Berlín, entre el declive del tecno y una ‘rave’ de 200.000 almas bailando
¿Inscribir al tecno berlinés en la lista de la UNESCO le da vigor o más bien aires de respiración asistida? La pregunta planea sobre la escena berlinesa desde que el pasado marzo, el gobierno alemán y las autoridades de la capital aunaron fuerzas para inscribir su ‘Technokultur’ como patrimonio cultural inmaterial de la UNESCO. Sus locales más legendarios, como Berghain y Tresor, atraen a adeptos de todo el mundo -tres millones de visitantes anuales-. Pero la Clubcomission lleva años reclamando ayudas públicas y alertando de que ese imán turístico agoniza. Aparentemente, sufre las secuelas del cierre obligado por la pandemia.
Su gran plataforma fue la caída del Muro, en 1989. El tecno se erigió en señal de identidad de un Berlín liberado de corsés y de traumáticas divisiones. En los 90 escaló a la categoría de mayor fiesta del mundo su Loveparade, con la cifra mágica del millón de cuerpos danzantes al sol. Luego emigró a provincias y derivó en 2010 en la tragedia de Duisburg, cuando 21 jóvenes murieron aprisionados en el desbordado acceso al recinto. Hace dos años, renació con el nombre de Rave The Planet y una cifra más realista: 200.000 asistentes. Algunos berlineses siguen quejándose de los estragos que deja a su paso por el Tiergarten, el pulmón verde de la ciudad.
El más incombustible evento de Alemania no se celebra en Berlín, sino en un pueblecido en dirección a Dinamarca llamado Wacken
El Berghain no es ya la meca del tecno. La revista especializada ‘DJ Mag’ le da la pole position al ibicenco Hïi y deja al club berlinés en el puesto 13. El local mejor colocado de Alemania, con el quinto puesto, está en Colonia y se llama Bootshaus.
Los festivales callejeros se reparten por toda la capital desde mayo. El fin de semana de Pentecostés circula por el barrio de Kreuzberg el multitudinario Karneval der Kulturen. En el antiguo aeropuerto de Tempelhof, convertido en gran parque para cualquier actividad, se suceden los conciertos y fiestas. Para agosto se espera al próximo Rave The Planet. Pero el más incombustible evento de Alemania no se celebra en Berlín, sino en un pueblecido en dirección a Dinamarca llamado Wacken. Ahí se concentran desde hace un cuarto de siglo decenas de miles de fans del heavy metal. El Wacken Open Air no tiene el sello de la UNESCO. Hoy por hoy, no conoce rival. Ni en Alemania ni en el resto del planeta. Gemma Casadevall / Berlín
Londres: cancelaciones por la lluvia y escasez de cabezas de cartel
Londres sigue atrayendo a una gran cantidad de público a sus festivales de música al aire libre. Eventos como el Wide Awake (con una asistencia de cerca de 25.000 personas diarias), el All Points East (50.000 personas) y el Mighty Hoopla (30.000 personas diarias) siguen celebrándose en la capital británica y se han posicionado entre los más influyentes en el panorama de la música electrónica, el pop y el indie.
Pero la celebración de festivales en las grandes ciudades del Reino Unido no ha estado exenta de polémica. Algunas asociaciones vecinales y de protección de los parques públicos han mostrado su rechazo a este tipo de eventos en verano, ya que limita el acceso al resto de habitantes. Una de sus reclamaciones es que se celebren fuera de las vacaciones escolares para que no afecte al uso que hacen los niños. El Brexit, las pérdidas de los promotores durante la pandemia y la mala situación económica de algunos municipios, sin embargo, han llevado a la celebración de más festivales en áreas urbanas.
Más allá de las quejas de algunas asociaciones vecinales, los organizadores se enfrentan a los problemas derivados de las inclemencias climáticas –el último año ha sido especialmente lluvioso en el Reino Unido y ha obligado a cancelar el We Are FSTVL en Londres– y a la dificultad para encontrar artistas de talla mundial como cabezas de cartel, cada vez más centrados en sus propias giras, que pueden ser mucho más rentables a nivel económico. Lucas Font / Londres
Nueva York, lejos de ser un epicentro festivalero
El gran festival de música en la ciudad de Nueva York es el Governors ball, una cita que debutó con una sola jornada en el 2011 y ha evolucionado hasta reunir a lo largo de tres días a más de 100.000 personas.
De su ubicación original, la isla frente a la estatua de la Libertad que le da nombre, el festival ha pasado por distintas localizaciones alcanzar el año pasado el que apunta a quedar como su hogar: Flushing Meadows Corona Park, en el barrio de Queens. Y atrás han quedado pesadillas de transporte que perseguían al festival, que también ha ido abriendo su abanico de oferta y ha sumado a la indie y eletrónica el pop, el rap, el R&B y a artistas que retan el encasillamiento en géneros.
Algo más antiguo es el otro gran festival urbano de música de la Gran Manzana, Electric Zoo, dedicado desde 2009 a electrónica y dance y que a principios de septiembre reúne a más de 80.000 personas en Randall’s Island, la isla encajonada entre Manhattan, Queens y el Bronx que fue alguna vez también escenario para el Governors. Tras una problemática edición el año pasado, que se inauguró con cancelaciones y retrasos y acabó con caos y demandas tras la sobreventa de entradas, no se han anunciado aún ni fechas ni artistas para este 2024.
Esas son las dos grandes citas masivas musicales neoyorquinas, que está lejos de ser un epicentro del superpoblado circuito festivalero estadounidense, uno donde se combinan los escenarios rurales y de pequeñas poblaciones como Indio (California) y Manchester (Tennessee), sedes respectivas de Coachella y Boonaroo, con grandes urbes como Austin (SXSW), Chicago (Lollapalooza y Pitchfork) o Miami (Ultra Music Festival). Idoya Noain / Nueva York