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“Pregunto lo que necesito preguntar para poder narrar una historia, y por más que me cuenten cosas truculentas, las recibo con serenidad”


“Soy Leila Guerriero, soy periodista, vivo en Buenos Aires” dice cada sábado en su intervención para el programa ‘A vivir que son dos días’ de la Ser esta argentina que convierte en desafío literario cualquier asunto que se le atraviese.

Ahora ha abordado el más terrible episodio de la historia de su país, la represión organizada por la Junta Militar que, desde 1976, masacró y humilló a millares de argentinos. Su libro ‘La llamada’ (Anagrama) tiene 430 páginas y ni una de ellas deja de impresionar al que ahora quiera saber qué hizo aquella gente, los militares argentinos que presidió, sobre todo, Jorge Rafael Videla, para denigrar a sus oponentes.

La persecución fue diabólica. Alcanzó a ciudadanos que entonces eran muchachos, militantes o no de los Montoneros, la oposición que combatió con armas a los hombres de los generales. La ESMA (la Escuela de Mecánica de la Armada) fue parte de ese instrumento diabólico, donde fueron encarcelados y torturados, y utilizados, hombres y mujeres que, sobre todo en este caso, fueron violadas por los propios militares encargados de su prisión y de su custodia.

Guerriero eligió a una persona en concreto, Silvia Labayru, veinteañera entonces, de padre militar, montonera, utilizada por aquellos bandidos nimbados por el aire del poder para acompañarlos en las tareas más terribles de la represión que aún hoy sigue asustando a la Argentina.

El libro está lleno de preguntas, y de respuestas, y en esta entrevista le pedimos a la autora las que siguen bullendo en su cabeza acerca de este episodio que ocurría cuando ella, que tiene 57 años, era aún una niña que luego ha escrito libros memorables, como ‘Los suicidas del sur del mundo’, ‘Frutos extraños’ o ‘Plano americano’.

P. ¿Qué grado de desafío fue para usted este libro? ¿Cómo le nació? ¿Cuál fue la primera pregunta?

R. Me encontré por primera vez con Silvia en un encuentro informal, en su casa, en Buenos Aires; yo había pensado en hacer un artículo para ‘El País’, asumiendo que era una historia interesante. Y esta historia empezó a crecer, y ahora es un libro, que nace con su acuerdo. En ese primer encuentro tomamos algo en el balcón de su casa, a la intemperie, con barbijo [mascarilla], porque era 2020, la pandemia. Planteamos ahí la primera entrevista, y no me acuerdo cuál fue la primera pregunta. Quizá fue la más sencilla: cuándo naciste… Porque yo tenía claro que habría de recorrer su historia desde el principio, no sólo centrada en sus años de militancia o de secuestro. En seguida me di cuenta de que era muy detallista, e incluso reiterativa.

P. Fue un desafío, pues…

R. En cierto modo. Antes que nada, había que lograr su confianza; hacía cuarenta años que ella no había hablado con ningún periodista, y en todo caso había tenido pésimas experiencias con el periodismo. Y yo tenía claro que yo estaba allí no para ser complaciente con lo que me dijera: yo tenía que confrontar, hacerle preguntas incómodas. Muy directamente le pregunté en su casa si su trabajo de inteligencia cuando formaba parte de Montoneros [y era utilizada por la ESMA para que miembros de ésta se infiltraran en organizaciones como las de las Madres de la Plaza de Mayo] no había puesto en riesgo la vida de su propia familia [de militares] Yo no quería escribir otro libro sobre los años setenta de Argentina, yo quería un perfil de esta mujer con todo el contexto necesario, y ella sabía que eso iba a ser así. El desafío era, como periodista, mantener la distancia, lograr su confianza, de modo que no bajara la persiana en un momento dado y dijera “no quiero seguir hablando contigo”.

P. ¿Qué información tenía sobre ella y sobre lo que había ocurrido?

R. Había leído, en general, testimonios de sobrevivientes, por haber leído libros que se habían escrito, sobre todo sobre Alfredo Astiz [el más conocido, y de los más crueles, de los torturadores de la ESMA] Esos días se había producido el juicio sobre las violaciones sufridas por ella, y además cuando ya ella me dio el visto bueno para estas conversaciones [con Silvia y con los restantes amigos o compañeros de la protagonista del libro, en ‘La llamada’ hay la consecuencia de más de ochenta entrevistas] me lancé a preguntar a una enorme cantidad de gente. Todos, con distintas versiones y con distintas posturas, que acuerdan o no con las propias de Silvia. Creo que la mejor manera de combatir cualquier tentación de prejuicio por parte de un periodista es armarse de toda la información posible para lograr un relato en el cual no haya miedo a las versiones encontradas, sino exponer la contradicción como parte también de la existencia humana.

