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Vidas paralelas


“Nada se acerca más a la verdad que la verdad, pero lo cierto es que ni siquiera la verdad se acerca a la verdad. Por eso creamos ficciones…”. Declara John Edgar Wideman (Washington, 1941), al asumir como licencia narrativa que la ficción se introduzca en las historias reales de otras personas, y que estas se adentren en la suya propia. “Escribir para salvar una vida”, que publica la editorial Piel de Zapa, bordea la frontera entre los hechos y la recreación personal que el autor hace de ellos. Partiendo de una idea inicial desemboca en otra, áspera y hasta melancólicamente, aunque veces de forma un tanto extraviada. Esa idea inicial de la que hablo le obsesionó casi toda la vida desde el día en que el cuerpo brutalmente mutilado de aquel chico negro de 14 años, Emmett Till, fue devuelto a Chicago desde Misisipi. Era agosto de 1955 y al chico lo habían asesinado por silbarle a una mujer blanca. La madre, Mamie Till, insistió en que se abriera el ataúd para mostrar al mundo la horrible mutilación que había sufrido su hijo a manos de los verdugos de un villorrio llamado Money. Wideman tenía entonces la misma edad de la víctima del horrible crimen, jamás se le borró.



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