Este lunes, el mundo civilizado asistía con estupor a una acción de tintes reivindicativos que sin embargo se cebaba con una de las joyas del arte español: ‘La Venus del espejo‘ de Diego Velázquez.
Dos jóvenes pertenecientes a un grupo activista británico golpeaban con sendos martillos de emergencia el cristal de seguridad del lienzo en el interior mismo de la National Gallery de Londres, donde se exhibe desde comienzos del siglo pasado.
Más allá del valor económico de la obra, que según algunas fuentes podría rondar los 83 millones de euros, lo que eleva el cuadro al olimpo de los pinceles es el juego que se establece entre el rostro reflejado en el espejo y el espectador. Que la imagen quede borrosa plantea un debate acerca de lo unidireccional o bidireccional de la contemplación artística, de quién es el que inicia el proceso, si el público o la propia obra.
Por otra parte, es indisoluble la interpretación mitológica de la escena, con la diosa del amor romana mostrando su sensual cuerpo en una íntima escena a la que nos creemos estar colando por encontrarla de espaldas, pero donde somos totalmente interceptados por su reflejo en el espejo.
De hecho, la diestra composición y el enigmático vínculo que establece Velázquez entre la figura de Cupido y de Venus, como si necesariamente el amor pasara por la belleza, han catapultado a esta obra como uno de los desnudos más icónicos de la historia del arte universal.
Con esta base teórica, cuesta encontrar un motivo que justifique la elección concreta de este cuadro para centrar toda la estrategia reivindicativa de los activistas de Just Stop Oil, suponiendo que no fue una elección azarosa basada en la mera oportunidad de acercamiento sin vigilancia dentro del museo.
La fundamentación se hace aún más difusa cuando se ahonda en la motivación de esta organización cuyos actos de resistencia civil buscan servir de freno a nuevas licencias gubernamentales para la extracción de combustibles fósiles como el petróleo.
Sin embargo, en este caso la respuesta está en la historia. ‘La Venus del espejo’ forma parte de la poco honrosa lista de obras de arte que han sido vandalizadas por diversos propósitos en el pasado, como ocurrió con ‘El Guernica’, de Picasso; ‘La cuenca de Argenteuil con un velero’, de Monet; o ‘Los girasoles’, de Van Gogh (en este caso también de la mano de Just Stop Oil).
Ecos del pasado reaccionario
En el caso de la pintura de Velázquez ya hubo un ataque previo, hace poco más de un siglo y con consecuencias más graves que los daños ahora infringidos. Habría que retrotraerse a 1914 cuando la canadiense Mary Richardson acuchilló seis veces el lienzo, tras haber destrozado el cristal protector que en esta ocasión sí que se ha llevado la mayor parte del impacto.
La joven pertenecía al grupo Women’s Social and Political Union, que luchaba por lograr una paridad real, más cualitativa que cuantitativa. Así, y para dar visibilidad al encarcelamiento de su líder, Emily Pankhurst, decidió acabar con «la pintura de la mujer más bella del pasado mitológico como protesta contra los actos de gobierno que están destrozando a la persona más bella de la historia moderna, Mrs Pankhurst», explicó Richardson al ser detenida, para terminar añadiendo: «La justicia puede ser un elemento que posea tanta belleza como el color o la línea en el lienzo. Mrs Pankhurst tan sólo busca justicia para las mujeres y está siendo lentamente asesinada por unos políticos iscariotes».
El acto en Londres del que acabamos de ser testigos recoge este mismo afán, pero también vuelve a ningunear todo valor trascendental del arte para lograr el foco mediático. «Las mujeres no consiguieron el voto votando. Es el momento de los hechos, no de las palabras. Es el momento de Just Stop Oil», espetaron los autores de los martillazos de este lunes.
La ‘Venus del espejo’ se convierte así en cíclica diana de iniciativas brutales que, como en todo lo que implica violencia, se desacreditan solas desde el propio momento de su génesis.