En el libro más desgarrador de su vida, el primero que escribió cuando era un joven recién exiliado en Suecia, el escritor griego Theodor Kalifatides (Molaoi, 1938) relata la invasión nazi en su país a partir de metáforas que resumen un desastre que llevó a su generación, a la de sus padres, y a la historia de su propio país, a una melancolía que aún hoy hiere la memoria de quienes la sufrieron.
Ese desgarro está en otros libros suyos, como El pasado no es un sueño, Amor y Morriña, Un nuevo país al otro lado de mi ventana, y tiene su explicación más lúcida, más íntima, en el primero de los que vio la luz en español y en catalán, Otra vida por vivir, publicado en 2019 por Galaxia Gutenberg. Un nuevo país al otro lado de la ventana, uno de los libros más recientes de Kallifatides, acaba de ser elogiado por el líder independentista catalán Carles Puigdemont como emblema posible de sus propias ansiedades de libertad para su propio país, Cataluña.
El director de esta editorial, Joan Tarrida, anunció este jueves en Estocolmo que Galaxia Gutenberg tendrá los derechos mundiales de los libros de este autor premiado en España por su obra y editado en todo el mundo. Después de Campesinos y señores, presentado esta última semana en Estocolmo, serán publicados en español El arado y la espada (en mayo) y Una paz cruel (en octubre).
El autor griego se reunió este jueves con periodistas españoles para explicar la raíz de este libro, traducido del sueco por Carmen Montes Cano y Eva Gamundi Alcaide. Este diario tuvo la oportunidad de conversar con él acerca de esta obra que aun no conocen los griegos, en la que ha volcado toda la rabia, y la nostalgia, de aquellos años duros y plomizos.
“Años queriendo escribir este libro”. También puede decirse “años viviendo este libro” y viviendo para este libro y para después de este libro.
Es verdad. La primera vez que tuve la idea de escribirlo fue un día muy especial y lo recuerdo como si fuera ayer. Estaba en la calle, en Atenas, paseando. Empezó a llover y encontré refugio en un cine. Estaba ahí esperando que parara la lluvia y de repente tenía el libro entero en la cabeza. Me dije a mí mismo “algún día lo tengo que escribir”, pero no lo hice. Pasaron los años, vine a Suecia, cambié de vida y de repente, en el verano, llegó el día en que empecé a escribirlo. Tuvimos nuestro primer hijo y yo escribía día y noche, no podía parar. Se despertaba el niño, se lo daba a Gunila, ella le daba de comer, él se quedaba mirando lo que yo hacía. Había trabajado tan intensamente que no podía dormir ni comer. Ella llamó al médico y éste me dio unas pastillas para dormir. Cuando lo terminé, qué alivio haberlo hecho. Sabía que tenía mucho más que escribir, pero estaba agotado. Tenía que descansar. Todo lo relacionado con este libro fue muy especial. Pasaron los meses, salió el libro, estábamos viajando de nuevo al verano de Gotam y le dije a Gunila: hoy es el primer día del libro, a ver si escriben algo sobre él. Compré el periódico. Había un artículo enorme: “el nuevo creador ha llegado”. Y punto, así fue. Fue muy muy especial este libro en mi vida. Luego seguí escribiendo el segundo y el tercer volumen, porque todo estaba en mi cabeza. Y si lo recuerda, de esto ya hablamos porque usted me preguntó por su amigo…
Mario Vargas Llosa.
Eso es, yo lo había leído mucho en esa época. Me interesaba la situación en su país, la violencia, me impresionaban mucho él y su libro. No sé si me influyó, eso nunca se sabe. Te crees que todo lo que escribes es tuyo, pero recordaba muy vívidamente las escenas de los jóvenes oficiales y de la escuela militar en aquel libro de Vargas Llosa.
Era La ciudad y los perros
Exactamente. Así que… Eso fue… Había escrito una novela corta que aún no está publicada en España, llamada Los extranjeros, que había tenido éxito, pero un éxito sorpresa: alguien llegaba a Suecia y escribía bien un libro en el idioma sueco, más que por el libro en sí. Pero vendió bastante e hicieron una película. Después de eso siempre tuve la sensación de que tenía que sobrevivir a este libro. He escrito muchos después que han ido bien, pero nunca tan bien como este.
