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Sin visado: qué deben saber los turistas españoles que quieran viajar a China

China alarga la alfombra roja extendida ante turistas españoles –y europeos–. Desde hace meses, los ciudadanos de once países del Viejo Continente, más Malasia, pueden visitar el gigante asiático sin visado. En un primer momento la exención iba a durar un año, pero las autoridades han extendido esta semana su vigencia hasta el final de 2025.

El ministerio de Exteriores chino anunció la medida este martes durante la rueda de prensa diaria del organismo. «Los poseedores de un pasaporte ordinario de estos países no necesitarán un visado para entrar a China y permanecer durante no más de quince días por motivos de negocios, turismo, visita familiar o tránsito», expuso el portavoz del organismo, Lin Jian, tras enumerar a los agraciados: Francia, Alemania, Italia, Países Bajos, España, Malasia, Suiza, Irlanda, Hungría, Austria y Luxemburgo.

La modificación, recogida ya en el portal del Consejo de Estado, no consta todavía en la página web oficial del Centro de Servicio para la Solicitud de Visados, agente encargado de gestionar los trámites para viajeros procedentes de España, con sede en Madrid. Al acceder, una ventana emergente por actualizar alerta equivocadamente que la exención concluye a «las 24:00 del 30 de noviembre de 2024 (hora en Pekín)».

El cambio ahorra, por tanto, un engorroso trámite burocrático que antes requería solicitar una cita previa o remitir el pasaporte por correo postal, presentar un formulario junto a otros documentos, abonar tasas que en su tramo más económico costaban 111,5 euros, y aguardar varios días de espera.

Apertura tras el cierre

China trata así de reactivar el turismo extranjero tras los tres años de aislamiento, de 2020 a 2023, impuestos por la política de covid-cero, una barrera biológica frente al resto del mundo sin precedentes elevada a campaña propagandística y, en última instancia, un fracaso. Año y medio después del colapso, la normalidad no ha acabado de regresar en materia de desplazamientos. La Administración de Aviación Civil de China espera que el número de vuelos internacionales, por ejemplo, alcance a lo largo de este curso 6.000 a la semana, el 80% del nivel prepandémico, frente a los magros 500 de la reapertura a principios de 2023.

Ahora bien, no todos los obstáculos tienen origen sanitario. La digitalización, específica y extrema, complica el aterrizaje de los recién llegados. Tareas ordinarias como pedir un taxi, acudir a un museo, comprar un billete de tren o, por encima de todo, abonar cualquier servicio u objeto se vuelven una penuria sin la aplicación telefónica de rigor en una sociedad que se mueve teléfono en mano, sin efectivo y con tímpanos poco acostumbrados a idiomas ajenos. Hay, al menos, voluntad de mejora: conminadas por las autoridades, las dos plataformas principales de pagos electrónicos, WeChat y Alipay, anunciaron el pasado verano el lanzamiento de una adaptación para turistas.

La débil situación económica de China, sumida en un declive sistémico ante múltiples desequilibrios estructurales, clama por más visitantes. De ahí que el Gobierno haya destacado el turismo como uno de sus «nuevos puntos de crecimiento del consumo». Pero aquellos, distraídos por otros lares, no ponen de su parte. Un informe publicado en febrero por la Academia de Turismo de China señalaba que sus ciudadanos ya viajan tanto como antes de la pandemia –aunque recorren menos distancia–, mientras que el país solo recibe la mitad de turistas extranjeros. Las autoridades esperan que una alfombra roja más larga, y con menos papeles, les haga cambiar de opinión.



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