A diferencia de lo que ocurre con el instinto de comer o de beber, las ganas de hacer deporte no son un sentimiento universal sino que varían mucho de persona a persona y, además, no dependen solo de la “fuerza de voluntad” de cada uno. Hace décadas que la comunidad científica estudia cómo distintos factores sociales, educativos y hasta culturales influyen en la predisposición a hacer ejercicio de distintos individuos. Ahora, según anuncia la revista ‘Science Advances’, un equipo de investigadores españoles podría haber hallado una posible explicación biológica a este fenómeno: una especie de ‘interruptor’ que regula el deseo de hacer deporte y que no todas las personas tienen por igual.
La investigación, liderada por el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), se ha centrado, por un lado, en el estudio de animales de laboratorio y, por otro lado, en el seguimiento de voluntarios entre los que se incluyeron desde personas muy activas hasta pacientes con obesidad que no solían hacer mucho ejercicio.
En ambos casos, los investigadores tomaron muestras de los sujetos antes y después de hacer ejercicio y realizaron un minucioso análisis para entender los procesos moleculares que se activaban en cada caso. Según explican los responsables de este trabajo, en ambos casos se observó que la activación de los músculos provoca el ‘encendido de hasta tres interruptores biológicos que regulan el deseo de hacer deporte.
El estudio ha analizado muestras de sangre antes y después del ejercicio, tanto de pacientes obesos como de gente más activa
Tres proteínas
Estos ‘interruptores biológicos’ serían nada más y nada menos que tres proteínas: dos que se producen en los músculos (p38α y p38γ) y una que tiene un efecto directo sobre el cerebro (IL-15). Los análisis desvelan que cuando un músculo se pone en movimiento y realiza, por ejemplo, contracciones repetidas e intensas estas proteínas se activan y mandan una señal al cerebro para impulsar aún más las ganas de hacer ejercicio. Concretamente, se ha visto que estas proteínas se comunican de forma directa con la parte de la corteza cerebral que controla el movimiento (córtex motor) y estimula todos los circuitos cerebrales necesarios para mantenerse activos.
Los análisis desvelan la activación de tres proteínas que estimulan al cerebro para realizar más actividad física
Todo este proceso funciona como una secuencia perfectamente coordinada en la que cada interruptor activa al siguiente hasta llegar al cerebro. “En este estudio desvelamos que la activación de p38γ muscular inducida por el ejercicio conduce a la producción de IL-15, que posteriormente aumenta la actividad física espontánea“, afirma el equipo liderado por la investigadora Guadalupe Sabio, jefa del Grupo de interacción entre órganos en las enfermedades metabólicas del CNIO. “El trabajo también muestra que estas proteínas se regulan entre sí para evitar que el deseo de ejercitarse acabe perjudicando al organismo“, añaden los responsables de esta investigación.
Personas con obesidad
¿Pero entonces por qué no todo el mundo tiene las mismas ganas y predisposición para hacer ejercicio? ¿Acaso estos procesos biológicos no ocurren en todos los organismos? ¿Y qué se puede hacer para ‘activar’ estos interruptores del deporte? Pues bien, según desvela este estudio, ni todas las personas tienen el mismo número de interruptores ni en todas funcionan por igual.
Los análisis indican que, por ejemplo, las personas con obesidad tienen un menor nivel en sangre de las proteínas que incitan a hacer deporte y, por lo tanto, se cree que su cerebro también tiene menos ‘incentivos’ para realizar actividad física. En este sentido, estas personas lo podrían tener más complicado tanto para encontrar la motivación para empezar a hacer ejercicio como para mantenerse constantes.
La investigación muestra que las personas con obesidad tienen una menor cantidad de ‘interruptores’ por lo que su cerebro no recibe el mismo estímulo
La buena noticia, afirma Sabio, es que hay margen para activar estos interruptores del deporte. Por un lado, su equipo se dispone a estudiar cómo distintos tipos de ejercicio (ya sean pesas, correr o apuntarse a una actividad como el crossfit) pueden estimular la activación de estos circuitos que animan a moverse más. Por otro lado, los científicos no descartan plantear incluso la creación de un fármaco derivado de estas proteínas para las personas que carecen de ellas. “En ambos casos, estos trabajos podrían tener una relevancia clínica importante ya que ayudarían a promover el ejercicio de forma eficiente”, afirman los expertos.
Distintos factores
No es la primera vez ni seguramente la última que un estudio señala el papel de distintos factores biológicos en las ganas de hacer ejercicio de cada individuo. Hay trabajos que, por ejemplo, indican que el impulso para hacer deporte tiene un componente genético muy importante y que explicaría, por ejemplo, por qué hay personas con una ‘predisposición innata’ al movimiento y otras que no tanto.
También hay investigaciones que muestran cómo la misma estructura del cerebro (concretamente, la función de ciertas áreas relacionadas con el sistema de ‘recompensas’) influye de forma clara en el instinto deportivo de cada persona. Incluso hay investigaciones que indagan en cómo los niveles hormonales de cada persona influyen en estos procesos.
Varios estudios indican que las ganas de hacer deporte también dependen de factores genéticos y hormonales
Cada vez son más los expertos que piden abordar el problema de la obesidad sin estigmatizar a los pacientes ni culpabilizarlos por su situación. “La obesidad no se relaciona con una cuestión de voluntad. En ella influyen muchos otros factores, como pueden ser genéticos, enfermedades que predisponen a subir de peso, el consumo de ciertos fármacos y hasta el entorno social y cultural de los pacientes”, explica la doctora Marta Toral, miembro de la Sociedad Española de Medicina Interna (SEMI), quien insiste en que “antes de juzgar a una persona con sobrepeso debemos entender la situación personal de cada uno”.
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