“Imaginaba las celebraciones y los recibimientos públicos, pero yo solo quería encerrarme en mi cuarto y llorar”. Cuando la Real Sociedad estuvo a punto de ganar la Liga, en 2003, hubo un jugador que hubiera preferido estar en cualquier otro sitio. A ser posible, solo. Y cuanto más lejos de la gente, mejor. Era Zuhaitz Gurrutxaga.
Había desembarcado en el primer equipo donostiarra poco antes, procedente de la cantera de Zubieta. Defensa central, buen marcador, ya había jugado en las inferiores de la selección.
Pero cuando se asomó al fútbol de elite, empezó a sufrir problemas de ansiedad derivados de un fuerte trastorno obsesivo compulsivo (TOC).
Se lavaba las manos cincuenta veces al día, desarrolló un miedo atroz a contagiarse de sida y no podía pisar las líneas del campo. Tenía que comprobar al menos cinco veces si había cerrado bien la puerta del casa o del coche.
Una valiente confesión
Lo que cuenta Zuhaitz Gurrutxaga en ‘Subcampeón’ (Libros del KO), el libro que ha coescrito con el periodista Ander Izagirre, solo puede contarlo un valiente. Es casi imposible encontrar a un ex jugador que hable tan abiertamente de sus miedos, ansiedades y temores a la hora de enfrentarse a la presión del fútbol profesional.
El miedo a fallar un penalti en una tanda, por ejemplo. O ver una tarjeta roja y no saber dónde meterse ni dónde mirar (al suelo, en su caso). O directamente, rehuir el balón: no querer ni acercarse a la zona del campo donde se desarrolla el juego para no meter la pata.
Cuando tenía 18 años y jugaba en el juvenil de la Real Sociedad, jugó la final de un torneo de Semana Santa ante el Athletic. Le tocó tirar el penalti decisivo de la tanda. “En ese momento, prefería ser subcampeón antes de que la opción de ser campeón dependiera de mí”.
La frase resume a la perfección lo que sienten muchos futbolistas: la diferencia es que la mayoría se lo callan; pero Gurrutxaga lo explica sin complejos. “La semana que viene empiezo los entrenamientos con la Real y no soy capaz ni de ir a comprar el pan sin que me devore la angustia”, pensaba en 2003.
Uno de los detalles más reveladores del libro llega al comprobar que la ansiedad y la presión no aparecen solo en el fútbol profesional. Cuando Gurrutxaga se incorporó a la Real Sociedad solo tenía trece años. “Es verdad que la ilusión por jugar con la camiseta de la Real era superior a todo pero ahora lo puedo decir: con trece años ya empecé a sentir agobio en el campo”.
Marchando un ‘klarimosto’
Gurrutxaga confiesa que en algunos partidos incluso se escondía detrás del árbitro para pasar desapercibido. O que en el Mundial sub-17 que disputó en Egipto en 1997 estaba deseando perder para volver cuanto antes a su pueblo y (como cualquier adolescente) salir de bares con sus amigos. Concretamente, a tomar ‘klarimostos’: vino clarete con mosto. “Pedíamos ese mejunje en los bares porque el clarete era el vino más barato pero era malísimo, así que le echábamos mosto para endulzarlo: era el líquido alcohólico potable más barato. Combustible para la juerga”, confiesa.
Nacido en Elgoibar (Guipúzcoa) en 1980, ‘Gurru’ lo ha pasado muy mal, pero invita al lector a pasarlo muy bien: cuenta su trayectoria futbolística con mucha ironía y un humor especialmente afinado, sobre todo contra sí mismo.
Solo quienes saben reírse de sí mismos deberían hacer reír a los demás. Es una máxima que ‘Gurru’ aplica en cada página del libro, convertido -con la ayuda y la ‘finezza’ de Ander Izagirre- en un recorrido fascinante por las interioridades (mentales) de un futbolista.
‘Subcampeón’ es una maravillosa contradicción: Gurrutxaga explica cómo la ansiedad se apoderó de él, al punto de frustrarle una carrera futbolística que parecía muy prometedora. Pero lo hace de una manera tan divertida, honesta y cercana que el lector no puede evitar esbozar una sonrisa.
Ocurre, por ejemplo, cuando explica que la marca ‘Kelme’ le ofreció un patrocinio más bien de andar por casa: le enviaban algunas cajas de ropa, que Gurrutxaga acababa repartiendo entre los campesinos de su pueblo. “Sospecho que me mandaban lo que no conseguían vender”.
Algo parecido le ocurrió cuando la Federación Española le regaló el chándal de la selección. De Adidas y con los colores de la bandera española. “¿Cómo iba yo a andar por Elgoibar en los años noventa con un chándal de la selección española, con dos bandas rojas y una amarilla?”
La solución fue fácil. “Le pedí a mi madre que me descosiera la banda amarilla, y listo para salir a la calle con mi chándal Adidas”.
Más allá del toque humorístico y autoparódico (ha trabajado con éxito como presentador de televisión y monologuista), Gurrutxaga explica con detalle cómo el ‘toc’ le amargó la vida durante los que deberían haber sido sus mejores años como futbolista. “Me daba miedo el pegamento, la lejía, los barnices, el sudor o la sangre de los demás”. El miedo al VIH laminó su vida sexual durante varios años.
Con la ayuda de una terapeuta, Gurrutxaga fue superando poco a poco sus problemas. Su carrera futbolística se alejó de Primera, pero disfrutó en Segunda B (sobre todo, en el Zamora, equipo en el que rozó el ascenso a Segunda; y en el Lemona). También en el Real Unión de Irún, equipo con el que eliminó al Madrid de la Copa.
Música y monólogos
Y se fue dando cuenta de que disfrutaba más de la música que del fútbol. Montó un grupo, ‘Vanpopel’. “Me hice bohemio”, explica. Con la música no acabó de triunfar del todo pese a irse de gira por varias ciudades. “No gané ni para el autobús”.
Como monologuista, en cambio, le ha ido mucho mejor. Empezó explicando sus andanzas futbolísticas (‘Confidencias de un futbolisto’) y comprobó que la gente reaccionaba muy bien. Actuó incluso en el vestuario del Athletic, cuando Bielsa era el entrenador.
“Bastante he hecho yo en el fútbol, quince años como jugador, teniendo la cabeza como la tenía”.