Cuando Francis Ford Coppola trajo a Cannes ‘Apocalypse Now’ en 1979, la película llegó al festival no solo inacabada sino también etiquetada de desastre a causa de las historias sobre su caótico proceso de producción que llevaban meses apareciendo en los medios; días después la película ganó la Palma de Oro, y demostró que a veces no hay que dar crédito a los titulares. Hoy, en cambio, ’Megalópolis’ ha dejado claro que en ocasiones sí es conveniente hacerles caso.
Hasta su presentación a concurso en el certamen francés, la nueva película de Coppola ha estado envuelta durante casi un año y medio de mala prensa. A principios del mes pasado, ‘The Hollywood Reporter’ publicó que todas las grandes distribuidoras cinematográficas de Estados Unidos la habían rechazado; un artículo de ‘The Guardian‘ de hace solo unos días señalaba que durante el rodaje de la película, además de comportarse de tener las manos muy largas con algunas figurantes, el director había estado fumando porros y desentendiéndose de sus actores. ‘Megalópolis’ ya ha visto la luz, y es un disparate. Y, aunque los fans más fundamentalistas del maestro verán en esa evidencia un signo de creatividad desbordante, voluntad de riesgo e integridad, lo cierto es que no refleja más que descontrol, confusión y autoindulgencia.
La película habla de un arquitecto de fama legendaria llamado Cesar Catilina (Adam Driver) que trabaja en la reconstrucción de Nueva York a partir de un modelo utópico de ciudad, y que entretanto es víctima de corrupción, traiciones y demás formas de boicot. No tendría sentido entrar en más detalles sobre el relato. Más allá de envolverla de permanentes comparaciones entre la decadencia de Estados Unidos y los excesos que condujeron a la caída del Imperio Romano, y de aludir al auge del populismo a través del personaje que el actor Shia LaBeuf encarna llevando el histrionismo a otro nivel -en realidad, todos los intérpretes sobreactúan como si no hubiera un mañana-, Coppola muestra menos interés en desarrollar esa escueta descripción argumental que en hacer realidad sus ocurrencias y satisfacer sus caprichos.
Pasan cosas pero casi ninguna suma, y entretanto el director va gastando minutos de metraje -la película dura 140- en acumular virguerías visuales difícilmente explicables, interludios musicales, insertos de imágenes de archivo y un intento más bien tímido de llevar a la práctica la idea de ‘Live Cinema‘, o cine en directo, que lleva años promocionando. Y entretanto surgen dudas. Coppola afirma haber gastado 120 millones de su propio bolsillo en hacerla, nada de lo que se ve en pantalla justifica esa cantidad. Asimismo, asegura haber pasado cuatro décadas escribiendo ‘Megalópolis’, pero no se entiende que haya necesitado tanto tiempo considerando que muchas de sus escenas no tienen sentido y que buena parte de los diálogos están sacados de ‘Las catilinarias‘, de Cicerón.
Además de abusar de esa fuente de inspiración, la película parece haber modelado al arquitecto protagonista a partir del ideario de la musa de la derecha libertaria americana Ayn Rand -y especialmente de su novela ‘El manantial’, basado en el individualismo, el capitalismo total y el egoísmo racional.
En cualquier caso, el gran modelo del personaje parece no ser otro que el propio Coppola: ambos, después de todo, son genios visionarios decididos a hacer cuanto haga falta para defender su ideario, y que conciben su arte como un intento de construir una utopía. Y además hay otra similitud. A pesar de que la película trate de convencernos de lo contrario, la ciudad que el arquitecto planifica es producto de sus fantasías futuristas y en ningún momento resulta habitable; su Megalópolis, en otras palabras, no es apta para el uso humano. La ‘Megalópolis’ de Coppola tampoco.
Pájaros y otros animales
La segunda película presentada hoy a concurso se llama ‘Bird’, pájaro, y es lo nuevo de la británica Andrea Arnold, que en 2021 dirigió un documental titulado ‘Cow’, vaca. Su reparto incluye un perro, un zorro, varios caballos, un sapo bufo que segrega su fluído alucinógeno cuando escucha a Coldplay, un tipo con el pecho lleno de insectos tatuados y un hombre llamado precisamente Bird, pájaro.
Su protagonista, eso sí, es una niña de 12 años que vive en un entorno de miseria, incomprendida por un padre irresponsable y posiblemente atrapada en un cuerpo con el que no se identifica, y cuyos problemas no hacen sino agravarse cuando recibe la visita de su primera menstruación; entonces conoce a alguien misterioso que la ayudará a emprender un viaje de transformación, que Arnold escenifica mezclando con habilidad realismo con elementos de cuento de hadas y lo trágico con lo cómico con el fin de ofrecerle a la muchacha el tipo de compasión y optimismo que los personajes del cine social británico tanto necesitan y tan raramente obtienen.
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