Mirabas a estos jóvenes bien vestidos, bien parecidos, rubios, parecían ángeles, pero al mismo tiempo eran monstruos. Estaban por la mañana en el café contando chistes y al día siguiente se iban al pueblo de al lado y lo quemaban”
La impresión que da, leyendo este libro, es que mientras lo escribía usted estaba viendo llegar a los nazis a su pueblo. ¿Con qué espíritu lo escribió?
Lo que más recuerdo es la sensación de la inmensidad del alma humana. No hablemos de los nazis por un momento sino solo del pueblo: lo teníamos todo. Los traidores, los asesinos, el tonto, el santo del pueblo, gente muy decente, gente no tan decente… Era un pueblecito, pero era un universo. La gente en un momento era maja y amigable y al día siguiente se peleaban o incluso mataban a alguien. Lo mismo sucedió con los alemanes. Mirabas a estos jóvenes bien vestidos, bien parecidos, rubios, parecían ángeles, pero al mismo tiempo eran monstruos. Estaban por la mañana en el café contando chistes y al día siguiente se iban al pueblo de al lado y lo quemaban. Me decía: “¡Cómo puede dios vivir con esto! Si somos su creación, entonces estos monstruos también lo son…” El libro era un tributo sobre todo a mi padre, que sufrió mucho con la ocupación alemana. Toda mi familia sufrió, pero a mi padre casi lo matan de una paliza. Y yo quería contarlo todo.
Usted escribe que el suyo era un país roto, por la amenaza de la ocupación y por la ocupación misma. ¿Ese país roto se recuperó alguna vez de ese momento? ¿Qué consecuencias hay en Grecia de ese momento?
Las consecuencias en Grecia siguen existiendo hoy. Aunque no tenemos una guerra civil tenemos fanatismo político, tenemos el mismo catálogo de personas: los de izquierdas y los de derechas. No son capaces de hablar unos con otros, ni siquiera hoy. Esto atraviesa la sociedad entera, de los trabajadores a los escritores. Recuerdo a Odysséas Elýtis, que ganó el Nobel… A mí no me gustaba su poesía, pero del mismo periodo y de la misma época había otro poeta, Iannis Ritzos, que era de izquierdas, al que no se le consideraba un digno representante. De las situaciones más bajas en la sociedad a las más altas hay esta distinción entre la izquierda y la derecha, las víctimas y los otros, y hoy probablemente es evidente porque, entre medias, como muchos otros países europeos, tienen algo nuevo de lo que preocuparse: la inmigración. Vemos de nuevo lo distinta que es la actitud de las dos mitades de la sociedad griega respecto de la inmigración. Los izquierdistas intentan ayudar a la gente, los de derechas intentan echarles fuera del país. Diré que hay una guerra civil en marcha todo el tiempo, mas o menos intensa.
¿El odio por esta gente que invadió Grecia ha ido disminuyendo mientras escribía?
Creo que sí. Pero incluso hoy creo que se mantiene una sospecha sobre los alemanes en Grecia. La gente sufrió tanto que no se puede olvidar. Piensas que con el tiempo eso se irá, y creo que los jóvenes no se sienten así, pero para mi generación y algunas posteriores a la mía, no. Los alemanes eran enemigos.
Todos sus libros, incluso el más popular, Otra vida por vivir, explican sus sentimientos en esa época de su infancia.
Es hora de dejar esto atrás, pero la situación es difícil no solo poque hoy tenemos enormes problemas económicos, sino porque hay un millón de inmigrantes sin registrar además de los dos millones registrados. Grecia es un país pobre. Y además paga todas las consecuencias de la globalización, cada vez más las grandes empresas dictan cómo vivir. Antes tenías una pequeña tienda donde comprar la comida más barata, ahora hay que ir a las grandes cadenas… Creo que estaría dispuesto a estrechar la mano del hijo de aquel que pegó a mi padre. Pero no sé si él lo haría. No lo sé. Fue tan profundo… Y después de aquello vino nuestra guerra civil, que hizo que todo fuera aún peor. Ustedes tuvieron una guerra en España. Tan mala como cualquier guerra. Pero la griega… Fue un lugar en el que los americanos probaron armas nuevas, quemaron montañas enteras y pueblos con napalm. Eso pasó en la guerra civil griega. Y después Grecia era una ruina. ¿Cómo iba la gente a olvidar todo esto?
