Hay que ir al menos una vez en la vida al Tour; una, no más, suficiente para darse cuenta de la grandeza de esta competición deportiva. Si nadie se sorprende en una final de cualquier campeonato futbolístico al ver a los hinchas de uno u otro equipo recorriendo la ciudad que alberga el partido con la camiseta de su club, si tampoco nadie se altera cuando los ven comiendo o cenando en un restaurante llevando la zamarra de su equipo preferido, pasen y vean, vengan al Tour y de fútbol, de balones, córners y fuera de juego, nadie, absolutamente nadie, habla.
Valga una anécdota, en el equipo UAE, Tadej Pogacar, líder de la carrera, y Joâo Almeida comparten habitación. Uno es esloveno y el otro portugués. ¿Qué hicieron el lunes por la noche mientras Eslovenia y Portugal se jugaban la vida deportiva en la Eurocopa en la tanda de penaltis? Hasta puedo dar unos segundos de espera, como si se tratase de un concurso, para ver quién acierta. Uno, dos, tres… ¡tiempo! Se fueron a dormir, a la cama, que al día siguiente había que subir el Galibier y no estaba el cuerpo para bromas.
Más allá del fútbol
En el Tour se ve que hay vida deportiva más allá del fútbol, una pasión distinta, diferente al ambiente que se contempla en cualquier estadio del mundo mundial. Aquí nadie se pelea. Todos, por pura lógica humana, tienen a su corredor preferido, pero a nadie se le ocurrirá tirar de la bici al rival con tal de beneficiar a su ciclista del alma.
Se viene a ver ciclismo, puro y duro, que lo es, a disfrutar, y si el rival entra en crisis, pues se le anima igual y hasta se le da un empujoncito si lo necesita, aunque esté prohibido porque casi siempre los jueces de la carrera miran para otro lado.
Uno, hasta se puede llevar una alegría cuando descubre en un restaurante de Saint Michel de Maurienne, pura Saboya, a 35 kilómetros de la cima del Galibier, a un grupo de cicloturistas argentinos, perfectamente vestidos con ‘maillot’ y ‘coulote’, los cascos a los pies, calzados con las zapatillas de calas y las bicis aparcadas al fondo del establecimiento.
En autocaravana
Han venido al Tour desde Argentina para alquilar en Bolonia una autocaravana y vivir el ambiente de la carrera durante tres días antes de acabar la semana subiendo con las bicis por algunos colosos de la cordillera alpina como Alpe d’Huez. Si se les pregunta qué hace un argentino en el Tour cuando son archiconocidos en el mundo entero por su pasión futbolística, la respuesta no puede ser más entusiasta; que no sólo de fútbol vive el argentino, que hay pasión por las bicis, que es lo que a ellos les interesa y que antes iban a la Vuelta a San Juan, la oficiosa ronda ciclista a Argentina, y que como ahora ya no se hará por los recortes del país -los de la motosierra- pues nada, que se han venido a Europa a vivir la experiencia de haber visto pasar a escasos metros de ellos a Pogacar, Vingegaard y compañía.
Los vídeos del día
Comparten mesa mostrándose unos a otros los vídeos que han grabado con los teléfonos móviles que, si Vingegaard no está vencido, que queda mucho Tour y nadie se extraña, de ahí la comparativa con las camisetas de fútbol, al ver cenar a los aficionados con sus ‘maillots’ ciclistas puestos.
Porque a la luz de los candelabros del restaurante, con un jersey oficial de la nueva denominación del equipo de Primoz Roglic, Red Bull Bora, cena solo y sin compañía un cicloturista que ha encontrado el local abierto después de descender el Galibier con su bici, apurando la luz solar, mientras sorteaba el embotellamiento de coches y caravanas que habían disfrutado de una subida encabezada por el equipo de Pogacar y de un descenso que en ocasiones sobrepasó los 100 kilómetros por hora. Así es una velada corriente y común cuando la carrera apunta hacia los Alpes o los Pirineos, una bendición para los amantes del ciclismo y sobre todo apasionados del Tour.
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