La violación, como un delito aparte de las torturas, existe solo desde 2010. Pero no parece haber un caudal grande de denuncias, lo cual habla bastante de las consecuencias de ese terror, de cómo el terror se extiende en el tiempo”

P. ¿Por qué la eligió a ella?

R. Me llegó su historia de una manera aleatoria, por sugerencia de un amigo fotógrafo que me recomendaba la lectura de un reportaje aparecido en ‘Página 12’ sobre aquel juicio por violaciones. Dije “¡wow!, acá hay algo…” Me pareció que en ese texto había cosas muy singulares. Ella era una de las pocas mujeres que estaba denunciando una situación que, como ella dice, seguramente se ha producido en más cantidad en los campos de concentración y acerca de las cuales sigue habiendo muy pocas denuncias. Entre otras cosas, porque la violación, como un delito aparte de las torturas, existe solo desde 2010. Pero no parece haber un caudal grande de denuncias, lo cual habla bastante de las consecuencias de ese terror, de cómo el terror se extiende en el tiempo. Me pareció singular una mujer que se atreviera a hacer esto. Que hubiera estudiado psicología en España también me llamó la atención, o que se mencionara que había sido repudiada por sus propios compañeros de militancia cuando llegó a España, algo que me asombró bastante, porque precisamente yo no tengo un prejuicio acerca de lo que una persona en una situación extrema por la que yo nunca pasé y espero no pasar podría llegar a hacer. Y también me produjo impacto que ella hubiera sido la persona obligada por lo militares a acompañar a Astiz en su espantosa y macabra infiltración en las Madres de Plaza de Mayo, que acabó con la desaparición de las madres y de las dos monjas francesas. El parto de su hija Vera [habida de su primer matrimonio con Alberto Lennie, con abundante presencia en el libro], del que se habló en aquel juicio, y que fue de las pocas bebés devueltas por los militares a sus parientes, también despertó mi atención. Era, pues, una gran historia con facetas muy complejas que se separa un poco, y de manera muy refulgente, de otras historias ya muy conocidas.

P. Ella le decía, y consta en el libro, que con usted sí hablaría. ¿Lo sintió como una responsabilidad?

R. Nunca sentí ese peso. Sí sentí el peso de la responsabilidad con la historia que andaba contando. Igual a la que he sentido con todas las que conté en libros y artículos, que es el peso de contarla bien, con una gran cantidad de testimonios, para que no hubiera un velo de prejuicio, de candidez o de ignorancia. Esa era la responsabilidad. En cuanto a ella, esperaba que no hubiera, y no lo hubo, la sensación de que me diera su confianza a cambio de que yo la dejara bien en mi libro.

P. En el libro usted cuenta cómo se va haciendo éste… ¿Hubo en algún instante la posibilidad de que flaqueara la posibilidad de seguir?

R. No, no, no, en ningún momento. No hubo casi ningún momento de zozobra, ni tampoco de que yo misma me sintiera abrumada por la cantidad de información. Una vez que ella abrió la puerta se empezaron a abrir muy rápidamente otras puertas. De sus conocidos, como su exmarido Alberto Lennie, no encontré resistencia, e igual que él otros me contestaron de inmediato. Y ella era muy generosa: escribía a sus amigos, desde los de la infancia acá, para decir que yo les iba a preguntar para una historia que la tenía a ella como protagonista. Con todos ellos, prácticamente, mantenía relación. Algunos dijeron cosas que no son cómodas para ella, del mismo modo que ella seguramente hace lo propio en lo que a ellos se refiere, pero estoy segura de que ni una cosa ni la otra vulneran la amistad que tuvieran. Como periodista hice lo que hay que hacer, me parece, para evitar las deformaciones: armar una historia muy coral en la que todo el mundo cuente un pedazo de lo que recuerda.

Llevamos los personajes de periodista y persona puestos todo el tiempo. Pregunto lo que necesito preguntar para poder narrar una historia. Por más que me cuenten cosas muy truculentas o escabrosas las recibo con serenidad”

P. De todo lo que escuchó, como persona, como periodista, ¿qué fue lo que le sorprendió más, o le hirió como persona?

R. No hay diferencia, me parece, entre periodista y persona. Llevamos estos dos personajes puestos todo el tiempo. Pregunto lo que necesito preguntar para poder narrar una historia. Por más que me cuenten cosas muy truculentas o escabrosas, las recibo con serenidad. No me hizo daño, en ese sentido, escuchar las cosas que me querían contar. Silvia, por ejemplo, me contó muchas cosas. No hubiera tenido sentido que yo saliera espantada de las entrevistas, yo tenía que escucharla hasta el final.

P. ¿Cómo le dejó este libro?

R. Como todos, exhausta. El reporteo, la transcripción, dos años y medio de ir y venir, meses de transcripción. Siempre te quedas un poco vacía. Pero luego he ido a Palamós a escribir un mamotreto sobre Truman Capote y el vacío desapareció rápido.

‘La llamada’, de Leila Guerriero. Anagrama


P. Silvia le cuenta a usted todos los libros que transita. Machado, Borges, tantos… De Borges usted cita versos que ella subraya. Por ejemplo, estos: “Yo sé (todos lo saben) que la derrota tiene una dignidad que la ruidosa victoria no merece”. Puede ser un verso que ayude a contar la historia que usted misma firma…

R. Sí, es muy significativa, es muy significativo el sitio en el que está en los cuadernos que ella guarda. Ahí digamos que la palabra derrota está recubierta de una cierta luz. Me parece, sí, muy significativa.



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