El hecho de que dejara mi país, y esa no era una elección libre, porque no podía seguir viviendo allí, eso ha infectado mi vida tan profundamente que en algún lugar, en la profundidad de mi alma, sigo enfadado”
En todos estos libros suyos hay un niño hablando y escribiendo. ¿Qué le dice ahora este niño? La guerra incluso le sacó de su país y de su idioma…
Es una pregunta clave porque, como digo, estoy dispuesto a estrechar la mano con el pasado y seguir adelante. Pero no es fácil. Y en segundo lugar, el hecho de que dejara mi país, y esa no era una elección libre, no podía seguir viviendo allí, eso ha infectado mi vida tan profundamente que en algún lugar, en la profundidad de mi alma, sigo enfadado, porque no es que yo abandonara mi país, es que me echaron.
Esas consecuencias de las que usted habla afectaron a su generación, pero también a las generaciones siguientes: Italia, Francia, Inglaterra, incluso la URSS, todos esos países y esas gentes fueron golpeadas por esta guerra. Las consecuencias siguen en marcha.
Por supuesto. Es muy raro para mí ver esta militarización global. Todo el mundo comprando armas. Tenemos armas que podrían destruirnos 400 veces, según he leído. Todo el mundo sospecha. Ahora tenemos esa guerra en Ucrania, el conflicto entre Israel y Palestina, que es horrible, las guerras en África. No aprendemos nada. Veamos las últimas elecciones en Europa: ¡la gente ha votado más guerra, han votado más guerra! Están contentos con comprar más armas, aunque se dejen de pagar escuelas y hospitales, porque todo no se puede tener. Eso ha pasado en Suecia, por ejemplo. Han recortado en escuelas y hospitales para comprar armas producidas por su propia industria. Fabricamos las armas y nos las compramos a nosotros mismos. Esto exactamente es lo que me desespera.
Samuel Beckett escribió que pensaba que se había ido de Irlanda, “pero nunca me fui de la isla, pobre de mí”, decía.
Es verdad. Pero lo que me ha pasado a mí, es que Grecia me abandonó a mí. Porque no sé por qué se fue él de Irlanda a Francia, pero sí sé por qué me fui yo: yo no podía vivir en mi país y eso era algo terrible. Yo era una persona trabajadora, inteligente, con buenos estudios… ¿por qué no puedo vivir en mi país?
¿Cree que aquellas guerras convirtieron a los griegos en exiliados prematuros?
Sí, fue un éxodo enorme. El mismo año que me fui yo salieron 300.000 jóvenes. En ese periodo mucha gente se fue. Y antes se fueron por la pobreza, como en España o en Suecia. Y el griego emigrante es un personaje en un repertorio de la misma manera que Tartufo es un personaje. Existe en la conciencia de la gente. Hay cientos y cientos de canciones folk sobre abandonar tu vida e irte al extranjero. E incluso de tiempos antiguos. Porque toda estas ciudades griegas fuera de Grecia no eran estados poderosos ocupando regiones, sino pobres dejando sus ciudades y juntándose en Marsella, en España, en Italia, en Rumanía… Dejaron sus países por pobreza, por guerras… La historia les ha convertido en invasores, un concepto idealista de lo que sucedió en realidad. Esto continúa incluso hoy. Lo que ha pasado hoy es que no solo los pobres abandonan Grecia, también los educados, porque aquí no encuentran trabajo.
Usted explica al principio del libro lo que la gente estaba diciendo cuando llegaban los nazis: “ya vienen, ya vienen”. Usted era uno de esos niños que decían “ya vienen”. Ese rumor, ese dicho, ¿sigue en su oído y sus ojos?
Por supuesto está, lo oigo, porque dijeron lo mismo en otras ocasiones. Por ejemplo si el rey venía a ver un pueblo decían ya viene, ya viene. Pues ahora vienen ellos. Lo escucho y lo recuerdo y es muy raro, pero algunas cosas no las olvidas. O no sé cómo se pueden olvidar, es imposible. Recuerdo el día cuando los alemanes colgaron a unas personas en el pueblo. Una de las mujeres escuchó que iban a colgar a sus maridos. Empezaron a gritar. Y recuerdo como si fuera ayer el grito de la mujer, los pájaros de los árboles se asustaron y salieron volando, cientos de pájaros, como si la voz de la mujer les persiguiera. Eso se quedará conmigo hasta que me muera.
¿Usted no olvida nada?
Tengo buena memoria.
¿Viene del hecho de que tenía usted miedo de lo que le estaba pasando a usted y a su familia? ¿El miedo le lleva a recordar?
