En 1956, Elizabeth Anscombe habló, en el claustro de la Universidad de Oxford, en contra de que se le concediera un doctorado honoris causa a Harry Truman, que había autorizado el lanzamiento de bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. En el propio claustro, a Truman se le definió como valiente, estadista y decisivo, mientras que Anscombe fue tildada de grosera, pretenciosa y “mujer carente de toda moderación”; la prensa la denominó “la oponente solitaria”. Y ella se preguntaba qué era lo que veía que los demás no veían. Cuatrocientas páginas más tarde y tras toda una vida de acontecimientos políticos y culturales y de experiencias personales, Anscombe encuentra posibles respuestas.
La visión filosófica de la época, impresionada por los avances mecánicos y científicos del momento, se inclinaba hacia el positivismo lógico, dejando atrás la metafísica especulativa; todo había de ser probado empíricamente. Sin embargo, Elizabeth Anscombe, Philippa Foot, Iris Murdoch y Mary Midgley ya trabajaban juntas en busca de “una línea provechosa de trabajo en filosofía moral”. Clare Mac Cumhaill y Rachael Wiseman explican tal empeño porque “somos animales metafísicos. Hacemos y compartimos imágenes, historias, teorías, palabras, signos y obras de arte que nos ayudan a gestionar nuestra convivencia”. Con estas premisas, las autoras abordan la aventura intelectual de estas cuatro filósofas que consiguieron hacerse oír debido al hecho circunstancial de que los hombres de su edad estaban ocupados con las cosas de la guerra.
Las cuatro mujeres compartieron ideas, amistad y amores y, con sus propias dudas y temores, mantuvieron viva la ética y lo que Murdoch denominó, en sus Gifford Lectures, “la metafísica como guía de la moral”, nociones que estaban siendo arrinconadas como meras expresiones de emoción personal. Así, Philippa Foot, en temas tan candentes como los campos de concentración, contraargumenta a A. J. Ayer que si no somos capaces de identificarlos como perversos, la filosofía tiene un problema muy grave.
Peter Conradi se pregunta, al leer el libro, cómo puede ser posible que Oxford vaciara la filosofía de contenido moral justo cuando imperaban Hitler y Stalin, el Holocausto y el Gulag. Y considera afortunado que cuatro jóvenes filósofas, nacidas entre 1918 y 1920, hubieran unido sus esfuerzos para oponerse, cada una en su estilo, a tal situación. Desde sus diferentes posiciones, ellas buscaron una filosofía que no convirtiera a la gente en nihilista y desarrollaron aspectos de un naturalismo ético que está siendo abrazado hoy día por el ecologismo, la empatía social, los derechos de los animales, etcétera.
Pero las personas caemos a lo largo de la vida en muchas inconsistencias: ni los filósofos positivistas son inmunes a posturas políticas y acciones sociales, ni estas filósofas escaparon a las divergencias cotidianas entre pensamiento y vida, determinadas por sus creencias y procedencia. Lo importante es que estimularon la argumentación filosófica, impidiendo así el inmovilismo intelectual, y que abrieron caminos de palabra y obra para futuras filósofas.
El libro estructura cronológicamente (entre 1938 y 1955) la vida, a grandes rasgos, de cada una de ellas, su desarrollo intelectual y emocional, el ambiente político y cultural de cada momento, y los nombres propios y las teorías que importaban entonces a la filosofía. Es un cuadro de vivencias e historia de Oxford y su universidad. También de la Universidad de Cambridge, pues Ludwig Wittgenstein, instalado en ella, atrajo a Anscombe, su mejor valedora, albacea de su legado filosófico y traductora al inglés de sus “Investigaciones filosóficas”.
Narra también cómo las mujeres hubieron de derribar uno a uno todos los obstáculos absurdos que los varones, en pleno siglo XX, les ponían para impedir que accedieran a la universidad, primero como alumnas, después como docentes y, finalmente, para impedir que pudieran ascender en el escalafón académico.
En la carrera de Filosofía, Política y Economía, instaurada en 1920, Oxford define la filosofía como “la disciplina intelectual combinada con la formación en historia y economía que prepara a los estudiantes para la empresa, el funcionariado o la vida pública”. Las mujeres, por tanto, si bien podían matricularse en dicha carrera, estaban inhabilitadas legalmente para ejercerla; hasta que la II Guerra Mundial les hizo necesarias.
En el libro se va desgranando cómo Irish Murdoch transita de la especulación filosófica a la ficción, cómo, a principios de la década de 1950, encuentra más adecuada la estética literaria para expresar “una visión moral profunda, justa y comprensiva a la vez”. Consistentemente, su amplísima carrera como novelista se inicia en 1954 con “Bajo la red”, “una aventura filosófica”.
Debido a la apertura de archivos en la Universidad de Oxford, la vida y obra de estas cuatro mujeres fue estudiada también por Benjamin J. B. Lipscomb en el libro “The Women Are Up To Something”, publicado en Oxford en 2021. “The New York Times” las denominó “The Oxford Quartet”, en referencia a “The Cambridge Quintet”, novela de 1998 en la que John L. Casti reúne a Wittgenstein, C. P. Snow, Alan Turing, J. B. S. Haldane y Erwin Schrödinger en 1949 para discutir el potencial de las maquinas.
Animales metafísicos
Clare Mac Cumhaill y Rachael Wiseman
Traducción de Daniel Najmías
Anagrama, 470 páginas 23,90 euros
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