María Bas nos mira. Lo hace desprejuiciada e irreverente. Desde el otro lado de la pantalla donde ha puesto su alma en bandeja. A través de un relato que escuece tanto como sana. Esa mirada reconforta. Nos transmite la garra que echamos en falta hoy. Nos resulta poética. Y eso, con independencia del gusto, nos acaba pellizcando. Su Zorra seduce por principios y no por maquillaje. Es un grito de liberación, un himno feminista. Esta declaración de intenciones destaca, frente al ruido de la industria, por su compás enérgico, seductor, inclusivo… No necesita modas para, sencillamente, templar el pecho. Esta noche lo ha logrado una vez más: el Benidorm Fest es de Nebulossa porque nos ha mirado a los ojos y, en el momento preciso, nos ha apretado el corazón.
En una gala demasiado insulsa para lo que debería ser, con guiones forzados y silencios incómodos, así como fallos técnicos inexcusables, el dúo ha emocionado con un electropop de raíz galáctica. Desconocidos hasta su selección por RTVE, a sus 56 y 49 años, María y Mark han convertido este alegato en el himno de esta edición. ¿El problema? Las expectativas. Zorra es la mejor canción, pero no han sabido aguantar el tipo en el directo. Una afinación sospechosa sumada a un concepto estático les ha impedido brillar con la luz que, hace dos temporadas, tuvieron Rigoberta Bandini y Tanxugueiras. Es normal, teniendo en cuenta que es la primera vez que se suben a un escenario de estas dimensiones. Aún así, han sido los únicos capaces de poner en efervescencia a público y jurado a partes iguales. Sin duda, el mejor indicativo de un triunfo.
Con 156 puntos, Zorra representará a España en Eurovisión. Hay puntos que limar, es cierto. Y, en este sentido, le sentaría de fábula el carisma de Ruslana (Ucrania, 2003), Conan Osiris (Portugal, 2019) y The Roof (Lituania, 2021). Por momentos, parecía imposible quitar los ojos de ella cuando, en realidad, ha sido ella quien no podía quitárnoslos. Nos miraba, sí. Una y otra vez. Para marcar los tiempos. Y, sobre todo, para saber cuándo abrazarnos. Esta ha sido la gran disonancia con el que, para muchos, era el ganador: st. Pedro. A diferencia de Nebulossa, le ha faltado romper la última barrera. 17 puntos ha separado una candidatura de la otra: 156 (86 del jurado, 40 del televoto y 30 de la muestra demoscópica) frente a 139 (86 del jurado, 25 del televoto y 28 de la muestra demoscópica).
La ‘sauna’ de Jorge González
Sin parafernalia ni estridencia, st. Pedro ha entonado un bolero que se ajusta a la perfección a su garganta. Poco queda de aquel chico que, tras arrasar en La Voz, viajó hasta Miami para convertirse en la última sensación del reguetón. No lo sentía. Y, en un arrebato de honradez, regresó a su Canarias natal. Allí, empezó a explorar las influencias latinas de las islas para componer desde la piel y, en consecuencia, poder dirigirse al público con la tranquilidad que da la verdad. La suya quedó, anoche, patente: rosa en mano, se ha dirigido a la audiencia desnudo. Ha paladeado cada sílaba, ha sentido cada nota. Y, aunque la escenografía pedía algo más, le ha bastado un pestañeo para conquistar a la masa. No lo suficiente, visto está. Su propuesta hubiese calado más si, quizá, nos hubiese hablado de frente.
En las antípodas, Jorge González. De letra infame y puesta en escena efectista, Caliente es un trampantojo eurovisivo que aglutina el espíritu de Ninanajna (Macedonia del Norte, 2006), el zumbido de Solayoh (Bielorrusia, 2013) y la seducción de El diablo (Chipre, 2021). Hay quienes, osadía mediante, la han equiparado a SloMo cuando, salvando distancias, no es más que una versión homoerótica empobrecida y carente de mensaje. Bien podría ser una de las canciones que, entre el Golosa de King África y el Bombón latino de Malena Gracia, conformasen Caribe Mix. 10 años después de su última intentona por ir a Europa, cuando ya no se le esperaba, Jorge ha reaparecido. El mercado ha cambiado y, frente a las nuevas generaciones, su nombre genera aún menos interés que antes. Sin embargo, esta vez cuenta con un extra: la experiencia es un grado. Y, frente a la inestabilidad de la mayoría de participantes, él ha sabido mantener la compostura. En su particular sauna, claro.
Almácor y la falta de autotune
El cariño de la gente, a falta del Micrófono de Bronce, se lo ha llevado Angy. Sé quién soy es su carta de regreso a la música y, quizá, por ello, se ha quedado ahí. Eso sí, gratísima su actuación. Desgarradora y coherente, ha ennoblecido esta edición. La misma sensación ha causado María Peláe. Junto a st. Pedro, ha protagonizado el mejor paquete de la velada. En estado de gracia, ha montado un espectáculo a la altura de su carrera. No sólo ha cantado, ha contado. Lo que la ha vuelto poderosa: historia, voz y duende para un concurso deseoso de entrañas. Un escalofrío en forma de canción que, aunque ha terminado sexta, bien podría haber sido una justa ganadora. Almácor, por contra, ha acusado la falta de autotune para alcanzar la gloria. No es que le hiciera falta para corregir su voz, sino para acabar de dar el matiz metálico que pedía a gritos. De corte urbano y alma callejera, era la apuesta que España necesitaba para salir de su zona de confort en el Viejo Continente. Una pena.
Algo similar le ha sucedido a Sofia Coll: se ha quedado a medio gas a pesar de tener un tema de altura. Ahogada y, visualmente, desacompasada no ha conseguido sacarle partido. Estaba tan desubicada que su mayor preocupación era no desafinar. Le han faltado tablas, algo esencial cuando se trata de afrontar escenarios así de imponentes. Miss Caffeina, por ejemplo, las tiene de sobra. Y lo ha demostrado con solvencia: Alberto, Toni y Sergio han ejecutado una propuesta magnética y vanguardista que, sin olvidar el éxtasis de los conciertos, ha encajado con precisión en televisión. Han sabido identificar rápido las necesidades de un formato que, aunque inexplorado para ellos, les sienta como un guante. La mirada, de nuevo. Si Nebulossa es capaz de hacer lo propio en Eurovisión, a su Zorra le esperan cosas bonitas.