Quizá, quizá, por qué no. Tiene que haber una razón por la que un niño lo recuerda todo y otro no recuerda nada. Probablemente el miedo fuera una de las razones. Pero también escribir, la forma más alta de libertad. Y cuando escribo esto me hace recordar. Escribiendo me libero del dolor del pasado, pero debo recordarlo. Así que va de la mano, necesitas memoria para escribir, y para liberarte del dolor del pasado.
Esa ocupación duró 4 años. En su libro lo resume en una línea: “La mañana después los soldados alemanes estaban en el pueblo, iban a estar cuatro años”. Esa frase da miedo.
Sí, y también muestra cómo quiero escribir. Es exactamente así como quiero escribir, que te toque inmediatamente. No lees un libro y luego te vas a casa y lo piensas: quiero que el libro te toque con violencia en el momento de leerlo.
Usted ha leído muchos libros de gente que sufre como usted. ¿Qué libros son maestros en su forma de ver el dolor?
Soy un gran lector. Leo mucho. Muchos escritores me han influido, los griegos clásicos, los trágicos, los filósofos, los poetas, Safo, tantos, hasta escritores españoles, Calderón, Lorca, Don Quijote… Los rusos, Dostoievski, Tolstoi, Gorki… Los americanos. Hemingway y los demás, judíos como Isaac B. Singer y otros, los franceses… Un profesor me dijo en el colegio que es mejor leer a muchos escritores y dejar que te influyan que dejarte influir por uno solo. Si tienes 100 escritores a quienes amas no los puedes imitar, pero por supuesto que te van a influir. Una de las cosas que considero mas importante en mi escritura es tener cuidado con las palabras. Cada palabra es una historia. Las uso con mucho cuidado y con mucha economía. Intento que mi texto sea claro como el agua. El lector no tiene que inventar mi libro, lo leerá. Cuando pienso en esta estética tan simple me viene la idea griega: claridad y brevedad. Decir mucho con pocas palabras.
Todo el mundo debe dejar un testimonio sobre su tiempo en este mundo. Hay que romper el silencio. No es necesario escribir libros, o poemas o música, cuidar tu propia casa también es testimonio de tu tiempo en el mundo”
Tiene esta frase en el libro: “Nada destruye con tanta facilidad como el silencio”. ¿Qué es para usted el silencio, qué significa?
Todo el mundo, y quiero decir todo el mundo, debe dejar un testimonio sobre su tiempo en este mundo. Algún tipo de testamento. Hay que romper el silencio. No es necesario escribir libros, o poemas o música, no hace falta hacer arte, cuidar tu propia casa también es testimonio de tu tiempo en el mundo. Y no hacerlo, su contrario, es guardar silencio. No dejar señales de haber vivido en este planeta.
Este libro es una crónica general del miedo.
Lo es.
¿Escribir curó su miedo?
Un poco. El amor no cambia porque escribamos libros. Y al final siempre es la realidad la que prevalece. Hoy tenemos una situación en la que todos estamos preocupados por lo que va a pasar mañana. Alivia el dolor un rato, pero no lo elimina, es imposible. Pero como dije, la única manera que tengo de que la vida sea un poco más fácil es escribir sobre ella. No tengo otro medio. Al mismo tiempo, como dije una vez, si tienes nietos tienes que ser optimista, tengo que creer que superaremos estas crisis porque tenemos nietos
Usted le dijo a Carmela García Prieto, para el suplemento Abril, que le gustaría escribir un ensayo sobre lo que es Grecia realmente. ¿Sigue teniendo esa idea?
Estoy intentando escribirlo, ya veré qué pasa. Pero una cosa que puedo decirle ya es que es imposible librarse de Grecia, incluso aunque no seas griego, solo siendo humano. Si miras al cielo, la mitad es griego. Las estrellas tienen nombres griegos, las historias sobre las estrellas son griegas, la medicina, la poesía, la política, Grecia está por todas partes, no puedes librarte de ella, aunque no seas griego. Y esto es doloroso comprenderlo, pero al mismo tiempo es doloroso comprender que no hay manera para mí de decir “ya no soy griego”. Es imposible. No puedo hacerlo. Y esto me preocupa. Me gustaría ser libre de decir “pues ahora soy español”. Pero no, estoy atrapado en este idioma donde quiera que voy: la mitología, los conceptos, las palabras, todo a tu alrededor. Es una fortaleza, claro, al mismo tiempo, y no lo digo por nacionalismo, no para reclamar ninguna superioridad. Es solo un hecho. Sí, me gustaría decir un par de cosas sobre ello, no sé si podré. Lo intentaré.