No resulta sencillo interpretar a Joan Laporta. Capaz de pasar en un santiamén de la lágrima a la ira, del abrazo al dedo acusador, ayuda que la corte de aduladores que le rodea le siga dando la razón con el pescuezo inclinado. Ahí el origen del problema. Ahí la perdición.
Mientras, el presidente del Barça se retuerce en la contradicción, como si tuviera un zapato en el cielo y el otro en el infierno, el club se despedaza a un ritmo cada vez más endiablado. Y eso que Fermín, ángel exterminador, marcó dos goles en Almería para evitar otro ridículo. Pero los episodios grotescos se suceden.
Xavi Hernández, del que Laporta dijo que mantendría en el banquillo por su barcelonismo, al que se abrazó con devoción y lágrimas en los ojos hace tres semanas porque en su ático de la Diagonal lo había embrujado con su ilusión –el técnico presuntamente aceptaba que entrenaría a un equipo en economía de guerra–, vuelve a a ser el antricristo. Tanto para Laporta como para el director deportivo, Deco. Ni uno ni otro tuvieron a bien acercarse a Almería a ver cómo el entrenador sacaba adelante el triunfo. Con Hansi Flick y su agente, Pini Zahavi, en la buhardilla, convenía exteriorizar el cabreo después de que Xavi, por fin, pronunciara una rueda de prensa creíble y cruda. Una confesión mediática en la que no trató a los aficionados y socios como tontos, sino como asistentes a un parque de atracciones desvencijado que deben comenzar a entender que este Barça no puede aspirar a grandes gestas. Una afrenta, debió pensar Laporta. Con la verdad nadie come en el fútbol.
Lo que sí olvidó Xavi en su alocución fueron explicaciones al triste juego de su equipo durante buena parte de la temporada tras las generosas inversiones hechas a golpe de palanca, más allá de las piezas que entre los mercaderes y el presidente incrustaron en el camerino –véase Cancelo, João Félix y Vitor Roque–. Los tres salieron desde el banquillo en Almería –sí, también el brasileño– para probarse las botas un rato. Apenas se mancharon. Nada evitó que el equipo protagonizara una noche a ratos inaceptable.
El Almería, el colista de la competición, ya descendido y con sólo dos triunfos esta temporada, dejó escapar al Barça porque erró ocasiones ante Ter Stegen que sólo se fallan cuando el pie está torcido o cuando una legión de gatos negros se cruza en tu vida. Baptistao, en la primera parte, y el Choco Lozano, en la segunda, provocaron el tormento extremo del técnico Pepe Mel, que no podía creer cómo sus delanteros tiraban fuera la pelota mientras los jugadores del Barça defendían con la mirada. Especialmente doloroso fue ver cómo Koundé, Cubarsí e Iñigo Martínez trataban de sacar un balón entre pelotazos antes de que Lozano completara el despropósito. Embarba, por cierto, también tiró al palo.
Los jugadores de Xavi ni presionaron arriba, ni corrieron hacia abajo. Ni controlaron, ni atacaron. Pedri volvió a ser un alma en pena. Ferran Torres hace tiempo que no sabe cuál es su papel. No hubo rastro de Lewandowski, otra vez sustituido. Y sólo los adolescentes, especialmente un Fermín que aspira a ser alistado para la Eurocopa, pusieron algo de orgullo. El chico de El Campillo, que ya amontona 10 goles esta temporada, fue quien marcó el 0-1 de cabeza tras un buen centro desde la izquierda de Héctor Fort. También fue Fermín quien puso en aprietos a Maximiano mientras sus compañeros se desvanecían, y quien sentenció también con la zurda.
El Barça, claro, dio un paso más hacia el único objetivo que queda, estar por encima del Girona y clasificarse para la Supercopa arábica. Pero Xavi malvive. Y Laporta maldice.