En los años que llevamos de este siglo XXI se han producido descubrimientos fascinantes de fotografías de la guerra civil española que permanecían extraviadas o inéditas. A los casos de la maleta mexicana (con más de cinco mil negativos de Robert Capa, Gerda Taro y Chim) y la de Agustí Centelles, con otros cuatro mil negativos, se añaden los hallazgos de Antoni Campañà en una vieja casa de Sant Cugat del Vallés, las fotos del brigadista Alec Wainman, las del fotógrafo Luis Ramón Marín rescatadas de un zulo, así como fotografías de Luis Escobar, Fernando Silván y otros fotógrafos españoles y extranjeros, como Walter Reuter y Kati Horna.
Desde el bando nacional
Uno de los tesoros aparecidos recientemente es el de Sebastián Taberna (1907-1986), tercero de siete hermanos hijos de un panadero de Pamplona, que se alistó como voluntario en los requetés del Tercio del Rey. Aunque sin formación académica como fotógrafo, Taberna siempre fue más que un aficionado, como lo prueba su interés por los movimientos que se registraban en Alemania alrededor de la fotografía (Foto Live, Straight Photography, Nueva Objetividad) y la temprana adquisición de una cámara Leica con la que hizo más de 5.500 fotografías, que no fueron tomadas para ser publicadas en los periódicos y revistas ni con objetivos propagandísticos (sólo se publicaron algunas en “Diario de Navarra”, posiblemente enviadas a este periódico por su amigo Nicolás Ardanaz).
Una exposición muestra estos días en Madrid algunas de aquellas fotografías tomadas durante la guerra civil que en su mayor parte se desconocían hasta ahora. Las primeras las hizo Taberna en Pamplona, en la céntrica Plaza del Castillo, el 19 de julio de 1936, el mismo día que cumplía 29 años y el día siguiente del alzamiento. Había acudido al llamamiento de los requetés para apoyar el golpe de estado de Franco contra la República y llevó su cámara para inmortalizar el acto. Las 14 fotografías de aquel carrete recogieron el asalto a la sede de Izquierda Republicana por elementos de la Falange de Pamplona, la llegada de camiones con voluntarios y el ambiente de la concentración. Desde entonces no dejó de tomar fotografías hasta terminada la guerra como simple aficionado y en algún momento como fotógrafo oficial del cuartel general de Sigüenza, sin abandonar sus trabajos como conductor. Entre los reportajes que hizo en este puesto destaca el de la visita del general Mola al frente de Sigüenza y la revista del general Moscardó a las tropas acantonadas en Medranda y Alcorlo. En Sigüenza dedicó varios carretes a fotografiar el desembarco de vehículos blindados y material bélico enviados por Mussolini a los nacionales.
Terminada la guerra, al volver a su casa de Pamplona guardó todas las fotos en el desván de su casa, en cinco cajas de madera compartimentadas, en rollos perfectamente numerados y clasificados, acompañados con notas sobre las fechas, las circunstancias, los protagonistas y los lugares donde habían sido tomadas. Nadie las volvió a ver hasta que su hija María Eugenia las recuperó de su escondite y publicó algunas en el libro “La cámara en el macuto” (La Esfera de los Libros), de Pablo Larraz Andía y Víctor Sierra-Sesúmaga, con prólogo de Stanley G. Payne, junto a las de otros fotógrafos desconocidos: Nicolás Ardanaz, Martín Gastañazatorre, José González de Heredia, Julio Guelbenzu, German Raguán y Lola Baleztena.
Taberna pudo moverse por varios frentes gracias a su oficio de conductor de camiones de enlace e intendencia. Tomó las primeras fotografías en Aranda de Duero, Robregordo, Venta Gamera, Riaza y Villavieja. Entre ellas hay imágenes de los gudaris que se entregaron a las fuerzas italianas en la playa de Santoña en agosto de 1937, de los frentes de Somosierra y Navafría, de los requetés en Álava, de la toma de Sigüenza y del asalto y destrucción de la catedral de esta ciudad en 1936, de la ofensiva de Vizcaya, de los heridos en los hospitales, de las batallas de Teruel y Guadalajara, de una cuerda de presos republicanos conducidos a Soria, de entierros improvisados, del dolor de los heridos y de la vida en la retaguardia. También escenas de la vida cotidiana de los vecinos de las localidades próximas al frente y de los soldados en momentos de ocio, jugando a las cartas o escribiendo a sus familias. También numerosos retratos de compañeros, seguramente para que pudieran enviar copias a sus familiares. Algunos manifiestan una gran sensibilidad artística, sobre todo los de mujeres. Visualizadas en orden cronológico, las fotografías de Taberna muestran la evolución de las condiciones de vida hacia la precariedad y una cada vez mayor frecuencia de cadáveres, prisioneros y heridos de guerra.
Sebastián Taberna revelaba los carretes en estudios ambulantes e improvisados en furgones y camionetas, a veces en el mismo campo de batalla. Hay fotografías de sus estudios de revelado improvisados en el aseo y la cocina del hostal de Sigüenza en el que se alojaba.