Las ideas que se plantean en la exposición “Motores del clima” de Laboral Centro de Arte, ya reseñada en estas mismas páginas hace quince días, son numerosas, y van desde la injusticia climática y sus consecuencias políticas y ambientales a la urgencia de una inmediata rectificación, todas ellas loables desde un punto de vista ético. Pero aunque el arte, al menos en esencia, tiene siempre un componente ético, moral, que afecta sobre todo a su “deber ser”, y cambia por consiguiente con los tiempos, su principal atributo es el estético, que es atemporal, y lo importante no es tanto lo que se cuenta –por bienintencionado que sea– sino cómo se concreta plástica y visualmente.
El buen arte es siempre una buena idea bien hecha y por eso destacan, por orden en la sala, piezas como el tríptico fotográfico “Rhonegletscher II”, de Thomas Wrede, que muestra los vanos intentos del ser humano por revertir las consecuencias del cambio climático; las “Meteorologías” de Pablo de Lillo, que parecen fotografías pero que en realidad son pinturas de acrílico sobre metacrilato, expuestas por primera vez en la Casa Municipal de Cultura de Avilés en 1995, cuando muy pocos se planteaban artísticamente todavía la predicción meteorológica; “Benthic Terrazzo”, baldosas hechas de plásticos reutilizados del dúo Hypercomf; el vídeo “Refuge for Resurgence”, del también dúo Superflux, que abre una ventana a un futuro en el que la vida humana y no humana construyen un nuevo hogar; “Anagram”, de Petros Moris, lauda poética hecha con incrustaciones de mármol; o la animación gráfica “The Planet after Geoengineering”, de Design Earth, una interesante especulación sobre los peligros de la tecnología ambiental mal aplicada.
Esta última, que es sin duda de lo mejor de la exposición, adolece sin embargo de los defectos que pueden achacarse a este tipo de propuestas en las que predomina el clima frente al tiempo, el relato frente a la inmediatez perceptiva, la narración lineal y de larga duración frente a lo que debería ser apreciado de un vistazo, en una secuencia estirada en sesión continua –con principio y final– que pertenece más a lo cinematográfico que a lo puramente visual. Algo que también ocurre con el proyecto de Bethan Hughes expuesto en la sala contigua, una investigación de largo recorrido presentada en colaboración con el artista y productor de sonido mierense Diego Flórez, bajo el título “Un continuo elástico: caucho, género y poder”.
En el proyecto, la artista de Manchester, con base en Berlín, explora cómo el caucho, una sustancia orgánica ligada al surgimiento del capitalismo, el imperialismo y el complejo militar-industrial, se explota con mano de obra femenina en los invernaderos de Auschwitz, las granjas colectivas de la Unión Soviética y los laboratorios de las multinacionales del neumático en Europa. La instalación gira en torno a un vídeo monocanal construido a partir de fragmentos de películas de archivo junto con imágenes contemporáneas de Kazajistán, Holanda y Alemania que se proyecta en una gran pantalla, a la que acompañan una serie de esculturas de vidrio, caucho y acero que actúan como instrumentos, a través de los cuales se reproduce la pieza de audio multicanal de Flórez. El conjunto es sonora y visualmente apreciable, pero hacer el seguimiento de lo que se muestra requiere mucho tiempo, quizá demasiado, y la secuencia de imágenes, por fragmentaria, tampoco acaba de contar, con su voz en off, todo lo que se pretende, que es sin duda relevante, pero necesita completarse con los textos de sala y una publicación ilustrada por Tessa Curran con un escrito de Cristina Ramos. El proyecto ha sido realizado en residencia en Laboral Centro de Arte de Gijón.
Más dialéctica es la instalación propuesta por Juanjo Palacios y Carlos Suárez un piso más abajo, en la sala de proyectos, en la que lo sonoro y lo visual se complementan para tratar sobre la exhumación de las dos fosas comunes de la Guerra Civil localizadas en el lugar denominado Parasimón, en Pajares (Lena). El asunto es conmovedor, rinde justo homenaje a las vidas que se perdieron, honra la memoria de las personas que sufrieron en el pasado y quiere ser testimonio de la importancia de recordar y enfrentarse a nuestra historia. La instalación se compone de un conjunto de ocho altavoces dispuestos en un espacio oscuro y solemne donde los sonidos de la excavación, las voces de los familiares de las víctimas y los susurros de la naturaleza se contraponen con dos grandes proyecciones en sendas pantallas de ese paraje que ahora es idílico pero que durante décadas envolvió en olvido y silencio esa tragedia.
El montaje, de justificación moral indiscutible, y resolución directa, sin narratividad excedente, es sin embargo quizá demasiado estático y monótono, con escasas variaciones, en línea con lo pretendido por el nuevo cine testimonial asturiano liderado por Ramón Lluis Bande, capaz de mantener un plano fijo durante horas.
Palacios y Suárez ya colaboraron en otro proyecto semejante, titulado “Cita con la historia”, que obtuvo en 2008 el I Premio Museo Barjola y en el que lo sonoro se complementaba con una simulación del terreno reticulado usado por los científicos de la exhumación, más conmovedor en su materialidad dentro del recinto sagrado de la capilla de la Trinidad. El resultado era mejor, al estar más elaborado, lo que hace preguntarnos dónde está el umbral mínimo necesario para que una idea se convierta en arte, para que la práctica supere su condición ética y se convierta además en estética, dinámica, y lo visual y lo sonoro, en su versión expandida, adquieran rango propio, que los diferencie del séptimo arte más documental.
Un continuo elástico: caucho, género y poder
Bethan Hughes y Diego Flórez
Laboral Centro de Arte y Creación Industrial, calle Los Prados 121, Gijón Hasta el 5 de mayo
Parasimón
Juanjo Palacios y Carlos Suárez
Laboral Centro de Arte y Creación Industrial, calle Los Prados 121, Gijón Hasta el 24 de abril
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