Poeta y coordinador de clubes de lectura y profesor de talleres de escritura y columnista y crítico literario… Fernando Menéndez (Oviedo, 1966) es autor de libros de poesía como “Un hombre por venir (2008)”, “Porque no poseemos” (2008), “Penúltimo danzante” (2013), “Perro ladrador” (2015) y “Las formas del mundo” (2020), además de obras en prosa (“Historias somalíes” (1998), “El habitante de las fotografías” (2003) y “Víctimas de la espera” (2015). Ahora publica el poemario “Ni el número ni el orden” (Dilema) y acepta el reto de LA NUEVA ESPAÑA –donde colabora– de llevar la poesía a un imaginario campo de juego futbolero, una de sus grandes pasiones.
–El primer balón, al pie: ¿Para qué sirve la poesía?
–Yo creo que, con respecto a la poesía, no es tanto para lo que sirve como, más bien, lo que es. La poesía está en el origen de los géneros literarios. Cuando se reclama “La Odisea” como el origen de la novela conviene no olvidar que se trata de un poema. Es como creer que la genialidad del fútbol empieza con Messi. Para que existiera Messi, existieron antes Cruyff o Maradona; o nombres como el de Enzo Francescoli, cuya reivindicación viene a ser como reclamar a Juan Larrea, un magnífico poeta que por fechas se relaciona con la Generación del 27 pero que es un desconocido para el lector.
–¿Como poeta domina el área grande o prefiere la pequeña?
–Por preferir, preferiría influir en todo el campo y no limitarme a ser un jugador de área, grande o pequeña. La realidad es bien distinta: con tener claras cuáles son mis limitaciones (que no son pocas) y tratar de hacer de la necesidad virtud. Ahora bien, qué futbolista no sueña con marcar un gol inolvidable y qué poeta no desea escribir un poema antológico.
–¿Es mayor la soledad del portero ante el penalti o la del poeta?
–No sabría decir cuál es mayor. Quizá la del portero es más estridente, pues experimenta esa soledad en un ámbito lleno de gente, mientras que el poeta precisa de esa soledad para la escritura, es su necesidad. Ya sé que José Hierro era capaz de escribir en un chigre lleno de gente y de ruido, pero José Hierro sólo puede haber uno. No obstante ambas soledades se tocan e incluso se cruzan. Y lo hacen en su versión más extrema: el miedo. Eso lo vio de manera brillante el escritor Peter Handke en su novela “El miedo del portero ante el penalti”. Handke que, por cierto, era seguidor del Numancia.
–¿Se le da bien echar poemas fuera o le cuesta acabarlos?
–Me pregunto qué pasaría si un jugador pudiera corregir los errores del partido que está jugando; no le queda otra que esperar al siguiente encuentro para tratar de enmendarse. El poeta lo tiene más fácil, puede demorar la escritura y corregir sus poemas todo lo que necesite. Echar poemas fuera como si fueran balones no es lo mío. Prefiero pensar siempre que hay una posibilidad de jugar. Y tampoco me cuesta acabarlos. Procuro ser práctico, aunque suene poco poético según mandan los tópicos.
–¿Se siente en fuera de juego con las guerras poéticas?
–Nunca me interesaron y procuré evitarlas o pasar de puntillas por ellas. Cómo dijo Cruyff: yo me preocupo de cómo juega mi equipo, no de cómo juegan los rivales. Además, ojalá fueran guerras poéticas en el sentido literal de la palabra. En realidad son guerras de egos; pavos reales agitando sus colas… Es mucho más interesante dedicarse a leer el libro que tienes pendiente, incluso el libro de quien, supuestamente, está al otro lado de la trinchera; aunque sólo sea para comprobar si realmente es un genio como afirman los mentideros. No obstante, si a finales de los años ochenta del siglo pasado publicabas unos poemas fuera del control de la policía poética vigente, resultabas ser un sospechoso. Eso era así y quien lo niegue está blanqueando el pasado. Ahora bien, ya pasó mucho tiempo y no hay que enredarse con la memoria, esta tiene que servirte para avanzar, nunca para retroceder.
–¿Escribir le ha salvado de goleadas en la vida?
–Incluso me ha ayudado a ganar partidos en el descuento. No comparto que se trate como literatura a una escritura meramente terapéutica –algo que hoy ocurre con demasiada frecuencia–, pero sí creo que la poesía puede estar cuando no hay nada y servirte para resistir o comprobar que, al menos, tienes un motivo para seguir. Pero es complicado, porque la poesía, para quien la escribe, no es un comodín al que puede recurrir o un jarabe para la tos. La poesía está integrada en la vida y puede suceder que sea ella misma la que te marque un gol. De alguna forma, la poesía es el arte de aprender a recuperarte de un gol en propia meta. Y hay que aprender a vivir con eso.
–¿El poeta que sale a empatar siempre pierde?
–Me viene a la cabeza algo que dijo mi querido Ricardo Menéndez Salmón: hay que sentarse a escribir con el convencimiento de que vas a cambiar el rumbo de la literatura, ya nos pondrá la realidad del día a día en nuestro lugar. Si no sales a ganar es como si te pones a escribir más pendiente del error que del acierto. En primera instancia hay que escribir, avanzar. El tiempo de los errores y de las limitaciones llega cuando toca corregir: algo tan importante como entrenar para un futbolista. Lo que sí es seguro es que, si no corriges y reescribes, es más fácil que pierdas el partido.
–¿Procura escapar de la zona ancha de confort?
–Siempre. Es una de mis obsesiones. Cada partido es distinto y yo necesito la incertidumbre, sentir el riesgo. Jugar en un campo nuevo aunque corras el peligro de fracasar.
–¿La poesía le pone zancadillas cuando la escribe?
–A veces es un compañero con el que juegas de memoria y otras veces es un defensa rival que se te pega como una lapa y te rasca el tobillo si tratas de irte con el balón.
–¿Postureo e impostura salen a menudo a calentar?
–Bastante a menudo. Hoy en día es habitual, aunque sospecho que lo hubo siempre. Sólo cambian los medios y la frecuencia. Impostura es jugar a lo que no sabes o, peor aún, jugar a lo que está de moda o a lo que esperan de ti cuando debería ser justo al contrario. Entre otras cosas, escribir un poema, jugar al fútbol es una manera de conocerte y de relacionarse con uno mismo.
–¿Con su último libro tuvieron que entrar las asistencias? ¿Hubo lesiones al escribirlo?
–Siempre hay lesiones. Pues hay tiempo suficiente para que ocurran. “Ni el número ni el orden” no fue un partido, fue todo un campeonato de liga. Y supongo que hay partidos durante la liga para todos los gustos y con diferentes riesgos. Ya quisiera yo evitar las lesiones, aunque lo que sí aprende uno es a dosificarse.
–Pitido final: un verso que le haya salido perfecto.
–No soy muy amigo de identificar lo poético con la perfección. Y si así fuera, aunque suene a tópico, espero que el verso perfecto esté por llegar. Me conformo, como Alzugaray, aquel jugador del Recreativo de Huelva, con no convertir los balones en melones.
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