Hace casi 40 años que John Barth no publicaba apenas, aunque hace dos años se descolgara con un libro de ensayos literarios. Ahora a los 93 años el que fue uno de los grandes autores del llamado posmodernismo literario de los años 60, en cuyas filas militaron Robert Coover, Thomas Pynchon, William Gass y Donald Barthelme, ha refrendado ese vacío con su muerte en Florida, el pasado martes. Sin embargo, su obra sigue ahí como un referente ineludible para aquellos que conciben la escritura como un juego impulsado por una técnica brillante sin perder por ello la emoción.
Barth fue a la vez practicante y teórico de la literatura posmoderna. En uno de sus artículos declaró a las formas más clásicas de la literatura herederas del siglo XIX como un arte agotado. Muchos críticos le crucificaron por ello y por sus pirotécnicas estilísticas. Él se defendió con una frase demoledora y guasona: “La técnica en el arte tiene el mismo valor que la técnica al hacer el amor. Es decir, la ineptitud sincera tiene su encanto y también lo tiene la habilidad desalmada, pero lo que realmente se necesita es el virtuosismo apasionado”.
Profesor en el departamento de literatura en la Universidad de Buffalo y antes en la Universidad Estatal de Pennsilvania, Barth cultivó esa vertiente profesoral incluso en su aspecto. El autor de ‘El plantador de tabaco’ (su obra maestra), ‘La ópera flotante’, ‘Perdido en la casa encantada’ y ‘Sabático’ nació en Cambridge, Maryland en 1930 y desde muy joven se sintió atraído por la música, lo que le llevó a estudiar en la prestigiosa Escuela Juilliard de Nueva York. Esa vocación no tuvo continuidad, más allá de tocar la batería con un grupo de aficionados, pero quizá sí impulsó el estilo libre, festivo y sin reglas que iluminó su escritura.
Sátira y juego
Tras algunas novelas y libros de relatos, llegó a escribir casi 20, de carácter más realista, en 1960 publicó ‘El plantador de tabaco’, un libro de casi 1.000 páginas de frondosa y juguetona escritura, que le colocó en el olimpo de la gran literatura norteamericana. Se trata de una obra picaresca y satírica escrita en un estilo que imita el isabelino pasado por una sensibilidad contemporánea que relata las andanzas de Ebenezer Cooker un británico del siglo XVII que viaja a Estados Unidos para enfrentarse a un mundo colmado de maldades y pecados mientras él intenta mantener su pureza.
Siempre fue considerado un escritor para escritores, una etiqueta inmerecida por lo que tiene de veneno para las ventas y para la lectura y que en su caso no se ajustaba a la realidad. Pese a ser un autor de culto, en 1966 logró introducir una novela, ‘Giles, el niño cabra’, en el olimpo de los libros más vendidos. Era una historia de campus universitario que él conocía bien transformada en una divertida metáfora muy poco encubierta de las tensiones globales de la guerra fría. Ambos libros han sido publicados por Sexto Piso. La gran influencia del autor, tantas veces confesada en las entrevistas, provenía de ‘Las mil y una noches’, de la que se enamoró cuando era un adolescente y que consideraba el gran antecedente de la literatura posmoderna.