visión vitalista.
No he hecho un libro de memoria ni autobiográfico, sino una memoria compartida con sensaciones en las que todo el mundo puede participar porque es una vida a través de las canciones que uno ha escuchado, los libros que ha leído, los coches que ha tenido, los perros que le han acompañado, los viajes, las casas que uno ha habitado, los pueblos que uno ha visitado… Es una experiencia compartida. A todo el mundo le pasa lo mismo a fin de cuentas.
¿Cómo fue el proceso de sumergirse en todos estos recuerdos vividos?
Es como la cesta de cerezas. Vas tirando de una cosa y empiezan a salir. Es como una alfombra de nudos. Si tú das la vuelta a una alfombra, el tejido está todo lleno de pequeños nudos. Cada nudo es una encrucijada, un cruce de caminos, que de una forma muy azarosa te lleva de un sitio a otro. Y, por eso, dentro del azar, que es el estar vivo cada día y que cualquier cosa pequeña te lleva a un final inesperado.
¿Ha sido un viaje de emociones?
Sí, es un libro que, además, es emotivo porque es un libro hecho de lo que a mí me ha pasado y de los alrededores, de la atmósfera que a uno le sustenta. Al fin y al cabo, nuestros pilares más fuertes son la memoria y los cinco sentidos que nos mantienen.
¿Queda algo del niño que aparece en la historia?
Pues no lo sé, yo creo que cada persona siempre tiene dentro distintas personas, como las cajas de muñecas rusas. Hay un niño que todavía está dentro, un joven, un adolescente, un adulto, un hombre serio y mayor y un viejo. Se trata de que cada fase de la vida que llevas dentro, como los estratos de una vida que llevas dentro del espíritu, estén equilibrados.
¿Hay más miedo al mirar hacia el pasado o hacia el futuro?
No lo sé. Yo, desde luego, ya me alimento del pasado. El futuro no es más que melancolía. El tiempo que huye. Hay que vivir lo que a uno le quede de vida y vivir con cierta elegancia y aceptar todos los males que a uno le puedan suceder, pero sin perder el estilo.
En la obra compara la vida con un violín que solo tiene cuatro cuerdas: naces, creces, te reproduces y mueres.
Con cuatro cuerdas y con cuatro notas se pueden hacer verdaderas sinfonías maravillosas.
Cuando pasamos la tercera cuerda, ¿se ve la vida de manera distinta?
Por supuesto, el saber morir es una obra de arte. Toda la filosofía oriental está destinada a aprender a morir. Y esa lenta bajada hacia la nada, hacia la naturaleza. Está llena de unos placeres maravillosos. Cada edad tiene sus cartas y sus placeres. Hay que saber jugarlas.
Afirma que hay que afrontar la vejez con un poco de melancolía. ¿Cree que vivimos en una sociedad melancólica?
Sí, pero la melancolía es muy literaria, así como la nostalgia no lo es. El creer que ahora estás mal, pero entonces estabas muy bien, cuando eras niño, cuando eras jovencito. Si volvieras a aquella infancia que te parece tan feliz, verías que era un desastre también. Sin embargo, la melancolía es el tiempo que huye, esa vida que se va terminando, ese horizonte que ves de cerca, la desembocadura de un río, pero esa desembocadura puede estar llena de vida, de pájaros, de patos salvajes, de gaviotas…
¿Recuerda su infancia como una etapa feliz a pesar del contexto histórico?
Yo tenía todos los elementos para ser feliz. Un pueblo rodeado de naranjos, cerca del mar, una bicicleta, no tener idea de que había habido una guerra, el monte allí para perderse, la familia que tenía tantos problemas, que tampoco se preocupaba mucho de mi, se dejaba libertad. Ahí están todos los elementos de la felicidad. Otra cosa es que, visto en la actualidad, todo parece como un caballo de cartón dorado. La literatura se hace de memoria fermentada por la imaginación, pero yo puedo decir que fue un niño muy feliz.
¿Cree que las generaciones de ahora tienen una infancia feliz?
Hoy tienen demasiados estímulos. Los estímulos de los niños de entonces eran los nidos de los pájaros, el mar, bañarte en el mar… Eran unos estímulos muy naturales. Bañarte desnudo en las acequias, el cura que te enseñaba… Ahora se tienen demasiados estímulos. Un niño ahora mismo está totalmente bombardeado de estímulos. Está alterado porque los estímulos vienen de fuera, no de dentro.
Con 88 años sigue publicando libros y su columna semanal. ¿Siguen existiendo esas ganas por la literatura y por la actualidad?
Yo soy un profesional. Yo me siento a escribir como el albañil va a hacer una obra. A mí me da igual. Cuando se acabe, si no tengo nada que decir o no tengo memoria o ganas, lo dejaré.
También fue cronista parlamentario. ¿Sigue la actualidad política?
La sigo como espectáculo. Espectáculo siniestro, por cierto.
Muchos políticos darían para una novela.
Ahora mismo yo conozco muchos campesinos analfabetos que no han ido a la escuela, pero que son más elegantes, más sabios y más decentes que muchísimos políticos.
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