Oporto se ha convertido en uno de los destinos más visitados de los últimos años y no es para menos. Esta ciudad portuguesa ubicada junto a la desembocadura del río Duero no solo ofrece un gran ambiente y una exquisita gastronomía, sino que, además, atesora numerosos monumentos de gran valor histórico y belleza que merece la pena descubrir en un plácido paseo por sus empedradas calles.
Situada en el corazón de este mágico destino, en la Plaza Almeida Garret y junto a la famosa Avenida dos Aliados, está la Estación de São Bento -desde la que parten varios trenes hacia otras localidades portuguesas de gran interés como Aveiro, Guimaraes, Coimbra o Braga-, una de las más bellas del mundo, como ya dejaría constancia en 2011 la revista norteamericana Travel+Leisure, y una parada obligatoria en toda ruta por la ciudad.
Orígenes y arquitectura
En el enclave en el que hoy se levanta está estación –clasificada como Bien de Interés Público en diciembre de 1997– se ubicaba en el siglo XVI el convento de São Bento da Ave Maria, construido por iniciativa de Manuel I. Este edificio acogía a un grupo de monjas benedictinas, pero en 1834 se dictó el decreto de extinción de las órdenes religiosas en Portugal por lo que con la muerte de la última de ellas, en 1892, se decidió demolerlo. Desde entonces surgió una leyenda que dice que aquí reside el fantasma de esta última hermana cuyos rezos todavía se pueden escuchar.
La línea ferroviaria se inauguraría en 1896 con la llegada a una primitiva estación con tres barracas de madera que acogían a viajeros y mercancías de un primer tren tras la construcción de los túneles que conectan esta estación a la más antigua de Campanha. Pero la apertura oficial de São Bento, encargada por la Compañía Estatal de Ferrocarriles, no tuvo lugar hasta el año 1916.
El edificio con forma de U construido en granito, cuya primera piedra fue colocada por el rey D. Carlos I y la reina Amélia, es obra del arquitecto formado en París José Marques da Silva, quien se inspiró en el Art Nouveau y en el neoclasicismo francés. Más allá de su señorial fachada es su interior lo que, definitivamente, cautiva a quien la visita.
Una vez se cruza la entrada los ojos se van directamente a las paredes de su impresionante vestíbulo, las cuales están revestidas con 20.000 azulejos de cerámica vidriada que ocupan 551 metros cuadrados y que presentan una cronología de los medios de transporte utilizados por el hombre, diferentes mitos y parte de la historia de Portugal, así como escenas de trabajo y costumbres etnográficas.
Los paneles con molduras que imitan las del siglo XVIII fueron elaborados en la Real Fábrica de Louça de Sacavém, en el estilo nacionalista e historicista característico de principios del siglo XX, mientras que la decoración de los mismos la firma Jorge Colaço, artista que realizó notables trabajos a lo largo de su vida, como un tríptico del Palacio de Windsor que representa la visita de la reina Alejandra a Portugal, el exterior de la Iglesia de San Ildefonso de Oporto, la Casa do Alentejo, en Lisboa o la estación de tren de Évora.
Si uno presta atención a estos paneles de azulejos organizados según una jerarquía vertical podrá admirar momentos históricos destacados del país vecino como son el torneo de Arcos de Valdevez (1140), la conquista de Ceuta en 1415, el cumplimiento de la palabra de Egas Moniz (psiquiatra portugués) o la entrada triunfal del rey Juan I con su mujer Felipa de Lancaster a Oporto en 1836. También se pueden apreciar imágenes de la procesión de Nuestra Señora de los Remedios en Lamego, el festival de Sao Torcato en Guimaraes, la feria del ganado y el transporte de vino en un barco rabelo en el Duero. En la parte superior se puede ver un friso que narra la historia de la carretera, desde los inicios hasta la llegada del primer tren de Braga.
Por su parte, el techo ornamentado en relieve y pintado de amarillo incluye en grande el nombre de los dos ríos más cercanos, el Miño y el Duero, y los andenes del tren son una digna representación de la arquitectura de hierro parisiense del siglo XIX.
Uso del azulejo como decoración en Portugal
El azulejo se ha utilizado en la arquitectura portuguesa desde finales del siglo XV, aunque sería a principios del siglo XVI cuando se popularizó su uso como revestimiento de paredes con aplicación de modelos tomados de las técnicas morisco-hispanas de cuerda seca y aresta, provenientes de Sevilla y Toledo. La primera gran referencia para estos fue la cultura islámica la cual permaneció en el tiempo por el gusto estético que expresaba ‘el miedo al vacío’. La producción de estas piezas en el propio país comenzó a mediados del siglo XVI, momento en el que aparecieron en Lisboa los primeros talleres de artesanos. En el siglo XVII se perfilaron sus diferentes usos: el diseño, la figuración y el ornamento, se adoptaron los tonos azul cobalto y blanco como resultado de la influencia holandesa (de los llamados azulejos de Delft) y se afianzó como un arte relacionado con la identidad portuguesa.
La época de oro de estas piezas llegaría en el siglo XIX, momento en el que se extendió el uso de azulejos como material resistente e impermeable a las inclemencias del tiempo sobre fachadas como un modo de destacar edificios indistintos con aspectos que, a veces, eran relacionados con sus propietarios.
Actualmente se pueden ver en Oporto otros monumentales edificios que presentan este decorado como son la Capilla de las almas, las iglesias de San Ildefonso, Do Carmo y San Antonio de los Congregados y la catedral.