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Voces para inhumar el silencio


Trapos limpios, ungüento y manteca de cerdo. Son los remedios de Rosario para curar a Nicasio cuando aparece de noche con la cara hinchada, los párpados amoratados y los ojos escondidos por los correazos. Para las partes doloridas, el ungüento; para refrescar las rojeces, la manteca. Y las heridas al aire, sin nada, que la sangre se haga costra y las cierre pronto. De eso lo saben todo Rosario y Luisa, la mujer de Rogelio, con quien a veces se cruza Nicasio en la puerta del cuartel: él sale molido y a Rogelio le toca que le arreen. Lo que no sabe nadie en Los Yesares, un pueblecito de la serranía valenciana, es cómo se curan la vergüenza, el rencor, el frío, el miedo que nunca se va, el silencio, el olvido impuesto a los vencidos. Al final, Nicasio acabará tirándose al monte, harto como medio pueblo de palizas de civiles.



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