En los libros de Historia consta que Cristóbal Colón fue el descubridor de América, por mucho que durante siglos ya habitasen distintas civilizaciones el continente. Con el fútbol sucede un poco lo mismo. Una jugada puede ser inédita y quedar inscrita en los registros como una primera vez, dependiendo del potencial del equipo que protagoniza (o sufre) la acción. Después de que Gil Manzano pitase el final del Valencia-Real Madrid décimas antes de que Jude Bellingham cabecease a gol, Carlo Ancelotti y el madridismo mediático pusieron el grito en el cielo. «Inédito» fue el adjetivo más usado para definir la polémica acción. Una jugada obviamente poco usual en el fútbol, pero en ningún caso novedosa. De los cinco ejemplos que precedieron al partido de Mestalla, dos los sufrió en sus propias carnes el Valencia CF en los años 90. Partidos de «auténtico robo con ametralladora en la mano».
En el Sadar ante Osasuna, en 1992, y en el Olímpico de Múnich ante el Bayern, en 1999, el Valencia quedó privado de la victoria por dos decisiones de los árbitros Manuel Díaz Vega y Graziano Cesari, justo cuando Lubo Penev y Claudio López enfilaban en solitario la portería rival para deshacer un 2-2 y un 1-1, respectivamente. El incomprensible pitido final causó, en ambos ejemplos, una airada reacción por parte de aficionados, jugadores, técnicos y directivos, que se recuerda todavía generacionalmente.
El 26 de septiembre de 1992, el Valencia entrenado por Guus Hiddink se presentaba en Pamplona y muy pronto se le puso el marcador cuesta arriba. Osasuna ganaba por 2-0 a los veinte minutos a un equipo todavía en proceso de acoplarse a los revolucionarios métodos del técnico neerlandés. El Valencia logró empatar con goles de Robert y de Eloy Olaya. Y pudo debió haber ganado, de haber subido al marcador una volea desde fuera del área de Fernando Gómez Colomer y en la última jugada, una galopada sin oposición de Penev, a pase del «Catedrático». La incredulidad valencianista era absoluta y provocó la crítica de dirigentes diplomáticos como el presidente Arturo Tuzón. El propio Díaz Vega, en el primero de unos arbitrajes desafortunados con el Valencia en la primera mitad de los años 90, se disculpó públicamente ante los medios de comunicación valencianos que habían viajado al Sadar.
Era un fútbol, en el ejercicio de la crítica y en la responsabilidad de la disculpa, más libre que el de hoy, en el que los jugadores se arriesgan a fuertes sanciones, como en el caso de Gayà, para enjuiciar la labor de un colegiado. Un buen ejemplo es el desplazamiento en la primera fase de grupos del Valencia a Múnich, en la temporada 99-00. El Bayern se adelantó a los 6 minutos por medio de Elber. El Valencia aguantó la embestida del gigante bávaro y fue creciendo en el partido hasta empatar, con un gol de Gerard López en el 80, a pase de Claudio López. Con el tiempo casi cumplido, Gerard y el Piojo se intercambiaron los roles de asistente y (casi) goleador. Un pase en profundidad del catalán liberó al atacante argentino, que escuchó el silbato del italiano Graziano Cesari justo cuando se prestaba a batir a Oliver Kahn.
Los jugadores valencianistas rodearon a Cesari, especialmente Carboni, que lo conocía de la Serie A. El trencilla, una cara hoy famosa en los programas de entretenimiento futbolístico en Italia, no quiso saber nada. El Valencia no calló y hasta interpuso una denuncia ante la UEFA. El entonces presidente Pedro Cortés afirmó que el equipo había sufrido «un auténtico robo con la ametralladora en la mano». También dijo la suya el técnico, Héctor Cúper. Hombre acostumbrado a pocas palabras y emociones, expresó: «Esto es insólito, nunca en mi vida había visto nada parecido». Igual que Ancelotti 25 años después. «Esto es indigno», bramaba en los pasillos del Olímpico el vicepresidente Jaume Ortí: «Si este error impide que nos clasifiquemos, será una canallada», añadía. Por suerte, el Valencia llegó hasta la misma final. El delantero Juan Sánchez, en una frase que hoy sería castigada con sanción, no se mordió la lengua: «Es el típico casero y no ha tenido cojones». «Nos ha jodido», afirmaba David Albelda, que despuntaba en el equipo.
La venganza de las camisetas
El Valencia se tomó una revancha con Cesari. Horas antes del partido, el colegiado italiano pidió al delegado del Valencia, Juan Cruz Sol, que después del partido le regalase cinco camisetas de los jugadores más representativos del equipo. Como recuerdo y para regalarlas a familia y amigos. Sol accedió en primera instancia pero, tras el final tan polémico del partido, y con Cesari camino del vestuario visitante para recoger el botín, fue informado amablemente de que sería mejor que no pisase la caseta, por lo que pudiera pasar.