Hace justo cuatro años se apagaba la estrella de Olivia de Havilland, considerada la última superviviente del Hollywood dorado. La actriz, que ganó dos premios Oscar y alcanzó la inmortalidad en el cine con su papel en Lo que el viento se llevó, tenía nada más y nada menos que 104 años cuando dejó de respirar mientras dormía en su residencia de París. Y a buen seguro lo hizo más que satisfecha con el impacto de su trayectoria, que fue mucho más allá de sus logros interpretativos. Porque la estadounidense sufrió las restricciones del sistema de estudios de Hollywood, que permitía a los directivos dictar por contrato en qué trabajaban las actrices y dónde vivían, y llevó a los tribunales a Warner Bros. para obtener su libertad profesional. El pleito le costó varios años de carrera, pero su victoria cambió irrevocablemente la forma en que los estudios trataban a los intérpretes.
Hija de la actriz frustrada Lilian Fontaine y de un altivo abogado británico residente en Japón, Olivia nació en Tokio en julio de 1916, un año antes que su hermana Joan Fontaine, icono del cine de los años cuarenta con quien por cierto mantuvo durante décadas una fuerte rivalidad personal y profesional. “Desde el nacimiento, nuestros padres y niñeras no nos animaron a ser otra cosa que rivales”, contaría al respecto Fontaine, que llegó a competir con su hermana por más de un papel protagonista en la meca del cine. “Yo me casé primero, gané el Oscar antes que Olivia y, si muero antes que ella, seguramente se indignará porque yo la adelanté”.
Cuando Lilian se separó de su marido, decidió mudarse con sus hijas a California para empezar allí una nueva vida. Al cabo de un tiempo contrajo matrimonio con George Fontaine, un hombre de negocios de carácter estricto y violento, y empezó a inculcar a sus pequeñas su amor por el arte, pues en el fondo buscaba realizarse a través de ellas. “Alrededor de la mesa del comedor se sentaban las dos hermanas, de siete y ocho años, leyendo a Shakespeare en voz alta. Si alguna arrastraba o pronunciaba mal una palabra, la madre de voz de oro usaba una regla contra sus nudillos tensos”, recordaría luego Fontaine, que murió en 2013 a los 96 años.
Después de graduarse en el instituto, Olivia se matriculó en el popular Mills College, en Oakland. Se subió por primera vez a un escenario en una representación de aficionados de Alicia en el país de las maravillas, y al poco de esto fue descubierta por un socio del productor de cine Max Reinhardt, quien le ofreció un papel en la versión cinematográfica de El sueño de una noche de verano (1935). Fue gracias a este trabajo como la actriz consiguió firmar un contrato draconiano de siete años con los estudios Warner. Su dulzura y su buena sintonía (delante y detrás de cámaras) con el atractivo Errol Flynn, su pareja emblemática, la convirtieron en una de las actrices más populares del cine de romance y aventuras de la época.
Su gran momento profesional se produjo después de que su hermana Joan rechazase el papel de la bondadosa Melanie Hamilton en Lo que el viento se llevó (1938). Curiosamente, Olivia acabó encarnando a ese personaje, que le valdría su primera nominación al Oscar. “Estaba acostumbrada a los típicos papeles de chico conoce chica”, apuntó luego. “Se enamoran, ¿la conseguirá? ¿La familia de ella pondrá algún impedimento? Siempre era lo mismo. Pero Melania pasa por la guerra, tiene hijos… ¡Y muere! Era un personaje completo que pasaba por todo tipo de experiencias, absolutamente fascinante y que yo deseaba hacer por encima de cualquier impedimento”.
Sin embargo, no todo fue un camino de rosas para la actriz, que en 1943, cansada de interpretar a jóvenes ingenuas, reclamó a Warner papeles de enjundia, algo a lo que el estudio se negó. Como entonces empezó a rechazar papeles, la suspendieron de empleo y sueldo. Olivia se resignó, pensando que su contrato de siete años estaba a punto de terminar, pero Warner le indicó que los periodos de descanso entre películas no computaban y que todavía tenía que trabajar varios meses más que se habían sumado a su contrato por los períodos de suspensión. Convencida de que esa interpretación del contrato era una forma de semi-esclavitud, la actriz demandó a sus jefes al amparo de la Ley Anti-peonaje de California. El caso llegó incluso a la Corte Suprema de ese estado y el juicio duró dos años y medio, lapso de tiempo en el que la demandante no pudo rodar ni una sola película. Pero la espera valió la pena, ya que, para sorpresa de muchos, Olivia acabó venciendo en los tribunales gracias a una sentencia que logró sentar jurisprudencia y puso fin al estricto control que los estudios ejercían sobre las estrellas.
Después de aquel pleito, la actriz pudo empezar a elegir qué papeles aceptaba y triunfó como profesional independiente. Tanto es así que durante la segunda mitad de los años cuarenta se hizo con dos estatuillas doradas, por sus interpretaciones en los dramas La vida íntima de Julia Norris (1946) y La heredera (1949). A partir de los años sesenta, el cine fue pasando a un segundo plano para Olivia, que pasó a centrarse en numerosos proyectos de teatro y televisión. En lo personal, se sabe que mantuvo romances con personalidades como James Stewart, John Huston o Howard Hughes. También estuvo casada dos veces. La primera de ellas con el novelista Marcus Goodrich, del que se divorció en 1952 y con quien tuvo un hijo, Benjamin, que murió en 1991. Después conoció en el festival de cine de Cannes a Pierre Galante, un editor de Paris Match con el que se casaría en 1955.
Fue entonces cuando la actriz se asentó en París, donde nació la única hija que tuvieron juntos y redactó su autobiografía, publicada bajo el título Every frenchman has one. Y aunque nunca le ofrecieron papeles en largometrajes franceses, jamás se arrepintió de haber abandonado su país natal. “Hollywood se convirtió en un lugar muy deprimente a principios de la década de 1950”, llegó a decir. “Obviamente, la edad de oro había terminado y la televisión había acabado con ella. Si en los años treinta los estudios hacían cien películas al año, en ese momento hacían veinticinco o diez. Había una sensación de decadencia terminal, de gran depresión”. Pierre y ella se separaron en 1962, pero optaron por seguir conviviendo durante varios años más para criar a su retoño. Luego él se mudó al apartamento de enfrente y, cuando a finales de los noventa cayó enfermo de cáncer de pulmón, volvió a instalarse en la casa de su ex, que cuidó del periodista hasta el final.
En 1988, tras aparecer en el telefilm The Woman He Loved, Olivia decidió retirarse de la actuación, pasando a llevar una vida bastante tranquila y discreta en la capital francesa. Ya en los últimos años se dedicó principalmente a recoger premios honoríficos como la Legión de Honor que el expresidente francés Nicolas Sarkozy le concedió en 2010 o el título de Dama del Imperio Británico, que le concedió la mismísima reina Isabel II en junio de 2017, a los cien años de edad. Ese mismo año presentó una demanda por difamación contra la cadena FX por el retrato despectivo que de ella hacía la serie Feud, centrada en la rivalidad entre Bette Davis y Joan Crawford. Olivia, que siempre intentó proteger su intimidad e imagen pública, alegó que nadie le había pedido permiso para rodar algo así. La corte de apelaciones de California rechazó su demanda, al considerar que prevalecía la enmienda que protege la libertad de expresión sobre las reclamaciones de la actriz, pero ella volvió a hacer gala de su bien ganada fama de mujer combativa.